Después de más de cien años de haber nacido, Maurice Ravel sigue siendo considerado uno de los grandes innovadores de la expresión musical.

Su obra, sonora y brillante, atrae al auditorio y a los grandes músicos.

Maurice Ravel nació el 7 de marzo de 1875, en el pueblo de Cibourne, Francia, cerca de los Pirineos. Cuando la familia se mudó a París, poco después de su nacimiento, algo de folclor vasco se fue con ellos. Esa influencia vernácula se había de notar en muchas de las obras de Ravel, especialmente en su ópera La Hora Española, así como en la composición orquestal Rapsodia española.

En 1899 presentó un cuadro de auténtico sabor español, la irresistible Pavana para una infanta difunta. Esa obra juvenil gustó a todos, menos al compositor, que la llamó incompleta y tímida. Originalmente era para piano solo, aunque se conoce mejor en su transcripción para orquesta. En esta hay un delicado solo de corno, endemoniadamente difícil de tocar. No se sabe mucho acerca de las razones que lo llevaron a adoptar el curioso título. No hay programa musical que lo explique, salvo el ritmo típico de la pavana, danza del Siglo XVI, original de Italia y popular en España, donde se bailaba en ciertas ceremonias. Seguramente, el compositor se llevó a la tumba algún secreto, porque sólo así se puede explicar la lánguida y sensual realización de una de las más grandes melodías conocidas. Cuando Ravel tenía 12 años, su padre lo inscribió en el Conservatorio. Aunque el muchacho no mostraba cualidades de niño prodigio o un entusiasmo desmedido por la música, progresó rápidamente bajo la dirección de los maestros Gedalge, De Bériot y el célebre músico Gabriel Fauré. 

 

 

El joven Maurice se inclinaba hacia ciertas combinaciones armónicas que no formaban parte de los libros de texto. Por eso, cuando decidió concursar por el Prix de Rome, no obtuvo el primer lugar, si bien los jueces no pudieron negarle el segundo. Ravel volvió a concursar. Deseaba el primer lugar, mas la rigidez del jurado se volvió a imponer. Esto provocó la renuncia de De Bériot, director del Conservatorio, que se negó a hacerse partícipe de semejante injusticia. Ravel continuó componiendo, pese a todo. Nacieron entonces obras como la Pavana para una infanta difunta y Juegos acuáticos, ambas para piano, así como un grupo de canciones para orquesta. Compuso los Espejos y Gaspar de la noche, en lujosas versiones orquestales, la deliciosa Suite Mamá la oca descrita alguna vez, como una filigrana de pensamientos exquisitos, y finalmente con el estreno de La tumba de Couperin llegó el reconocimiento público a la obra de este músico impar. Serge Diaghileff, el célebre coreógrafo y empresario ruso le encargó un ballet: Dafnis y Cloe. El estreno se llevó a cabo en 1912, bajo los auspicios del Ballet Ruso, la mejor compañía del mundo en su época. La pieza, maravillosamente orquestada, muestra la imaginación poética de Ravel en toda su extensión, y sin embargo, escuchándose como música pura posee una calidad descriptiva verdaderamente estimulante. 

Así y todo, el estreno no fue bien recibido, incluso hubo puñetazos entre los que aplaudían y los que pensaban que aquello era algo horripilante. La coreografía de Fokine se basa en una antigua leyenda griega, en la que se relata el amor de Dafnis y Cloe. Actualmente, la obra se ha hecho famosa en los programas sinfónicos y forma parte del repertorio más conocido de las grandes orquestas.

 

 

 

El compositor interrumpió su carrera al ser llamado a las filas en la Primera Guerra Mundial. Fue chofer de ambulancia, no aviador, como habría deseado, pero su entrega fue total. Aun en los momentos más difíciles realizaba su tarea con entusiasmo. Meses después regresó a París. Volvía con el pelo cano, una total actitud de rechazo y con los nervios en tal estado de alteración, que debió ser internado en un hospital. El Concierto para la mano izquierda fue una auténtica prueba de la capacidad artística de Ravel. Deseaba ofrecer un homenaje al famoso pianista austriaco Paul Wittgenstein, que había perdido el brazo derecho combatiendo. El caso apuntaba hacia la tragedia, pues la carrera del pianista aparentemente había finalizado. Wittgenstein mostró sin embargo un valor increíble. No podía aceptar la derrota. Se dirigió a varios compositores y les pidió que escribieran música exclusivamente para su mano izquierda. Cabe decir que Wittgenstein era un verdadero virtuoso del piano, ampliamente reconocido. 

