Una aventura con corazón maya

De montañas en volcanes, de lagos en costas y de selva en ríos, Guatemala nos recibe como una tierra de aventuras y cultura, de deportes y caminatas. Todo nos sorprende, las caras de la gente son intrigantes y alumbradas por miradas llenas de historias, la belleza de los tejidos alumbran los mercados y el fuego de los volcanes calienta las nubes que mojan la tierra. Es un país con un rico pasado maya y que trata al visitante con cariño, ofreciendo sus tesoros para disfrutarlos.

Veníamos navegando desde México por la costa del Caribe, siguiendo la segunda más larga barrera de coral del mundo, pasando por Belice y honduras y alcanzamos Puerto Barrios donde descubrimos sus animadas calles, su activo puerto a la orilla del inmenso manglar. Las construcciones de madera recuerdan la arquitectura colonial al estilo inglés, y el ambiente tropical se anima con gente de todas las razas. Recorrimos la carretera que nos llevaba hacia el corazón del país, visitando las ruinas mayas de Quiriguá que luce las más hermosas estelas que representan unos altos personajes y cuyos jeroglíficos hablan de ese lugar que fue habitado desde el año 400 d.C., siendo enemigo de Copán.

 

 

Llegamos al importante cruce de carreteras en Tulumaje donde desayunamos en el conocido restaurante Sarita, para dirigirnos hacia las montañas. Nos detuvimos en el biotopo del quetzal, cerca de Salamá, en Baja Verapaz que lleva el nombre de Mario Dary Rivera, su fundador en 1976. Se trata de un bosque nubloso de más de 1,000 hectáreas entre montes y cañadas de la Sierra de las Minas. Su meta es la conservación del hábitat del Quetzal y es el mejor lugar para observar ese majestuoso pájaro cuyas plumas adornaban los penachos de los dirigentes mayas. Recorrimos los senderos que nos permitieron observar las quebradas, cascadas, orquídeas, bromelias, líquenes, musgos y epifitas, helechos arborescentes, tesoros de un hábitat de una gran biodiversidad. 

Nos topamos con ardillas, dos zorros, varios monos saraguates que habitan las copas de los árboles y finalmente encontramos una pareja de quetzales que comían frutas. Eran hermosos, el macho con su larga cola y cuando el sol los alumbraban, los colores verdes y rojos brillaban con piedras preciosas.

 

 

Los caprichos de la naturaleza

Alcanzamos la ciudad de Cobán anidada entre las montañas de la Alta Verapaz y visitamos el impresionante vivero de la familia Archila donde observamos la gran variedad de orquídeas como Licastes, la flor nacional de Guatemala, así como cattleyas, laelias y varias especies. Era un verdadero espectáculo. En la iglesia de Cobán, la gente entraba para rezar un momento, los santos esperan sus lamentaciones o agradecimientos, las mujeres llevaban sus tradicionales huipiles blancos con filigrana de bordados que cae sobre sus faldas cortas en azul. Cargaban su manto colorido y lucían sus trenzas con lienzos de color rojo en general con borlas al final. Seguimos nuestro camino por las laderas de las montañas, bajando por una carretera de terracería en un hermoso valle angosto cubierto de bosque, donde la profundidad de los siguanes asombra en una sinfonía de colores, sonidos y olores penetrantes de la selva. Llegamos a las grutas de Lanquín, un soberbio capricho de la naturaleza donde las aguas cristalinas de color esmeralda surgen de la montaña creando un paisaje encantado, mágico, un refugio de un cuento de hadas en medio de una espesa vegetación acompañado por el murmullo del agua. En las entrañas de la roca descubrimos la magnificencia de los peñascos carcomidos por la fuerza erosiva. Un camino a veces resbaloso nos llevó por las extravagantes formas de las estalactitas y estalagmitas, pasando por salas monumentales, acompañado por nuestro guía q’echí que conocía cada detalle de esa catedral de rocas. A las 6 de la tarde en punto salen todos juntos los miles de murciélagos que habitan la gruta y regresan a las 5.30 de la madrugada después de haber disfrutado de una noche de ágapes.

 

 

El río corre en el profundo cañón y lo seguimos hasta alcanzar el rústico hotel El Recreo hundido en la selva, pero seguimos nuestro recorrido, pasando por el típico pueblo de Lanquín dominado por su iglesia y el mismo camino nos llevó al río Cahabón donde unos turistas se echaban desde una gran roca junto con los nativos, clavándose en el agua transparente. Caminando río arriba, alcanzamos las hermosas pozas de Semuc Champey donde el río recorre un angosto cañón diversificándose en estanques de color jade y pequeñas cascadas que animan las rocas cubiertos de depósitos minerales, ofreciendo un panorama excepcional. Exploramos los ruidos intrigantes, observando las orquídeas y bromelias, hasta llegar a un mirador desde el cual se observaba las pozas esmeraldas en el fondo de la barranca. El escenario era espectacular, la vegetación creaba un marco fastuoso para ese río de esmeralda dividido en extrañas formas por las rocas. Después de bajar entre la selva, nos bañamos en las pozas, disfrutando del agua fresca. Fue un momento saturado de misticismo con olor a paraíso, observando los pájaros y las mariposas. Cuando el sol se estaba escondiendo detrás de las montañas, regresamos al hotel para disfrutar de la cena y gozar de los intrigantes ruidos de la noche en medio de la selva.

 

 

 

 

Temprano en la mañana, en el mismo coche doble tracción nos fuimos por un camino que bordeaba el río Cahabón hasta el pequeño pueblo donde nos esperaba todo el equipo de los que nos iban a llevar en rafting. Un pueblo tranquilo junto al agua viva donde nos esperaba la lancha. Empezamos a navegar mientras nos llevaba la corriente, descubriendo el suntuoso paisaje, solos entre la selva que adornaba las montañas. Unos rápidos nos recibieron con buena velocidad y divertido peligro, la lancha subía y bajaba con fuerza, atormentada por el flujo del río y peleando con las piedras que creaban esas aguas blancas llenas de remolinos. La adrenalina subía, la emoción nos invadía, hundidos dentro de la magnificencia del escenario. Finalmente después de varias peripecias al flote del río, alcanzamos un puente colgante junto al cual nos esperaba el coche. Tranquilamente regresamos a Cobán para seguir nuestro camino por bosques y montes hasta subir hacia el valle de la capital.

 

 

 

 

Historia y tradición

Instalados en el lujoso hotel Vista Real que domina una de las tantas colinas y barrancas de la ciudad de Guatemala, disfrutando el Spa y la piscina, visitamos el centro histórico con el palacio de gobierno y la catedral que adornan la inmensa plaza, el museo Popol Vuh para admirar los sorprendentes vasos mayas decorados con escenas surgidas de la gloriosa época de los grandes reinos, la universidad Francisco Marroquín, el museo de antropología, el interesante museo del Ferrocarril donde descubrimos unas locomotoras y vagones surgidos de otros tiempos acompañados por un guía que nos hacía vivir los tiempos heroicos que él había pasado. Visitamos el mapa en relieve que representa todo el montañoso país con sus lagos, sus costas y profundo barrancos, donde los ríos llevan hasta las llanuras del Petén. Fue una obra impresionante de principio del siglo XX, y fue construido por el ingeniero Francisco Vela. Nos enseña la escala exacta de los volcanes, ríos y lagos. Comimos en el típico restaurante kacao para probar la comida muy representativa del país. Disfrutamos del encantador museo Miraflores que relata la historia de la zona que era una laguna adornada por las pirámides de la ciudad de Kaminal Juyu y donde vivían los pescadores de antaño.

 

 

Tomando la carretera que se infiltra en las montañas, nos detuvimos para desayunar en el famoso restaurante Kapé Paulino’s que se encuentra a la orilla de la carretera, en un bosque de pinos y que sirve los mejores chorizos, jamones y huevos rancheros. Finalmente alcanzamos Chichicastenango, a 1965 metros de altura, ese mítico pueblo escondido en las montañas de la región Quiché. Era día de mercado y todo el pueblo se incendiaba con los colores de los huipiles de las mujeres, se tambaleaba con  las voces y se mareaba con el movimiento de la gente que recorría los puestos de comida, de ropa, de telas, de máscaras y todo tipo de artesanías. En las escaleras de la blanca iglesia de Santo Tomás, los hombres con sus trajes tradicionales bordados con motivos de personajes o animales  quemaban el copal, el cual llenaba el lugar con humo, las vendedoras de flores  invitaban a comprar de todos los colores y forma, unas extrañas ceremonias se llevaban a cabo como limpias, embrujamientos o curaciones. Adentro de la iglesia, el incienso llenaba la atmósfera, la gente rezaba arrodillada cerca de las velas que se quemaban sobre el suelo, los santos llevaban su ropa esperando las sentencias de sus devotos. El ambiente era misterioso, asombroso, intrigante y se sentía asistir a una ceremonia cuando el imperio maya estaba en su cúspide. La iglesia está construida sobre la antigua plataforma de un templo prehispánico y la escalera llevaba al templo, cada uno de sus 18 escalones representando un mes del calendario maya. 

