El Museo Kunstsammlung Nordrhein Westfalen, de la ciudad de Dusseldorf, presenta actualmente y hasta enero del 2008 la exposición Hiroshi Sugimoto. Esta muestra continuará itinerante hasta principios del año 2009 en el Museo Moderno de Salzburgo, en la Galería Nacional de Berlín y en el Museo de Arte de Lucerna. Son unas 60 fotografías en gran formato, que abarcan los 30 años de su producción artística.

Hiroshi Sugimoto nació en Tokio en 1948. En los años setenta estudia fotografía en Los Ángeles y tiempo después se muda a Nueva York, donde comienza a trabajar sus series fotográficas. La particularidad de su trabajo es que se conforma por series, algunas han perdurado desde los inicios de su carrera hasta hoy en día. Todas convocan una reflexión sobre el tiempo, la memoria, la transitoriedad y, al sesgo, hacen comentarios a la historia de la representación.

 

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“Ha sido mi intención usar recursos de la fotografía en orden de hacer visible un estado primordial de la memoria humana. Ya sea la memoria individual, cultural o la memoria colectiva de la humanidad como un todo, es una cuestión de retroceder en el tiempo y rememorar de dónde venimos y cómo es que llegamos a existir."

El acto fotográfico, como tiempo suspendido, es llevado al límite en el trabajo de Sugimoto: estira la lógica instantánea del medio y la hace durar. En ese tiempo, en esa duración, se manifiesta tanto el pasado como el presente, se alcanzan, se fusionan. Las series Theaters y Dríve ln Theaters (1975-2001) son imágenes espectrales que logran conjugar la imagen movimiento de la cinematografía y la imagen tiempo de la fotografía. Sugimoto deja abierto el obturador de la cámara durante toda la proyección de la película. El resultado es un sintético rectángulo, intensamente blanco y luminoso, en el que resuena el eco del arte minimalista de las décadas de los 60 y los 70. Si tomamos en cuenta que, para lograr la sensación de movimiento, la proyección cinematográfica recurre a 24 cuadros fijos por segundo, y que Sugimoto comprime en una sola imagen la información proyectada durante dos horas, se revela ante nosotros la luz como la esencia de ambos medios. En el recuadro blanco de la pantalla de cine quedan registrados el tiempo y el cambio, evocando quizá el concepto de vacío en la práctica espiritual zen. Las horas blanquecinas, los momentos tardos se encuentran retratados en estas instantáneas demoradas, en las que el aparente vacío de información es pura saturación.

 

Otra forma de temporalidad la encontramos registrada en la serie Portraits, (1999). Los retratos están tomados en el Museo de Cera Madame Tussauds, de Londres. Las momificaciones de la vida que atestan los museos de cera cobran un nuevo semblante bajo el lente fotográfico de Sugimoto. Como en Dorian Gray, el tiempo se detiene en las inevitables falsificaciones de la vida que son estos personajes. Pero el aspecto ilusorio y el simulacro desaparecen tras la apariencia del exacerbado realismo bajo el cual estos retratos bien podrían en un descuido ponerse a respirar. En esta serie, como en la de Dioramas (1975-1999) Sugimoto explora un fenómeno similar. Los dioramas fotografiados en los museos de historia natural ponen en tensión la problemática que ha acompañado a la fotografía desde su invención: la ambigua y frágil bisagra entre la realidad y la ficción, la verdad y la verosimilitud. El aspecto falso y artificial que todo diorama desprende cuando se lo mira en persona debido a la perspectiva de la visión bifocal desaparece en el ejercicio de tapar un ojo, tal como funciona el ángulo focal de la cámara. Estas fotografías son un golpe contra nuestra suposición de lo real porque, irónicamente, la imagen fotográfica alcanza una verosimilitud que la realidad no logra obtener. Nos viene a la mente la sentencia de Joan Fontcuberta: “Toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera".

Pero volvamos a las reflexiones del tiempo, la memoria y el origen, evocados en las fotografías de Hiroshi Sugimoto. En la serie Seascapes (1980- 2003): “Pensaba en la impresión humana más antigua. El tiempo en que el primer hombre nombró el mundo que le rodeaba, el mar", apunta el fotógrafo. Hay un eterno inmutable, una antigüedad innombrable en las inútiles capturas del mar que hace Sugimoto. Se lanza en busca del tiempo originario a los mares del mundo, Mar Egeo, Mediterráneo, Pacífico. Tratando de reanimar la memoria colectiva de la humanidad, el tiempo en que el primer hombre nombrara el infinito que atisbaba. Se balbucea la palabra: “mar”. Y toda palabra queda pequeña, borrando pronto la huella de su estela. En el esfuerzo por capturar diferencias y similitudes, por registrar la memoria, advertimos que el mar es uno y siempre el mismo. El mar es tiempo suspendido en la identidad de sí mismo. Qué evidencia tan terrible: el tiempo, la mutabilidad y la mortalidad, son cosas de esta Tierra. 

 

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Texto: Anarela Vargas ± Foto: Cortesía del museo Kunstsammlung Nordrhein-Westfalen