El hecho conmovió a Ravel, cedió además a la atracción de aceptar un difícil juego cerebral. Ravel tenía una personalidad singular, gustaba de lo poco usual y de la experimentación. Se hallaba en aquel momento bajo la influencia del jazz, así que -aunque no de manera expresa- hay toques en el concierto que provienen de sus visitas a Harlem y el Greenwich Village, en Nueva York.

Aunque  el concierto tiene un solo movimiento, se perciben las tres secciones claras y fáciles de identificar. La orquesta prepara el terreno con cierto misterio y una auténtica oleada musical, entra entonces el piano, con fuerza enorme, y empieza su diálogo con la orquesta. Tras un Andante, en el cual el piano coquetea con el corno inglés, sobreviene un momento de respiro y se entra de lleno en una tarantela que abre la cadenza final, francamente inmisericorde para el solista. La obra termina con gran brillantez.

El Concierto para la mano izquierda es,  en verdad un espectacular tour-de-force. Constituyó la última obra maestra de Ravel. Concebido entre 1930 y 1931, estrenado en Viena en enero de 1932, con Wittgenstein al piano y Ravel en el podio, causó sensación. Un año después fue llevado a París; con él los franceses redescubrieron el valor indomable y la capacidad de sobreponerse a la tragedia para resurgir victoriosamente.

Se compara con frecuencia a Ravel con Debussy, pero el parecido es demasiado superficial para tomarse en serio. Ambos son músicos impresionistas, es cierto, pero cada uno tomó el camino de su propia individualidad. No han faltado críticos para los que la obra de Ravel no ha pasado de ser “música de café”, música fea, de un horrendo modernismo. Y es que, siempre, los innovadores deben enfrentar la incomprensión, aun la hostilidad del crítico y del público.

Apuntemos ahora algunas notas sobre el famoso Bolero, posiblemente la pieza clásica más divulgada en su género. Al mismo Ravel le sorprendió el éxito, ya que solía componer para públicos pequeños, y de pronto descubrió el triunfo popular. El Bolero se tocaba en las salas de concierto, en la radio, en discos y en sinfonolas, de modo que le convirtió en el compositor más gustado de Francia. Cuando Ravel se reintegró al trabajo, después de la guerra, la célebre bailarina Ida Rubinstein le encargó un nuevo ballet. Así nació el Bolero. El escenario representa una taberna española en la cual una bailarina danza sobre una mesa, rodeada de espectadores. La danza emplea castañuelas, pero solo desde el escenario. Los espectadores escuchan con gran calma, mas poco a poco la música se apodera de ellos. Terminan cautivos, en un frenesí colectivo.

 

 

 

 

 La música ofrece un tema de cierta languidez, que recibe el insistente y constante acompañamiento de una tarola. Dos melodías se repiten, una y otra vez, aunque en forma notable, pues hay variedad y desarrollo gracias al colorido instrumental. El efecto del Bolero, cuando se escucha por vez primera, es devastador. El arrastre rítmico se apodera siempre del auditorio. En 1923, el director de orquesta Serge Koussevitzky pidió a Ravel que orquestara los cuadros en una exposición del compositor ruso Modeste Mussorgsky. La obra para piano era magnífica, pero Ravel había probado lo que podía lograr con la orquesta. Gracias gracias a la, la inspiración de Moussorgsky tomó una nueva dimensión. El ruso era descuidado como compositor, aunque su genio era tal que llegaba a terrenos nunca antes explorados. Ofrece por primera vez en la música, el estudio psicológico de algunas situaciones humanas. Ravel no desaprovechó estos aspectos: al contrario, unidas las fuerzas creadoras de dos genios, los resultados fueron maravillosos.

