Se cree que originalmente eran piratas que venían desde un fiordo cerca de Oslo, para atacar las aldeas del Báltico, hasta llegar a Alemania, Inglaterra, Francia e Italia, por un lado, o hacia el este navegando los ríos de Rusia y llegando hasta Bizancio. Empezaron con estas incursiones a partir del año 793, y traían sus botines de regreso a sus tierras para fundirlos y crear hermosas joyas.
Eran maestros de la navegación y sus barcos fueron los más rápidos de la época debido a su ingenioso diseño. Podían navegar en mares con fuerte oleaje y también en aguas poco profundas. Sus barcos eran la envidia de toda Europa. A partir del año 839 comenzaron con la colonización de Inglaterra, Normandía, en el 911, y como la gente estaba dispuesta a pagar para estar en paz ellos cobraban impuestos. Otros se fueron hacia el oeste para colonizar Islandia, Groenlandia y llegar hasta América, en Newfoundland.
Estos navegantes eran hombres fuertes, se los reconoce con sus cascos con cuernos y vestidos con pieles, aunque también los vikingos eran una población rural y desarrollaron la agricultura, pesca, caza y el comercio. Los artesanos creaban bellas joyas, objetos de madera o bronce y vivían en casas de madera. Sus dioses eran vigorosos y amenazantes, tal como Thor, que dominaba el cielo.
El auge del reino de los vikingos terminó con la llegada del cristianismo a Escandinavia, en el siglo XI, trayendo la cultura de los países del sur de Europa. Se integraron al mundo del comercio, uniformando así la civilización europea.
La imagen de los vikingos ha sido idealizada por los cuentos y las películas. No obstante, en ellos siempre encontramos una parte de verdad que nos permite soñar con los tiempos de ese pueblo mítico, en que desafiaban las olas y el frío, atacaban y saqueaban aldeas, además de raptar a las guapas doncellas.
Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney