Antes que nada quiero agradecer a los amigos de la revista Amura por su paciencia y sobre todo su confianza, pues reconozco que no soy nada fácil.

Algunas veces me enojo con mis manos por no poder hacer que escriban lo que experimento cuando estoy bajo las aguas de los mares. Eso me pasó preci- samente ahora, cuando ya era el momento de mandar mi colaboración y no tenía nada en mente. Por la mañana me preocupé mucho, pero aun así las ¡deas no fluían. Así que preferí ir a bucear a mi querido mar Caribe y dejar que mi mente vague un poco por esos tonos del azul. Mientras realizaba mi segunda inmersión me puse a pensar cuál había sido la historia del buceo en mi vida, y sobre esto quise escribir.

 

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Desde que yo recuerdo, la mar ha ejercido en mí un irresistible y mágico llamado. Me imagino que es la misma fuerte atracción que sintieron los primeros habitantes de este planeta, mal llamado “Tierra”, pues su nombre verdadero debería ser “Agua”, ya que su superficie está ocupada en 71 % por mares, ríos y lagunas.

El agua está compuesta por dos átomos de hidrógeno y un único átomo de oxígeno, la molécula del agua es auténticamente mágica, pues sus miles de propiedades hacen de ella, literalmente, el origen de la vida. En el correr de los años, al igual que nuestros antepasados, he ¡do respondiendo con gran pasión y prontitud al llamado de la mar.

El principio de la historia del buceo se remonta a cuando nuestros antepasados se sumergían en apnea durante apenas unos minutos para extraer su alimento diario, algunos más para recuperar objetos perdidos y los más valientes para realizar las primeras investigaciones.

Los seres humanos estamos mediocremente adaptados a las inmersiones profundas y prolongadas. Pero al paso del tiempo terminamos por inventar aparatos para poder permanecer mucho más tiempo en el fondo marino, encontrándonos con un mundo totalmente nuevo. De infinita hermosura y tranquilidad, se abre ante los ojos de quienes equipados con un tanque de aire comprimido, regulador, aletas y visor se atreven a romper el espejo de agua. Y aquí es donde realmente inicia la aventura submarina, pues sumergirse en las cálidas y transparentes aguas de los mares tropicales es como tener el reencuentro con sus habitantes en un medio natural, y produce gran satisfacción. 

 

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Ver, fotografiar, estudiar o simplemente dejarnos llevar por las corrientes en ese mundo submarino, donde nos podemos mover en tres dimensiones, escuchar los sonidos del silencio o simplemente flotar sin sentir el peso de nuestros cuerpos son otros motivos por los cuales no he podido alejarme de los mares.

Los inicios del buceo en la época moderna no fue- ron fáciles, pero el ser humano, en su lenta conquista de las aguas profundas, descubrió, a menudo a costa de su propia vida, las leyes de la descompresión.

Ahora yo, como muchos otros miles de aficionados al maravilloso deporte llamado "buceo", me sumerjo con más seguridad y comodidad, gracias a todos ellos que arriesgaron sus vidas.

Por más que conozco el océano, de su física, su química y su dinámica, nunca dejo de preguntarme cómo es que a través de los átomos de hidrógeno y oxígeno se formó el plancton unicelular primigenio, que fue, según algunos científicos, lo que dio paso al origen de la vida en la Tierra.

El océano es tan complejo que ya desde hace algunos ahos dejé de hacerme tantas preguntas y ahora sólo me sumerjo en él por el placer de ser y de estar.  

 

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Texto: Alberto Friscione Carrascosa ± Foto: Alberto Friscione Carrascosa