Culturas diferentes e intrincadas

Al lado de Marbella, Puerto Banús es la marina más elegante de toda la costa española, un punto de atraque entre barcos de diseño y tamaño que comprueban riqueza y fama. Aquí llegan los impresionantes yates de los príncipes de Arabia Saudita, de la nobleza europea y de los artistas. En el muelle pasean los famosos de España, las terrazas se enorgullecen con las mujeres más bellas y mejor vestidas de la Costa del Sol, hombres elegantes que lucen lo más moderno y exquisito, y los más exuberantes coches que dan un toque especial a este lugar de encuentro.

Esta región, con sus 300 días de sol, invita a gozar de los placeres del mar, a navegar por las aguas tranquilas del Mediterráneo y recibir todo el color y calor del verano andaluz. Marbella es la “ciudad de la noche blanca”, por sus infinitas luces y animación. Los bares de tapas se llenan, las bodegas de flamenco desbordan y las discotecas retumban al ritmo de los DJ. La fiesta nunca muere antes de la madrugada. Los mejores terrenos de golf se localizan a lo largo de la Costa del Sol y es de ley comer en “Pepe” los mariscos o pescados a la sal.

 

 

 

Tierra adentro las huellas milenarias

En Puerto Banús se quedó esperándonos el velero de Amura, mientras íbamos a descubrir la región. Al pasear por los callejones de Marbella, repletos de boutiques y restaurantes, era muy agradable encontrar siempre a alguien famoso a quien reconocíamos. Visitamos la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, barroca, y la Basílica Paleocristiana del siglo III con su pila bautismal en forma de cruz. En San Pedro de Alcántara conocimos las termas romanas, y en Málaga descubrimos la catedral del siglo XVI, la Alcazaba, palacios e iglesias, y asistimos a una soberbia corrida en la Plaza de Toros de la Malagueta, construida en 1876.

 

En Puerto Banús se ven los impresionantes yates de los príncipes de Arabia Saudita, la nobleza europea o de artistas millonarios, mientras en el muelle pasean los famosos de España.

 

Exaltados por la belleza de la región fuimos a conocer los “pueblos blancos” de la sierra. Ronda, a unos 50 km y a 744 m de altura, se aloja en una meseta partida por un barranco de 100 m de profundidad y 70 de ancho, el famoso Tajo que separa la ciudad en dos partes, unidas por el espectacular Puente Nuevo del siglo XVIII. La catedral de Santa María la Mayor, con elementos árabes, la Alcazaba, la puerta de Almocábar o la casa del rey moro son maravillosos vestigios de la época musulmana de Ronda, una de las últimas plazas fuertes de Andalucía, reconquistada por los cristianos en 1485. El palacio de Salvatierra, de estilo renacentista, sorprende con sus indios americanos tallados en el frontón, y el palacio de Mondragón presenta dos patios con mosaicos y estucos de estilo mudéjar.

 

 

 

Nos quedamos atónitos frente a la Plaza de Toros, inaugurada en 1784 por la Real Maestranza, una de las más antiguas e importantes de España. En septiembre, la Corrida Goyesca revive la época de Goya, y en sus palcos se ve gente famosa, nobleza española, aficionados y amantes de la tauromaquia. Es un espectáculo fenomenal, una fiesta brava al estilo de Ronda, más austero que la escuela sevillana, creado por Pedro Romero (1754- 1839), nieto de Francisco Romero, quien estableció las reglas de la corrida. Uno de los mejores restaurantes para disfrutar de la comida andaluza es el Mesón del Escudero, antigua casa señorial con hermosa vista al Tajo, donde se come el solomillo de cerdo con champiñones, acompañado de vinos de Málaga o de la sierra.

Visitamos los pueblos de Grazamela, con su típica arquitectura preservada, rodeados por los bosques de pinos del Parque Natural de la Sierra de Grazamela. Gaucín, con una fabulosa vista del Peñón de Gibraltar y las costas de Marruecos, Zahara de la Sierra y su castillo, Setenil con sus casas construidas en el acantilado del río Trejo y Arcos de la frontera, hermosa ciudad al borde de un barranco. Descubrimos también Antequera, a 577 m de altura, con su casco antiguo y su Alcazaba, verdadera joya de la sierra; su iglesia de Nuestra Señora del Carmen, con su hermoso retablo barroco, que destaca entre todas las bellas iglesias de la ciudad, y en el Parador disfrutamos de una excelente cocina andaluza con el mejor aceite de oliva. Visitamos los Dólmenes de Menga, Viera y El Romeral, y El Torcal, parque natural donde hicimos trekking entre rocas de extrañas formas.

