Geografía y la imagen del mundo
Sin duda el mar fue uno de los primeros grandes obstáculos que enfrentó el hombre en sus travesías. Pero no cabe duda que nunca ha sido una limitante a su capacidad de superar retos. Desde un principio, los navegantes tuvieron el interés de representar la línea de costa, lo que permitió ir construyendo el mapa del mundo conocido. Tal vez los mejores ejemplos de este tipo de mapas, conocidos como portulanos, sean los que corresponden al mar Mediterráneo, elaborados por cartógrafos mallorquines durante el siglo XIV.
Así, se inicia la construcción del imago mundi, que se reforzará durante los dos siglos siguientes, cuando Portugal y España lanzan numerosas exploraciones más allá de las “columnas de Hércules”, y se adentran en el Mar Tenebroso, el desconocido océano Atlántico. La imagen del Mundo se configurará así gracias a las descripciones de las nuevas tierras descubiertas y a las relaciones de los viajes. Bien podría decirse que esta imagen del mundo se construye en apenas 40 años, entre el descubrimiento del Cabo de Buena Esperanza por Bartolomé Díaz, en 1487, y el regreso de Juan Sebastián Elcano a la Península en 1522, tras la expedición comandada por Fernando de Magallanes alrededor del mundo. Debemos reforzar la idea de que estos descubrimientos no fueron por el azar. Se relacionan directamente con el perfeccionamiento de instrumentos y técnicas de navegación, pero, sobre todo, se deben ligar con el desarrollo del comercio. El descubrimiento del Nuevo Mundo y el dominio de las rutas marítimas serían las bases de la expansión política y económica de los Estados y modificaron el equilibrio político-económico de Europa.
Para el caso particular de la costa Nueva España que baña el Océano Pacífico la situación fue un tanto diferente. Desde los primeros años del descubrimiento existió un gran interés por parte de marinos y cartógrafos por conocer e incorporar a los mapas los territorios recién ocupados. Para los europeos ello tenía un indudable interés geográfico e intentaron conocer más aunque para ello fuera necesario recurrir a mitos y leyendas.
Así, por ejemplo, cuando Gonzalo de Sandoval recorría la provincia de Cihuatlán le informaron de la existencia de una isla “toda poblada de mujeres… rica en perlas y oro”. Esta información coincidía con lo que se leía en un famoso libro de caballería de la época, “Las sergas de Esplandián”, de Garcí Ordóñez de Montalvo, publicado en Salamanca en 1510:
“Sabed que a la diestra mano de las Indias hubo una isla llamada California… la cual fue poblada de mujeres negras, sin que algún hombre entre ellas hubiese, que casi como las Amazonas era su forma de vivir... la ínsula en sí la más fuerte de rocas y bravas peñas que en el mundo se hallaba, sus armas eran todas de oro… que en toda la isla no había otro metal...”
El libro y la información dada a Gonzalo de Sandoval, sin duda debió despertar el interés de los conquistadores por buscar esa mítica isla(1). Pero al mismo tiempo hay otro gran interés geográfico: la búsqueda del Estrecho de Anián, que comunicaría a la mar del Norte (el Atlántico) con la mar del Sur (el Pacífico). Y a ello dirigió Hernán Cortés parte de sus esfuerzos.
Un segundo momento de gran importancia será la participación de Sebastián Vizcaíno en la expansión española en el océano Pacífico. A finales de 1599, el rey Felipe II expide una real cédula que aprueba la exploración de las costas de California con el objetivo específico de levantar cartas geográficas de aquel litoral. Como general de la expedición se nombró a Sebastián Vizcaíno, por su experiencia en la navegación y el conocimiento que tenía de aquellas costas.
Si bien el origen de su participación es por razones puramente comerciales -la explotación de yacimientos perlíferos y la búsqueda de oro y plata en la península de California-, desarrollará una activa labor a favor de la exploración de aquellos territorios. Vale recordar que gracias a esta expedición aparecerán en la geografía californiana nombres como las bahías de San Bernabé, San Diego, Monterrey –a la que propone como posible puerto para los navíos que regresan de Manila-, Pinos y San Francisco, el canal de Santa Bárbara y el río Carmelo, que se mantienen hasta hoy.
