El sol había desaparecido mucho tiempo antes y mi avión de Calm Air aterrizaba en Churchill, un pueblo aislado a la orilla de la Bahía de Hudson, en el gran norte. Hacía -12 grados y el suelo estaba tapizado de nieve; la ciudad adormecía, un zorro dio vuelta en una esquina de las siete cuadras que componen el pueblo, sola, las luces se reflejaban en la noche negra.

Mi corazón latía más de lo normal, mi mente bogaba en el tiempo de los exploradores, de comercio de pieles y el frío congelaba mi mente en aventuras como las de Cook o Hudson.

Dormí poco, escuchaba los ruidos silenciosos que se deslizaban sobre la nieve, desconocidos para mi alma, intrigantes, y me imaginaba las aventuras que me estaban esperando.

Eran las 8 de la mañana, apenas estaba amaneciendo, el cielo se pintaba de rojo-morado en el horizonte. Estábamos al sur de la calle principal, al lado de la vía del tren que alcanza Winnipeg.

Tras un excelente desayuno en el Gypsy’s, que iba a ser nuestro punto de encuentro y comidas, nos subimos al helicóptero de Hudson bay Helicopters y despegamos con mi piloto Chuck.

 

 

 

Rumbo a la aventura polar

El cielo seguía pintado de rojo, tintando la tundra plana; el mar aparecía sin ser congelado todavía, razón por la cual los osos esperaban a que se formara la banquisa para poder caminar sobre ese mar solidificado y atrapar las focas, que son la base de su alimentación y fuente de grasa.

En esa temporada se acercaban al litoral, listos para cazar, después de haber vivido de poca carne de animales de tierra y frutas. Los bancos de hielo eran la salvación porque en éstos, las focas se suben a descansar y es cuando el oso las puede atrapar.

Las vistas eran insuperables, un desierto blanco alumbrado por una luz tenue que venía del sur y de repente vi mi primer oso, que caminaba entre un conjunto de pinos bajitos y arbustos, un animal gigantesco con su pelo medio amarillento que volaba con el aire.

Nos acercamos lo suficiente para verlo bien sin asustarlo, nos miraba con desconfianza, sus ojos brillaban. ¡Qué belleza y sorprendente encuentro! Nunca se me va a olvidar esa impresión y pasamos la mañana recorriendo la tundra en el helicóptero, descubriendo un navío encallado y oxidado en las aguas heladas de la bahía de Hudson.

 

 

Los bancos de hielo se formaban en algunas partes, observamos 10 osos que caminaban hacia el mar seguramente para averiguar el estado del agua, si pronto se acercara el momento para salir a cazar y encontrar su manjar.

De regreso y viendo que había movimiento en la “cárcel” de los osos, Pat, mi guía, digno de ser un especialista del National Geographic por su gran conocimiento de la zona y de los osos polares, me llevó a ver cómo estaban empacando una osa con sus grandes hijos en unas redes por helicóptero.

Fue impresionante verlos suspendidos en el aire y llevados hasta un punto en la tundra, como bolsas de mercancía, medio dormidos pero conscientes de su nueva experiencia.

Esos tres osos habían sido capturados en las calles de Churchill, a donde fueron en busca de comida y habían aterrorizado a la gente porque son auténticos animales salvajes, muy peligrosos y agresivos, aunque no lo parezcan. Ahora, los estaban regresando a donde pertenecían, donde desde el helicóptero habíamos visto a sus compañeros correr.

 

 

De paseo en trineo

Después del lunch, fuimos directamente a dar una vuelta en trineo de perros con Wapusk Adventures. Recibimos las explicaciones necesarias y nos llevaron a pasear por la tundra, entre esos pinos bajos que no llegan a crecer más por el clima y la falta de luz.

Las ramas largas crecen del lado del sur, y del lado del norte se quedan cortas porque el viento las detiene, ya que ese lado está acompañado por el aire helado.

Los perros estaban ansiosos por salir, ladraban, jalaban como demonios y me dejaba llevar, manejando el trineo con destreza, hasta gozar de ese paseo deportivo a -10 grados.

El sol se estaba poniendo, eran las 3pm, y el horizonte se estaba pintando de colores anaranjados aunque la capa de nubes seguía encapotando el cielo.

Unos copos de nieve caían muy lentamente y alcanzamos la base de los tundra Buggy Roover, unos enormes camiones con unas llantas más altas que yo, y  nos internamos en la tundra, que se había hundido en la oscuridad de la larga noche.

Vimos unos conejos (Mountain Hare o Lepus Arcticus), muy grandes y perfectamente blancos, y finalmente alcanzamos un hotel sobre ruedas dentro de varios camiones, donde la estancia llega a costar 7 mil dólares para tres días, viaje incluido.

 

 

 

 

 

 

Encuentros cercanos

Aquí estaban los osos, rodeando la extraña máquina, sabiendo que siempre encontrarán algo extraño para curiosear. Eran hermosos, gigantescos y a veces se paraban para investigar nuestro camión y sus caritas inspiraban unas inmensas ganas de acariciarlos.