 

 

 

 

Tras la puerta de Gibraltar

Después de tanta fiesta y buena comida el velero de Amura nos llevó hacia el sur a descubrir un mundo más tranquilo. A lo largo de la costa las extensas playas de San Pedro de Alcántara y Estepona se extienden al pie de la serranía de Ronda y la Sierra Bermeja, hasta que ésta va a morir en el mar para formar el hermoso Peñón de Gibraltar, vigilante del estrecho que lleva su nombre.

Gibraltar es un monte multifacético: colonia inglesa en territorio español, considerado como uno de los pilares de Hércules, su nombre es de origen árabe (el comandante Tarik cruzó el Estrecho en el siglo VIII para conquistar España y lo llamó “Djebel Tarik”, montaña de Tarik), único lugar de España donde vive una colonia de monos. Protege la enorme bahía que vigila el puerto de Algeciras, donde abordan todos los ferrys que navegan entre España y Marruecos.

Cruzamos el Estrecho en su zona más angosta, entre Gibraltar y Ceuta. Ceuta es una ciudad insólita, entre los pliegues del Monte Hacho, colonia española en territorio marroquí. Es un puerto comercial muy importante con fuerte actividad militar, una pequeña marina y un constante vaivén de ferrys que cruzan el Estrecho.

 

 

 

Pasando el Cabo Almina aparece la larga y ventosa playa de Smir, donde hay hoteles y condominios que invitan a pasar las vacaciones de verano, especialmente en Martil, Smir y Restinga. Al fin del día alcanzamos la agradable marina de Cabo Negro, protegida por la sierra del Rif. Una vez instalados y mientras disfrutábamos de un tajine de pescado pudimos descubrir el sitio turístico con sus discotecas, restaurantes, hoteles y bares. Es una Costa del Sol al estilo marroquí.

El interés de anclar en Cabo Negro es descubrir los alrededores, y especialmente el pueblo de Chefchaouen, o Chaouen, como se conoce comúnmente. Es un lugar que ha conservado su magia. Fundado en 1471 por Moulay Ali Ben Rachid, para poder atacar a los portugueses que ocupaban Ceuta, Chaouen recibió su prosperidad por la llegada de los refugiados musulmanes y judíos que huían de Granada en 1494. La pequeña aldea empezó a crecer con la construcción de casas, las cuales se caracterizan por sus balcones, techos de tejas y muros blanqueados con cal. El pueblo parecía muy andaluz entonces, y en los años de la década de 1930 se decidió pintar los muros de azul, que hoy en día caracteriza sus calles. Hasta la llegada de los españoles, en 1920, los cristianos tenían prohibido la entrada al pueblo, amenazados con pena de muerte si lo hacían, y el idioma que se hablaba era una variante del castellano medieval.

 

 

Es un pueblo mágico, con sus callejones azules, sus parras que dan sombra en algunas placitas, los zaguanes de las casas, sus puertas misteriosas que se abren sobre unos patios escondidos y bañados por una luz azul, que devuelven de los muros una imagen como de hielo. Los olivos centenarios, las higueras o los árboles frutales alegran esa atmósfera extraña, donde las mulas cargadas de barriles de aceite de oliva se resbalan por los escalones lisos, los viejitos caminan con cuidado apoyados sobre su bastón, los amigos se sientan a la sombra para platicar y rehacer el mundo, y las mujeres entreabren las puertas para escuchar el chisme de la vecina.

 

Tánger y los callejones de la medina constituyen una novela de misterios, su pasado y su presente tejen y destejen intrigas y atraen a todos por la diversidad de su belleza.

 

La casas y los patios resaltan en su decorado con coloridos azulejos. Es uno de los lugares más misteriosos de Marruecos, con un peculiar ambiente a la sombra de la antigua Kasbah y protegido por las montañas que lo rodean. Los árboles de mora que sombrean la plaza Uta El Hammam datan de la época de cuando Chaouen era famoso por sus tejidos en seda. La torre octagonal de la mezquita construida en el siglo XV domina el escenario de ese pueblo empinado, escurrido en la ladera del río Ras el Ma, donde las mujeres lavan la ropa.

En los alrededores los pueblos embellecen los picos con sus mezquitas que lanzan el canto melancólico del rezo que retumba entre los olivos, cedros o alcornoques. Es un paisaje ideal para hacer excursiones a pie por las montañas del Rif. Por esos senderos hay mujeres cortando el trigo, niños que cuidan sus cabras, hombres que jalan una mula en la que va su esposa con un sombrero tradicional. Son las escenas que habitan esos soberbios montes e inventan la magia del norte de Marruecos.

 

 

 

Tetuán es la ciudad cercana a Cabo Negro. Fue fundada en el siglo III a.C., destruida por los romanos, reconstruida por los merínides en el siglo XIV, refugio de piratas, destruida por Enrique III de Castilla en 1399, reconstruida en el siglo XV por los musulmanes y judíos que emigraron desde Granada, y finalmente en 1912 los españoles la hicieron capital de la zona ocupada por ellos. La medina, con sus hermosas casas decoradas con azulejos, sus tiendas y sus mezquitas, recuerda mucho a Andalucía, y se habla aún el castellano, además del árabe.

 

Encontrarse con gente en el café o en el Haamam, regatear en el zoco, admirar la vista desde el Kasbah o visitar el palacio del sultán son placeres que se viven en esta ciudad que abraza civilizaciones.

 

Zarpamos de Cabo Negro, pasamos el puerto de Martil —que había sido bloqueado por los españoles en el siglo XVII para contrarrestar a los piratas—, por Ceuta, y entramos en la zona del Estrecho de Gibraltar, donde se acercan las costas de Europa y de África como si fuera un solo continente. La costa es hermosa, con sus colinas que caen al mar, el pueblo de Benzu, donde se han encontrado los restos de la ciudad ocupada por los fenicios, con su playa de piedras donde se mezclan pedacitos de coral rojo que el mar rechaza. El Djebel Musa, de 842 m, vigila el Estrecho, a tan sólo 15 km de Tarifa, la punta más sureña de España. En esa zona los vientos suelen ser muy traidores y el mar muy picado, por lo cual hay que navegar con conocimiento del reporte meteorológico. Unos delfines nos acompañaron cuando pasamos Ksar Es Seghir, pequeño puerto de pescadores protegido por su muralla portuguesa y su castillo, al lado del cual se construye un enorme puerto comercial destinado a complementar el saturado puerto de Tánger. Finalmente pasamos el Cabo Malabata, vigilado por su faro, y entramos en la magnífica bahía de Tánger, donde reina la ciudad blanca. Encontramos refugio en el pequeño puerto, donde se mezclan veleros y barcos de pesca, a un lado del gran puerto visitado por los barcos que cruzan el estrecho hacia Algeciras.

 

 

La mítica Tánger

Al pisar tierra empieza un mundo insólito, marcado por su pasado de intrigas a lo largo de los siglos, por su situación geográfica que hace de Tánger un lugar de paso entre África y Europa. Tánger y los callejones de la medina son una novela de misterios, las grandes avenidas de la ciudad nueva son el cruce de gente que ha venido de todo el mundo: emigrantes clandestinos que esperan su hora para cruzar el Estrecho, intelectuales que viven gracias a las vibraciones de la ciudad, ricos europeos que han comprado casas antiguas para recibir a sus invitados y rivalizar en fiestas, escritores que vienen a buscar su inspiración en cada rincón de la medina, pintores que necesitan la luz particular de Tánger, la gran ciudad cosmopolita. Así, entre tantos, podemos recordar que Ibn Battuta, viajero geógrafo, nació aquí en 1304, que el escritor norteamericano Paul Bowles vivió largos años en la ciudad, que Tahar Ben Jelloun, reconocido escritor marroquí, pasa mucho tiempo en Tánger.