Pese a este esfuerzo, los territorios septentrionales cayeron en el abandono y sólo la labor de la Compañía de Jesús permitió una lenta y exigua ocupación. Ante las noticias que llegaban de Europa de que los rusos se estaban estableciendo en las costas del Pacífico Norte, en enero de 1768 se expidió una real orden para explorar y ocupar la Alta California. La fuerza que se organizó quedó al mando del comandante Gaspar de Portolá, y en ella intervinieron una serie de personajes que dejaron por escrito sus experiencias y, de hecho, todos los diarios han sido publicados en distintos momentos. Tal es el caso de los diarios de Gaspar de Portolá, Fernando de Moncada, Pedro Fages, fray Junípero Serra, fray Francisco Palou, Vicente Vila, Juan Pérez y Miguel Constanzó.
La expedicion constó de dos partes, una por mar, que contaría con dos bergantines o paquebotes, el “San Carlos” y el “Príncipe”, y otra por tierra, que partiría desde las misiones del norte de la península de California. De los participantes, destacamos la figura del ingeniero militar Miguel Constanzó, toda vez que nos legó importantes materiales sobre la geografía californiana. En primer lugar destacamos los dos diarios sobre este viaje. El primero de ellos, fechado en el “Puerto y Real de San Diego” el 7 de febrero de 1770 es parcial, en tanto que es el diario personal de Constanzó que hace referencia al viaje por tierra en busca del puerto de Monterrey, realizado entre el 14 de julio de 1769 y el 24 de enero de 1770. Si bien no se cumplieron las expectativas del mismo en este primer intento, dado que no encontraron el famoso puerto descrito 150 años atrás por Sebastián Vizcaíno, sí llegan a la bahía de San Francisco. El segundo diario, más breve pero sin duda más completo, es el “Diario Histórico de los Viages de Mar y Tierra hechos al Norte de California”, fechado en la ciudad de México el 24 de octubre de 1770. Este diario podría ser considerado la crónica oficial del viaje, toda vez que en él se narran las causas que dieron origen a la expedición, los preparativos seguidos en San Blas, en la península y, posteriormente, en San Diego, los hechos sucedidos a los expedicionarios hasta la fundación del presidio y de la misión de San Carlos de Monterrey y su posterior regreso a San Blas.
Este trabajo escrito se acompañó de varios levantamientos cartográficos. Tal fue el caso de “Plano del Puerto y Nueva población de San Blas sobre la Costa del mar del Sur”; “Plano de la Bahía de San Bernabé en el Cabo de San Lucas”; “Plano de la bahía de La Paz y Puerto de Cortés”; “Plano del Puerto de San Diego”; “Plano del fondeadero, o Surgidero de la bahía y Puerto de Monterrey”; “Plano del Real Presidio de San Carlos de Monterrey”; “Plano de la Costa del Sur correxido hasta la Canal de Santa Bárbara en el año de 1769”.
Pero, sin duda alguna, el más importante de todos los mapas levantados por Constanzó fue la “Carta reducida del Océano Asiático...”, que por la fecha que lleva, 30 de Octubre de 1770, con apenas dos días de diferencia respecto al “Diario de Tierra”, debía acompañarlo a éste. En términos generales, la carta cubre del paralelo 20º, desde cabo Corrientes, hasta un poco más del paralelo 42º, en la desembocadura del río de los Reyes y el cabo Blanco. Respecto a la longitud, cubre desde el meridiano 242 al 268, teniendo como punto de origen el meridiano de Tenerife, en las islas Canarias. La casi totalidad de la toponimia que aparece en la carta está referida a accidentes topográficos de la línea de costa, con excepción de algunas misiones de la Baja California.
Así, aparecen las desembocaduras de los principales ríos del noroeste, algunos puertos, cabos, bahías, y puntas, tanto del golfo de California como del océano Pacífico y un grupo numeroso de islas, llegándose a los 137 topónimos.
Finalmente, un breve dato sobre las condiciones de navegación que enfrentaron: El paquebot San Carlos zarpó de La Paz rumbo a San Diego el 15 de enero de 1769, con tan mala fortuna que encontró vientos y calmas que lo llevaron a alejarse más de 200 leguas de la costa, llegando a San Diego el 29 de abril, 110 días después, enferma de escorbuto casi toda la tripulación y la tropa que transportaba. El San Antonio zarpó un mes después, el 15 de febrero, encontrando mejores condiciones, por lo que sólo tardó 59 días en su trayecto, arribando a San Diego el 11 de abril, pero igualmente la tripulación se vio afectada por el escorbuto. Existió un tercer navío como parte de la expedición, el San José, que inició su viaje en fecha posterior a los navíos anteriores, y que debía alcanzar a los expedicionarios en Monterrey. Desgraciadamente, esta nave debió naufragar y nunca más se volvieron a tener noticias de ella.
Texto: Dr. J. Omar Moncada Maya | Director del Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México ± Foto: