La espiral que contiene el tiempo 

Parmigiani Fleurier consagra su última creación de Alta Relojería a un tema cultural y profundamente simbólico. El Laberinto, según la mitología griega donde nació, fue una creación del arquitecto Dédalo para encerrar en él al Minotauro. Desde entonces, se le han atribuido un sinfín de significados en todas las culturas y en todas las épocas y no ha dejado de fascinar nunca gracias a su carácter misterioso. Porque incluso delimitándolo, el sentido del Laberinto supera el descubrimiento del camino correcto; se refiere a su búsqueda.

Bajo los sutiles matices del jade verde, el Toric Quaestor Labyrinthe incorpora una repetición de minutos cuya melodía es de una pureza muy poco común, obtenida gracias a diversas particularidades de su diseño. En primer lugar, el movimiento se integra en la caja con una mayor estabilidad gracias a un punto de fijación adicional. Situada justo debajo del timbre, una pequeña pieza une el talón de este timbre con la caja, garantizando de esta forma una perfecta fijación y que el sonido se propague sin la más mínima interferencia a causa de las vibraciones.

 

 

A continuación, este movimiento incorpora un volante de inercia que supone una innovación importante. Aparte de garantizar una provisión constante de energía al muelle, este dispositivo permite que la repetición de minutos funcione sin que se produzca el más mínimo zumbido mecánico. Mientras los dispositivos anterioresfuncionan con los movimientos de una rueda dentada, el volante de inercia garantiza un silencio mecánico total y mantiene únicamente el melodioso repique de cada percusión. Por último, la caja de platino presenta una forma generosa y especialmente diseñada para lograr una acústica perfecta, con el fin de que la onda sonora oscile con las mejores frecuencias. La esfera de la pieza está constituida por dos capas que constituyen el laberinto. La capa de fondo es un disco de jade birmano de gran preciosidad sobre el que se superpone una placa calada de oro blanco y ambas dan forma a las ramificaciones del laberinto.

Mecanizada en primer lugar en máquinas de control numérico, esta placa se somete, a continuación, a un proceso de acabado que supone, en solitario, más de 35 horas de trabajo. Cada longitud de segmento o contorno del laberinto se angula a mano. Un total de 52 ángulos entrantes acentúan, de este modo, la profundidad y la belleza del laberinto. El laberinto, tal y como aparece representado aquí, es la estructura en la que uno se extravía. Se pierde el sentido de la dirección, la noción del tiempo y del mundo exterior; en ocasiones se alcanza un estado contemplativo y sereno. El laberinto es, ante todo, la búsqueda de uno mismo. 

 

 

 

Texto: Luis Peyrelongue ± Foto: ©Peyrelongue