La plaza era un remolino y recorrimos los callejones, bajando al final del pueblo para subir una loma, visitando a San Pascual Abajo cuya cofradía cuida el santuario, organizando ceremonias en la cima del cerro donde el copal dispende su olor por el bosque. La caminata hacia la cima era deportiva y dura por la altura pero bien valía la pena para vivir un relámpago dentro del pasado. Comimos en la encantadora Posada Santo Tomás, al son de la marimba, observando las hermosas guacamayas que animan el patio.  

 

 

 

Seguimos nuestro camino hasta llegar al mirador que domina el hermoso lago de Atitlán, rodeado por volcanes: el volcán Atitlán de 3 537 metros, el Tolimán de 3 158 metros y el San Pedro de 3 020 metros, mientras el lago mismo de encuentra a 1 560 metros sobre el nivel del mar, con una longitud de 18 km, una profundidad que rebasa los 350 metros. El escenario es majestuoso, impresionante, con esas soberbias montañas que lo rodean, habitado por varios pueblos indígenas que tienen cada uno su personalidad. Llegamos a Panajachel para instalarnos en el exquisito hotel Atitlán que luce sus fastuosos jardines de vegetación tropical que bajan hacia el agua, con sus guacamayas que animan el ambiente, algunos animales regionales en cautiverio y su hermosa alberca cuya superficie se pierde en la inmensidad del lago. Nos bajamos al muelle para darnos el lujo de tomar un pequeño velero y gozar del inquietante Xocomil, un fuerte viento que se produce a medio día, cuando los vientos cálidos procedentes del sur chocan con las masas de aire frío del altiplano. Los remolinos del viento nos llevaban, era difícil controlar el velero, el barco zozobraba, la adrenalina subía, el miedo nos invadía y no pudimos cumplir con ese imposible reto, bajando las velas, regresando al muelle con motor y terminamos pescando con caña. Finalmente dimos una vuelta en el pueblo de Panajachel, visitando su muelle, la gran variedad de tiendas de artesanías y su iglesia que fue construida justo después de la conquista que sometió a los Tzutuhiles, con su hermosa fachada que es una joya del estilo colonial. El ambiente en Panajachel es de bares, restaurantes, conocer otros visitantes, descubrir los hermosos rostros de los indígenas.

 

 

Tejiendo el telar

En la mañana, el lago amaneció como un espejo, el sol brillaba, el agua tenía unos colores de jade con una transparencia cristalina y salimos del muelle del hotel en nuestra lancha para recorrer la orilla hasta llegar al pueblo de San Juan la Laguna. Las calles eran impecables de limpias, el alcalde nos recibió para visitar tranquilamente ese pueblo que está detenido en el tiempo. Conocimos al pintor Antonio Vásquez que ha creado un estilo propio y visitamos otros pintores que exponen sus obras y algunos han decorado los muros de las casas, dando al pueblo un aire vanguardista enraizado en su pasado con una energía creativa. Aquí se permite convivir de manera auténtica con el indígena, en un entorno ecológico equilibrado. Visitamos los talleres donde unas señoras tejían con el telar de cintura unas hermosas y coloridas telas, otro donde se tiñen los hilos y las telas, otro de plantas medicinales, otro de pintura, cada uno nos recibió con la amabilidad que caracteriza su gente, con cariño y sonrisa. San Juan es un lugar de paz y entendimiento. 

Nos detuvimos en San Pedro para descubrir un mundo diferente, con su iglesia blanca al final de las escaleras. Los callejones retumban con el sonido de los restaurantes y existen una gran variedad de posadas donde llegan los turistas para encontrar un pueblo original donde se mezcla el mundo maya con el turista. 