Al igual que su compatriota Debussy, Ravel odiaba viajar. Permanecía en Francia el mayor tiempo posible. Soltero, en parte por su pasión por coleccionar curiosidades y vivir rodeado de gatos, hubiera enloquecido a cualquier mujer. Ravel amaba profundamente a los niños y gozaba de su compañía. Pasaba horas jugando con los pequeños Jean y Mimie Gobedski. A ellos dedicó la encantadora Suite Mamá la oca, compuesta de cinco piezas infantiles que evocan un encantador mundo de fantasías.

La obra fue escrita en 1908 en La Grangette (pequeño granero), en la provincia de Valvine. Se encontraba allí el editor musical Jacques Durand que observaba los juegos de Ravel y los niños. Diariamente Maurice preparaba una composición, que ejecutaban al piano a cuatro manos. Todo era diversión. Durand, sin embargo, tomaba en serio el asunto. Logró incluso que Ravel hiciera lo mismo. Al fin, los niños Gobedski tocaron la obra el día de su estreno. Desde ese momento, Ravel insistió en que fuera presentada únicamente por gente joven. Y así llegó la obra a París, interpretada por dos niñas, una de seis y otra de diez años.

Posteriormente se encargó a Ravel la edición de la Suite y su transformación en ballet. La versión orquestal adquirió rápida popularidad, sin que la Suite haya dejado de ser una de las obras favoritas de los jóvenes pianistas. Las partes de la versión orquestal son: Pavana de la bella durmiente, Pulgarcito, Laideronnette, Emperatriz de las pagodas, Las conversaciones de la bella y la bestia, y El jardín de las hadas. Es música que no requiere explicación alguna y que encanta por igual a todos.

En 1932, Ravel sufrió un accidente automovilístico que le causó una postración nerviosa. Jamás se repuso. El hombre guardó la lucidez, pero su memoria había desaparecido, y con ella, el poder creativo. Vivió en gran quietud en su villa Montfort L’Amaury, cerca de París, hasta su muerte, en 1937.

 

 

 

Discografía de Maurice Ravel

  • Bolero
    Staatskappelle, Dresde
    Sir Neville Marrine, Director (Philips)
  • Bolero,
    “Una barca sobre el océano”, “Mamá la Oca”, Rapsodia Española
    Filarmónica de Berlín, Pierre Boulez, Director (DG)
  • Concierto para Piano en sol
    Arturo Benedetti Michelangeli, Philharmonia Orchestra, Ettore Gracis, Director (EMI)
  • Concierto para Piano en sol , Concierto para la Mano Izquierda
    Jean-Philippe Collard, Orquesta Nacional de Francia, Lorin Maazel, Director (EMI)
  • “Dafnis y Cloe” (ballet completo)
    Filarmónica de Berlín, Pierre Boulez, Director (DG)
    Orquesta Sinfónica de Dallas, Eduardo Mata, Director (RCA)
  • “Don Quixote a Dulcinea”
    José Van Dam, Bajo, Orquesta de la Ópera de Lyon, Kent Nagano, Director (Virgin Classics)
  • “El niño y los sortilegios” (Ópera completa), “Sheherazade: Tres poemas y Obertura de las Hadas”
    Alliot-Lugaz,Catherine Dubosc, Orquesta Sinfónica de Montreal, Charles Dutoit, Director (Decca)
     “L’Heure Espagnole” (Completo) Suzanne Danco, Heinz Rehfuss, Orquesta de la Suisse Romande, Ernest Ansermet, Director (Decca)
  • “Mamá la Oca” (Completo),
    “Pavana para una infanta difunta”,
    “La tumba de Couperin”,
    “Valses nobles y sentimentales”
    Orquesta Sinfónica de Montreal, Charles Dutoit, Director (Decca)
  • Música Orquestal Completa
    Orquesta de Minnesota, Stanislaw Skrowaczewski, Director (Vox)
  • Música para Piano (Completa)
    Abbey Simon (Vox) Philippe Entremont (Sony)
  • Tzigane (Rapsodia de concierto)
    Itzhak Perlman, Orquesta de París, Jean Martinon, Director (EMI) Maurice Ravel

 

 

Texto: Ricardo Rondón ± Foto: F. Axel Carranza