El impresionismo, los cuadros y los pintores impresionistas son en la actualidad los más caros, los mejor vendidos, los más demandados por los ávidos coleccionistas, pero no siempre fue así. Hoy en día estas obras amables y luminosas decoran las casas de los grandes millonarios de los cuatro continentes, pero en su tiempo fueron piedra de escándalo, al público en general le escandalizaban las telas aparentemente inacabadas, a los críticos les resultaban incomprensibles manchas de color sin perspectiva ni dibujo definido. Pasaron unos cuantos años antes de que se convirtieran en clásicos, en piezas obligadas de todo museo o colección moderna que se preciase de serlo, precisamente porque el impresionismo es de alguna forma la inauguración de lo moderno en el arte, la puerta de salida del clasicismo académico, de un arte que desde el Renacimiento se había hecho acomodaticio, alejado de la gente.

 

 

Fue la primera esclusa que se abrió y a la que seguirían las sucesivas oleadas vanguardistas hasta el desbordamiento total del arte en cuanto a profundidad y anchura a lo largo del siglo XX.

Si unimos el concepto impresionista al tema del mar, tan caro para los lectores de nuestra revista, nos encontramos con obras de gran belleza, trabajos que daban al arte y su historia de más 500 aftos continuados un giro de 360 grados. Son cuadros y autores que salieron de los talleres para mostrar la naturaleza, no como es sino como la vemos, como la percibimos, como la sentimos. Todo buen navegante sabe que el color del mar nunca es igual, que su textura y apariencia varían con cada hora del día, con cada leve cambio climático, sabe que la atmósfera, la luz, el ambiente nunca son ¡guales, todo eso querían mostrar los impresionistas, y vaya que lo lograron.

Por supuesto que existen antecedentes del impresionismo, y no sólo en cuanto al paisaje como género cultivado ampliamente desde el siglo XVII en especial en los Países Bajos, sino también como experimentación expresiva que iba más allá del realismo. El inglés William Turner (1775-1851) recupera la tradición holandesa de escenas marinas del siglo anterior, ofreciendo un arte atmosférico, cargado de romanticismo. Otro contemporáneo suyo, el extraordinario John Constable (1776-1837) ya apuntaba respecto al paisaje como tema: Nunca se parecen entre sí dos días o dos horas. Desde la creación, no ha habido dos hojas que sean idénticas.

 

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Eugène Boudin (1824-1898) introducirá a Claude Monet en el tema del paisaje que entonces, en la segunda mitad del siglo XIX, no era nada bien visto. Las escenas campestres sin hadas ni seres mitológicos no eran populares, un paisaje que no fuera idealizado se veía como una copia de la realidad sin demasiado valor. Pero un temblor de imprevisibles consecuencias iba a sacudir la capital mundial del arte, París, donde desde 1673 se celebraban exposiciones en un salón del Louvre controlado por la Academia de Bellas Artes. En la exposición de 1863, casi 200 años después, el deseo de cambio surge en la pintura: más de 3,000 artistas son expulsados de la selección, se arma tremendo escándalo, las protestas se suceden; finalmente, cuatro años después, el emperador Napoleón III organiza el Salón de los Rechazados donde las nuevas tendencias de los artistas más jóvenes encuentran una cierta salida pública. El jurado del salón oficial argumentaba que: Se trata de una banda que persigue un arte nuevo y revolucionario. Algunos de ellos poseen un talento innegable. Si concediéramos a su grupo la aprobación oficial (...) ello significaría la pérdida del arte en mayúsculas y la tradición.

En 1868 esta iniciativa se volverá aún más libre al convertirse en el Salón de los Independientes que se declaraba ajeno a la acomodaticia visión del arte que tenían los artistas académicos. En esta ocasión el escándalo viene de la mano de Edouard Manet y su Almuerzo sobre la hierba que es una bisagra entre el clasicismo y el Impresionismo. La mezcla entre la naturaleza, el desnudo y los dos personajes masculinos vestidos a la usanza generó desconcierto y crispación del público y los expertos que lo veían como una provocación. Lo mismo pasaría con su Olympia en 1865 descrita como obscena.

 

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Pero el gran evento plástico será la considerada primera exposición netamente impresionista de 1874, organizada a instancias del marchante de arte Durand Ruel en el antiguo estudio del famoso fotógrafo Nadar en el Boulevard des Capulines en París. Reunirá lo más granado del incipiente nuevo arte: Edouard Manet (1832- 1883), Claude Monet(1840-1926), Pierre Auguste Renoir (1841-1919), Edgar Degas (1834-1917), Camille Pisarro (1830-1903), Paul Signac (1863- 1935) Alfred Sisley (1839-1899) y muchos otros muestran sus obras renovadoras, abiertas al mundo, a un mundo donde la modernidad estaba a la vuelta de la esquina. Los expertos se mostraron divididos, unos pocos los alabaron, la mayoría se rió de ellos, unos decían que los cuadros estaban inacabados, otros que habían disparado el color sobre el lienzo con pistolas. Un crítico, Louis Leroy, tomando el nombre del cuadro presentado por Claude Monet, Impresión: sol naciente, los nombró a todos como “impresionistas", y así quedaron englobados en un grupo muy heterogéneo pero con muchas cosas en común. Para ellos el arte debía valer por sí mismo, más allá de ideas morales, históricas, mitológicas o literarias. Debía contenerse a sí mismo: la pintura no era una forma de representar la realidad sino una forma de ver la realidad siempre cambiante.

 

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El dibujo que había sido la base de todo arte desde el Renacimiento deja paso al color. En lugar del cla- roscuro tradicional los impresionistas usaban el contraste entre colores puros, las sombras no son negras, son más terrosas o más azules depen- diendo de la luz, las formas se difuminan en el dinamismo, en la atmósfera siempre cambiante. Los impresionistas pretenden: dar con sinceridad absoluta, sin compromisos o atenuantes, con procedimientos simples y amplios, la impresión que en ellos suscitan los aspectos de la realidad, escribía Émile Blemont en 1876. Los impresionis- tas supusieron una oleada de aire fresco para el anquilosado arte decimonónico; un siglo después sus obras dominan el mercado, son las más fáciles de entender, son alegres y decorativas. Además el mar es muchas veces el protagonista como en la presente selección hecha sólo para el placer de la contemplación, disfrútenlo. 

 

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Yo persigo un sueño, el sueño de lo imposible. Los otros pintores pintan un puente, una casa, una barca. Yo quiero pintar la atmósfera en la que se hallan el puente, la casa y la barca. La belleza del ambiente en que se encuentran, y esto no es otra cosa que lo imposible.

 

Claude Monet

Texto: Josu Iturbide ± Foto: IMGRES • AH