 

 

 

 

 

Siguiendo nuestra navegación llegamos, rodeando el volcán San Pedro, a la profunda ensenada alojada entre dos volcanes y donde se esconde el pueblo de Santiago Atitlán cuya gente de la etnia Tzutuhil son adoradores del culto a Maximón, un ídolo local resultado de la fusión del cristianismo con los dioses maya. Su efigie es un señor de madera y paja con su sombrero y se encuentra bajo la custodia de una cofradía local religiosa que lo aloja en diferentes familias, mudándolo de una casa a la otra con gran ceremonia. Fuimos a una de esas casas, la gente se juntaba alrededor de él, tomando cervezas, fumando, platicando, rezando y cantando, rodeados por velas e incienso. A Maximón se le metía un cigarro en la boca y se lo prendían, una joven pareja pedía su bendición para su casamiento, las caras eran intrigante dentro de esa casa con luz tenue y se mezclaban con las caras de los santos que llenaban el cuarto. Me sentía viajando en el tiempo, absorbido por una cuarta y desconocida dimensión que me arrastraba en un espacio impalpable. En la iglesia, los santos recibían los rezos y lamentos con olor a copal.

 

 

 

 

Continuamos nuestra navegación para cruzar el lago, el Xocomil se había levantado y las olas se hacían más altas y cortas haciendo vibrar la lancha y alcanzamos Santa Catarina Palopó donde nos recibieron en el muelle las mujeres con sus trajes tejidos de color turquesa y una falda negra tejida a mano y los hombres con sus pantalones bordados. La iglesia que data de 1726 luce un hermoso campanario, la gente es cálida, el pueblo es tranquilo y disfrutamos de la excelente comida en el restaurante de la Villa Santa Catarina, a la orilla del lago.

 

 

 

Vestigios y volcanes

Seguimos entonces nuestro camino en coche, subiendo por las escarpadas faldas de las montañas que rodean el lago, atravesando los bosques y unos pueblos olvidados en el tiempo hasta alcanzar la alta planicie donde descubrí la impresionante iglesia de Patzún, edificada por los misioneros franciscanos en 1540 y que aloja la imagen de san Bernardino, patrón del pueblo situado a 2 213 metros de altura. La gente pertenece a la etnia Cakchikel y domina el color rojo en la vestimenta adornada con bordados maravillosos. La iglesia luce una fachada blanca con relieves y en su interior impresiona el techo de estilo mudéjar. 

Finalmente bajamos en un soberbio valle para alcanzar la ciudad de Antigua. Nos alojamos en el suntuoso Porta Hotel Antigua que había sido una de las casas importantes de la ciudad. Santiago de los Caballeros de Guatemala fue el nombre original y fue fundada el 25 de julio de 1554 por Don Pedro de Alvarado, mandado por Cortés desde México, en el lugar donde se encontraba la capital Cakchikel. Tras varias peripecias de terremotos e inundaciones, se trasladó la ciudad al valle de Panchoy en donde podemos ahora visitar sus calles rectas con elegantes palacios e iglesias. Debido a que la ciudad se encuentra en medio de 3 placas tectónicas, los terremotos sacudían con frecuencia las iglesias y se decidió trasladar la capital al valle de la Ermita en 1774, abandonando lo que entonces se llamó La Antigua.

 

 

 

 

Se encuentra rodeada por los volcanes Acatenango, Agua, y Fuego que puede ser violento por su actividad constante, echando cenizas, piedras y lava, y Pacaya en activad con flujos de lava y emisiones de cenizas y piedras. Caminamos por las calles para descubrir el encanto de la ciudad donde las ruinas le dan un aire romántico. Junto al hotel descubrimos la  ruina de la ermita de San José el Viejo con su fachada barroca bien asentada para resistir los terremotos. Llegando a la Plaza Central, admiramos el imponente edificio de la universidad con su elegante portón y su estilo mudéjar. Alberga una imponente colección de arte colonial con soberbias pinturas y escultura policromadas. La catedral domina la Plaza, imponente edificio que ocupaba toda la manzana y que ha sufrido cambios a raíz de los terremotos y la fachada actual de estilo barroco y renacentista data de 1670. Caminamos entonces por la calle del Arco adornada por suntuosas casas. El arco amarillo fue construido para comunicar las dos partes del monasterio de Santa Catalina y le da un toque íntimo a la calle. Más adelante alcanzamos el convento de La Merced con su fabulosa fachada barroca en blanco y amarillo enmarcada por dos torres-campanarios de baja proporción y adornadas de esculturas, frente a la cruz de piedra del atrio. El monasterio era inmenso y todavía podemos apreciar su patio principal con la fuente más colosal de la ciudad acicalada por unos querubines.