A las 8pm estábamos de regreso y los faros de nuestro vehículo interrumpían la noche negra sin luna y fue cuando vimos una fugaz aurora boreal de color verde, que alumbró el cielo por un corto momento.

Los dos siguientes días fueron un sueño realizado, de una aventura real que se une con la imaginación de un niño, la de encuentros cercanos con los osos polares.

Creo que vimos más de 50 en total y bastante cerca; algunos se arrimaban tanto al camión, que se paraban y se recargaban sobre la carrocería para husmear quiénes éramos.

Pasamos esos días recorriendo la tundra helada y en cada encuentro nos parábamos para observar.

Algunos estaban acostados en la nieve y no se molestaban por nosotros, apenas levantando los ojos para ver si hacíamos alguna bagatela interesante, y se volvían a dormir o por lo menos a cerrar los ojos, ignorándonos, abandonando su pelo casi blanco a confundirse con la nieve o en medio de los arbustos sin hojas.

 

 

Grandes husmeadores

A veces encontrábamos una madre con un hijo o hasta dos, dormidos, y también unas caminando con el hijo nacido del año u otros del año anterior, se acercaban para descubrirnos, investigarnos y husmear el lodo que las enormes llantas habían levantado.

Algunos de los osos se aproximaban tanto que tenía que cambiar mi telefoto que no podía afocar por lo cercano o a veces me salía sólo la punta del hocico, con sus inmensos ojos negros en el fondo.

El frío era intenso pero salí de todos modos a la plataforma trasera para poder tomar todas las fotos que pudiera y observar el gran animal, el suntuoso rey de la tundra.

Sin que me diera cuenta colgaba la correa de la cámara y me tuvieron que advertir porque estaba al alcance de la patota del macho que me estaba oliendo, intentando descubrir si dentro de tantas capas de envoltura, mis cinco capas de ropa, era yo comestible.

En verdad, sí lo somos, un hombre es buena co-mida para ellos porque comen carne durante todo el invierno, cuando las focas están a su alcance. En el verano, con el mar descongelado, las focas nadan lejos del litoral y el oso no puede nadar tanto tiempo. Entonces es raro que coman carne o si no un animal muerto encontrado en la tundra, un conejo enfermo o un pescado muerto.

No pescan como los Grizzlis y el verano lo dedican a comer frutas salvajes, a descansar, dormir un poco más, a atender a sus bebés.

 

 

Un hecho interesante es cuando la hembra queda embarazada, en junio más o menos, el embrión no se desarrolla hasta después, hasta que sepa que las condiciones van a ser buenas en plan de comida y si no pintan bien, no se desarrolla.

 

Abrazos de oso

Observamos unos enormes osos peleándose o jugueteando: se paraban uno frente al otro y se abrazaban, mordiscándose las mejillas, impresionando por su tamaño y sus graciosas posturas, revolcándose en la nieve, como una pequeña lucha libre.

Una madre caminó hacia nosotros y su imagen se reflejaba sobre el hielo de un laguito congelado que no se atrevió a cruzar y rodeó hasta llegar al camión, el bebé la seguía muy de cerca, pero siempre protegido por las enormes pompas de la mamá.

 

 

 

 

Otros osos se paraban debajo de la plataforma hecha con rejilla y podíamos sentir su aliento sin temer ser mordidos. Encontrar mis ojos en los suyos, observar cómo me miraba y mi propia reflexión entraba en su pupila. Eran unos encuentros maravillosos, una aventura cerca del polo norte, donde el que manda es el oso.

Observamos cómo se avecinaban y se recargaban sobre el camión de junto provocando un disparate de enormes lentes que se asomaban por las ventanas, otros curioseaban el interior del camión y nos encontrábamos sintiendo su aliento a tal punto que teníamos que retraernos aún sabiendo que estábamos a salvo porque la distancia había sido calculada.

Fueron dos días de alegría, de aventura, donde el corazón brincaba en cada emoción. Observamos algunos pájaros blancos que parecían palomas, y nos acercamos a la playa para descubrir unas formaciones extrañas, mezcla de nieve y rocas.

El hielo todavía no aparecía lo suficiente para los osos y descubrimos los restos de un barco que habíamos observado desde el aire.

No podía creer lo que veía, la cercanía de esos encuentros con osos salvajes, la belleza de los animales, la ternura de esos ojos negros que miraban profundamente mis pupilas, la habilidad de sus movimientos y la gracia de sus actitudes.

Estaba fascinado, feliz e inmerso en un paraíso helado, pero caliente adentro por tanta emoción. Había convivido de cerca con los osos polares, sintiendo su aliento e intercambiando miradas, unas miradas llenas de ternura.

Salí de regreso hacia Winnipeg, con mi alma renovada, llena de impresiones e imágenes fastuosas, rico en encuentros y momentos excepcionales.