Los callejones de la medina suben como por un laberinto misterioso hacia la kasbah, con sus hermosas puertas de madera, las fachadas blancas, los miradores hacia el puerto o el Estrecho, los joyeros, las tiendas de ropa, las exquisitas pastelerías, los cafés donde se sientan los hombres para ver pasar el tiempo, encuentros llenos de rostros fascinantes. Tánger cautiva por su gente y sus calles, donde el viento se esconde o el sol pasea para alumbrar el misterioso hechizo. Encontrarse con gente en el café o en el hamam, regatear en el zoco, admirar la vista desde la kasbah, visitar el palacio del sultán... Tánger es el encanto de una ciudad que ha vivido al cruce de las civilizaciones.

 

 

 

 

Los fenicios y los griegos establecieron un pequeño enclave, donde Hércules mató al gigante Antea y concibió al hijo Sophax con su viuda Tingis (origen del nombre Tánger). Durante el Imperio romano Tingis era capital de la Mauritania Tingitana, y a lo largo de los siglos pasó por manos españolas, árabes, portuguesas, inglesas y marroquíes, y finalmente, en 1923, Tánger fue declarada “zona internacional”, controlada por representantes residentes europeos. Era una ciudad cosmopolita donde todo podía pasar, y atraía entonces a toda categoría de gente, desde la aristocracia hasta las mafias. Tánger era muy intrigante. De nuevo marroquí con la independencia en 1956, conserva siempre un extraño lado que atrae. A veces el viento trae rumores de Europa o de África, que se mezclan en sus callejones internacionales.

 

Cabo Spartel es un lugar excepcional para observar las aves quew van de una continente a otro, saliendo de África hacia Europa, para regresar en Octubre.

 

Navegando desde Tánger, con un viento moderado, la vista es impresionante. Siguiendo el acantilado llegamos al Cabo Spartel, extremidad noroeste del litoral atlántico de África, donde acaba el Estrecho y empieza el Atlántico. El Cabo Spartel es un lugar excepcional para observar las aves migratorias, que en marzo van desde África hacia Europa, y regresan en octubre. A su pie se encuentra la bella playa Robinson, y en las entrañas del acantilado las famosas grutas de Hércules. Empieza entonces una larga playa que nos lleva al hermoso puerto de Asilah, donde encontramos el muelle para atracar en medio de yates y barcos de pesca.

Asilah es la perla del Atlántico, una joya enclavada dentro de su muralla portuguesa, que data del siglo XV, y rodea la ciudad. Al pasar Bab al Baha, o “puerta de mar”, se penetra en un universo de callejones bordeados de hermosas casas blancas decoradas con ventanas protegidas por “musharabieh” (celosías de hierro o madera con elegante diseño) que le dan un aire misterioso. Algunas casas se unen a la muralla para realizar unos pasajes sombreados, y la vista del cementerio Mijaheddin y la Kubba (mausoleo) de Sidi Mansur, junto al mar que asalta la muralla, es una de la más hermosas, con el minarete de la mezquita que domina la ciudad blanca.

 

 

 

 

Es un pueblo tranquilo que la gente invade en el verano para gozar de sus playas y comer mariscos, sobre todo los centollos en el restaurante “Casa García”, pero se sabe que Asilah ha conocido una historia tumultuosa durante dos milenios. Ocupada por los cartaginenses, los romanos, rechazando a los normandos venidos de Sicilia, tomada por los portugueses en 1471, retomada por los marroquíes en 1589, refugio de Er Raissouli, el bandido del Rif, resistiendo a los piratas, Asilah tiene un aire de gran dama con tamaño de pequeña niña, lo que hace que uno se enamore de ella.

Emprendiendo el viaje de regreso pasamos a lo largo de Tarifa, la bella ciudad blanca, la última de Europa, y llegamos al atardecer a Puerto Banús, encantados de esa hermosa navegación que nos había llevado a descubrir ese sublime rincón que es el norte de Marruecos, retacado de historia y de hermosos paisajes. Intrigas a través del tiempo, callejones misteriosos y ventanas asombrosas visten la región que une a España y Marruecos en un paisaje de montañas y pueblos blancos esparcidos alrededor de un mar siempre azul, mezcla del Mediterráneo y del Atlántico, sorprendente cruce de rutas y civilizaciones.

 

 

Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney