El encuentro con los tiburones martillo 

En medio de una de las más impactantes situaciones que el mundo vivió, después de los avionazos que derribaron las Torres Gemelas, la decisión ya estaba tomada, en esta ocasión me aventuraría a ir a conocer otras aguas del mundo, las del mar Rojo. El porqué queda demás decirlo, ya que ciertamente es uno de los lugares más bellos y extremos del mundo, sin mencionar la historia que estos lugares guardan.

El no estar acostumbrado a otro tipo de vida, religión y costumbres tan extremas como lo puede ser la musulmana, en primera vista puede ser un shock. Ver a las mujeres siempre cubiertas bajo sus velos es como adentrarse en una película de mundos muy diferentes a la vida occidental. Y así, al paso del tiempo, uno se empieza a compenetrar y entender más otro tipo de vida y cultura.

 

 

 

A mí siempre me ha gustado el realizar viajes largos en donde la experiencia vivencial sea mucho más rica que una simple visita de turista de solo un par de semanas, así que ahora decidí quedarme en la región por espacio de un año, en la zona de Sharm el Sheik, uno de los puntos mas turísticos de Egipto en la punta sur de la península del Sinaí. Sumergido entre dos enormes masas de tierra continentales en donde convergen, por un lado, las placas tectónicas de la región arábica y, por el otro, la africana, hacen que estas aguas se agranden año con año por el movimiento de dichas placas, y hacen que el mar Rojo quede conformado como uno de los mas grandes zoológicos naturales del mundo. La historia que encierra este lugar, sin mencionar la religiosa como puede ser el éxodo de Moisés, tuvo en años más recientes mucho movimiento navío de la Segunda Guerra Mundial, que hoy podemos apreciar bajo el agua como el Thiselgorm. 

En la zona de Sharm El Shiek se juntan, por un lado, el golfo de Suez más ancho y más largo, pero menos profundo sin llegar ni a los 100 m; y por otro, el golfo Aqaba, que llega casi a los 2 km de profundidad,  creando ambos fuertes corrientes que llevan una gran concentración de nutrientes, lo que equivale a mucha vida. Particularmente, en el golfo de Aqaba, por su mayor profundidad, los buzos nuevos en la zona deben de tomar sus precauciones, ya que hay lugares en donde las corrientes pueden ser tan fuertes hacia abajo, que las burbujas que soltamos a la hora de exhalar rompen las leyes de la física y lejos de subir, éstas bajan. Otro dato interesante al que no estaba acostumbrado es que en este golfo de Aqaba no hay fondo cercano, a diferencia del mar del Caribe mexicano, que podemos encontrarlo a 30 m, donde realizamos la mayoría del buceo recreativo. Así es que yo, como videógrafo, en donde gran parte del buceo lo veo a través de un lente, cuando veía algún animal pelágico que circulaba por estas aguas y quería dejarlo grabado en mis cintas, perdía la noción de mi profundidad y no regresaba sino hasta que mi computadora de buceo empezaba a hacer el llamado que era tiempo de subir.

 

 

 

Recordemos que gran parte de la vida marina ocurre en los primeros metros debajo de la superficie, en donde la luz natural del sol ayuda a su producción. Y es aquí en estas paredes donde se reúne una gran cantidad de especies muy coloridas. Eran en los meses de julio y agosto, momento en donde gran parte de los grandes animales pelágicos circulan estas aguas. Ya varias historias de buzos empezaban a confirmar lo que suponíamos, relatando el haber visto tiburones de varias especies.

Sabiendo esto, yo quería formar parte de estas historias y me sentía con el gusto e impulso de estar bajo el agua el mayor tiempo posible, tanto así que en el centro de buceo casi me forzaban a descansar antes de que pudiera adquirir la enfermedad de descompresión. Sin embargo, la excitación que sentía por ver toda esa riqueza y belleza bajo el agua era más grande que cualquier cosa, así buceé de manera ininterrumpida durante un mes haciendo tres inmersiones al día, y todo por gusto propio.

 

 

Para lograr ver a estos tiburones y ser parte de esas fantásticas historias, sabía que tenía que estar bien alerta de lo que pasaba más hacia mar abierto. Así que uno de los mejores buceos de mi vida lo tuve cuando venía grabando al grupo de buzos que llevaban mis compañeros de trabajo, y otro tanto volteaba hacia el lado opuesto alejándome cada vez más de la pared del arrecife que ellos venían disfrutando. De repente, a los pocos minutos del comienzo de la inmersión, logro percibir una serie de puntos que se movían en lo obscuro del azul, sin lograr descifrar qué podría ser.

En ese momento enciendo nuevamente la cámara de video, acerco y fijo mi ojo a la lente, sin volver a regresar la mirada hacia la pared y al grupo de buzos con quienes venía, pensando que todos ellos estaban viendo lo mismo que yo. Mi corazón empezó a palpitar con mayor intensidad al irme acercando más y más a estas manchas que venían como en una pared paralela a mí. Pude al poco tiempo darme cuenta que tenía ante mí una de las oportunidades que muchos buzos queremos experimentar en la vida: nadar entre una escuela de tiburones martillo. Ante el asombro, no lo podía creer, y sentimientos encontrados recorrieron mi ser;  por un lado, la excitación de tan majestuoso acontecimiento y, por el otro, no puedo negar también que hubo un tinte de temor de estar perdido en el azul, en medio de aproximadamente 50 o 60 tiburones que pude después contar en el video. En esos momentos pierde uno conciencia de su alrededor y no podía pensar en otra cosa sino en tratar de sacar las mejores imágenes del acontecimiento. Nunca antes había visto tantos tiburones juntos. Ver a esta especie Sphyenidae tan particular es algo impresionante, ya que su forma los hace muy especiales y distintos al resto. Se cree que lo peculiar de su cabeza se debe a la mejora en su visión periférica, que le permite ver casi los 360 grados en el sentido vertical y los hace más estables. A pesar de que pueden aparecer en solitario muchas veces, tienen grandes congregaciones y ahí estaba yo intentando meterme en el medio de una de ellas.

 

 

Texto: Alejandro Elizondo ± Foto: Valentina Cuchiara y Alejandro Elizondo