 

 

 

 

Caminando por esas hermosas calles, descubrimos las elegantes casas coloniales, visitamos los monumentos religiosos más destacados: templo de Santa Teresa del cual solo queda la fachada; el convento de los Capuchinos con su imponente iglesia y su claustro; el templo del Carmen cuya ruina luce su fachada barroca ricamente decorada; el templo de San Pedro. Alcanzamos el pequeño parque adornado por el tanque La Unión  que eran unos antiguos lavaderos cubiertos por esos hermosos arcos que se reflejan todavía en el agua. En frente se encuentra el monasterio de Santa Clara que era de dos niveles con una iglesia monumental y todavía, dentro de esas ruinas, pudimos apreciar las dos fachadas de la iglesia con sus imágenes de santos. Al lado descubrimos San Francisco el Grande que sigue en servicio, con su portada ricamente decorada y sus capillas opulentas de arte colonial. Su claustro impone su belleza y en una capilla se encuentra la tumba del Hermano Pedro muy venerado. A los largo del muro del monasterio, encontramos las estaciones del Via Crucis y la calle lleva a la iglesia del calvario, pequeña y sencilla de estilo barroco. Paseamos por el parque de la Paz rodeado por el templo de la Escuela de Cristo y el convento de Belén fundado por el Hermano Pedro. Terminamos nuestra visita con la ermita de la Santa Cruz, al pie del cerro, hundido en la vegetación. Antigua es un mundo vivo en medio de las ruinas de iglesias y monasterios monumentales, donde el sabor de antaño juguetea con la nueva vida de una ciudad que vibra al son de sus bares, restaurantes, comercios, con un folklore muy auténtico. 

Saliendo de la hermosa ciudad, pasamos montes y pueblos y empezamos nuestra ascensión al volcán Pacaya hasta llegar en coche a la pequeña aldea de San Francisco de Sales. Subimos a caballo, pasando por un fresco bosque y alcanzamos el cerro Chiquito donde descubrimos la lava. Dejamos los caballos para seguir caminando sobre la lava retorcida, observando el cono Mackenney, cuyo cráter principal se encuentra a 2,252 metros de altura, del cual se escapaba humo Descubrimos un lugar donde se veía esa lava incandescente y tocándola con un palo, se prendía la madera. De regreso a la capital, nos hospedamos esa vez en el hotel Grand Tikal Futura, un edificio moderno con lujo y buen gusto al lado del centro comercial y con un buen restaurante.

 

 

Aventura inolvidable

Al siguiente día, muy temprano, tomábamos el vuelo que nos llevaba a Flores donde nos instalamos en el hotel Villa Maya, hundido en la selva, a la orilla del lago, observando los monos y caimanes. Seguimos entonces nuestro camino para entrar en el parque nacional de Tikal, una reserva ecológica de selva tropical alta de la cual surgen las impresionantes pirámides. Caminando por las veredas, descubrimos cada una de las empinadas pirámides adornadas por su templo de penacho agudo al pie de las cuales de abre una plaza delimitada por los palacios, subimos por andamios de madera a lo alto de ellas para dominar la selva observamos los tucanes, los coatíes, todo tipo de pájaros. Sigue siendo una ciudad impresionante que ha surgido de sus ruinas para maravillar el mundo moderno. 

 

 

Regresamos por carretera al siguiente día, atravesando campos de cultivo que habían desmantelado la selva, pueblos y ríos y nos encontramos con nuestro barco al pie del puente que cruza el río Dulce. Navegamos por el lago interno y salimos al mar para descubrir la hermosa isla Livingston que luce sus aguas cristalinas bajo el sol tropical, con su arena blanca, y seguimos nuestra ruta hasta Honduras para descubrir nuevas aventuras y las ruinas de Copán.

Guatemala es tierra de mayas, país de aventuras en medio de un rico pasado que sobrevive en sus mercados donde estallan los colores de los huipiles, donde las caras surgen de otros tiempos, donde las pirámides vigilan el futuro y los lagos reflejan el cielo que ha sido testigo de tanta historia. Hemos descubierto la aventura, unos paisajes suntuosos, los peligros del rafting y de la lava ardiente, la bendición de Maximón y la furia del Xocomil, nos hemos enamorado de lo colorido de ese excepcional lugar del planeta que late entre un fabuloso pasado y un colorido presente. Guatemala es en si una auténtica aventura.

 

 

Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney, Getty images, cortesía de INGUAT, STOCK.SC