 

 

 

Al encuentro de Winnipeg

Llegando a Winnipeg, descubrí una tranquila y pequeña gran ciudad en medio de los llanos, el encuentro de las vías de tren, el punto céntrico del continente donde el oeste se tropieza con el oriente; una ciudad de inmigración donde las razas se confunden y los idiomas cantan como un himno de una unión, donde se habla francés, inglés, mandarín, yemení, iraní, etc.

El centro es conocido como el “Exchange District”, centro de comercio y arte de la ciudad, famoso por su arquitectura de final del siglo XIX principio del XX, única en América por su entorno y su perfecto estado de conservación.

En esos tiempos, Winnipeg era llamada “la Chicago del norte” y su ambiente arquitectural ha sido elegido para muchas de las películas de época.

 

 

 

 

Es un lugar muy agradable para caminar, visitar tiendas de antigüedades, extraordinarias galerías de arte moderno, y gran variedad de pequeños cafés y restaurantes de alta cocina.

Me encantó pasear en “The Forks”, situado donde se unen dos ríos, el Red y el Assiniboine Rivers, uno de los puntos más históricos de Canadá donde podemos aprender de la vida de los “First Nation People”, o sea, las poblaciones originales de la región.

“The Forks” es uno de los sitios arqueológicos más ricos de Norteamérica que ha sido muy bien conservado y podemos visitar esos históricos emplazamientos mientras visitamos el encantador mercado, comer en uno de los restaurantes como “The Current”, descubrir los productos regionales y las artesanías típicas.

 

 

 

Barrio francés

Atravesando el río por el puente “Esplanade Riel”, alcanzamos el barrio Francés, una de las zonas más antiguas de Winnipeg, que recibió la colonia más grade de canadienses-franceses al oeste de los grandes Lagos.

Visitamos los impresionantes restos de la Catedral-Basílica St. Boniface, con su extraordinaria y original fachada de estilo barroco-neoclásico, y descubrimos el museo de Saint Boniface, la construcción de troncos de encinos más antigua de Winnipeg, que alberga una colección de objetos relacionados con la vida de Louis Riel.

Finalmente, después de visitar la exquisita casa de Gabrielle Roy, famosa escritora en lengua francesa que nació y vivió parte de su vida en esa casa, observé una de las suntuosas puestas de sol sobre el río Assiniboine a las 4pm, al mismo tiempo que la temperatura bajaba terriblemente.

 

Edificios históricos

En los siguientes días visité el Manitoba Museum en la Rupert Ave, donde descubrí toda la historia de la región incluyendo una fabulosa exhibición sobre la Hudson’s Bay Company que trataba todo el comercio con las pieles; la réplica del barco Nonsuch, cuyo viaje de 1668 llevó a la creación de la Hudson’s Bay Company, un impresionante barco de madera instalado para siempre en un entorno que recrea un puerto de la época.

 

 

 

Terminé visitando la Urban Gallery, que nos enseña cómo era la ciudad en los años 20, cuando el tren invitaba a sus viajeros a descansar en ese importante centro comercial.

El museo es una verdadera maravilla, que permite conocer todo lo relacionado con la historia, geología y fauna-flora de Manitoba.

Después de visitar el fastuoso Manitoba Legislative Building, un impresionante edificio que reina sobre la ciudad y donde el arquitecto ha incluido en sus detalles decorativos y arquitectónicos una serie de códigos misteriosos dignos del “Código da Vinci”, descubrí el Winnipeg Art Gallery (WAG).

Su arquitectura original recibe la gran colección de arte Inuit donde las esculturas de ese arte esquimal son de lo más originales e impresionantes, con diseños estilizados, y el WAG invita a conocer sus colecciones permanentes y temporales.

Finalmente, para despedirme de esa encantadora ciudad donde uno se siente a gusto, visité el hermoso parque Assiniboine donde se encuentra el Conservatory, el jardín de las esculturas de Leo Mol, el zoológico y varios jardines.

En éste probé la exquisita comida gourmet del restaurante Terrace 55, donde se encuentra una pintura original de “Winnie, the Pooh”, el encantador osito inventado por A.A. Milne para libros de niños.

 

 

Tiempo de partir

Era tiempo de irse de esa acogedora ciudad y dejar atrás mi aventura con los osos polares. Con la cabeza llena de las imágenes de esos encuentros y buen recibimiento de la gran pequeña ciudad con su rico pasado, me iba tristemente.

Mis ojos dentro del alma revivían esos gratos momentos, inolvidables, fastuosos, una experiencia que me dejaba atónito y fascinado. Todos mis encuentros cercanos con los osos estaban grabados en mi memoria como un film, una trépida aventura donde sentía el aliento de los osos, donde cada escena me llenaba el alma y hacía latir el corazón.

Ojalá podamos frenar el calentamiento de nuestro planeta para que el hielo se forme a tiempo cada año y que los osos puedan seguir cazando las focas para comer; ojalá pueda regresar para conocer otros osos, o los hijos de esos que se habían acercado a mí. Ojalá ese espectáculo de la naturaleza siga existiendo para siempre.

 

 

 

Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney, Destination Winnipeg, Travel Manitoba.