Costa Rica es un pequeño gran país que seduce por su naturaleza. Uno de los tesoros de ese entorno fabuloso es el misterio de sus volcanes y el bienestar que ofrecen sus aguas termales. Explorar los parques nacionales que abundan en el país es entrar a un mundo de sorpresas y aventuras. La invitación está hecha a disfrutar de cinco noches en Costa Rica, donde el cuerpo se relaja y el alma flota en cierto misticismo nacido de sentirse tan bien.
Primera noche: el Arenal
Al llegar al aeropuerto nos dirigimos directamente hacia la región del Arenal, atravesando las montañas tupidas de selva. El paisaje era majestuoso con una vegetación de lujuria que casi se montaba en la carretera. Finalmente alcanzamos el Hotel & Spa Arenal Nayara (www.arenalnayara.com), donde nos alojamos en una de las 50 casitas escondidas en medio de la selva, al lado del pueblo de La Fortuna.
Desde nuestra terraza y desde el jacuzzi privado teníamos una vista espectacular del volcán Arenal que mide 1,633 m y que está siempre en actividad. Luego de refrescarnos fuimos a caminar por el camino de los puentes colgantes que nos permitieron visitar el bosque tropical húmedo de esa reserva al pie del volcán, donde descubrimos una gran variedad de pájaros y animales. Cruzamos 9 puentes fijos y 6 suspendidos durante ese recorrido de 3 Km que dura 4 horas. Descubrimos unas ranas de color rojo con patas azules, observamos unos tejones, algunos pericos y perezosos.
De regreso al hotel, después de disfrutar de la piscina y de un fabuloso masaje en el Spa con tratamiento a base de barro volcánico y plantas locales, nos instalamos en el Sushi Amor, el restaurante romántico con vista al volcán, listos para degustar la cocina de fusión. La noche estaba despejada y podíamos observar la lava incandescente que creaba un cielo enrojecido. Dormir en medio de la selva es gozar de sus intrigantes ruidos, un verdadero misterio que encierra ese infierno verde que se vuelve un paraíso si se le ve desde el elegante refugio de las casitas.
Segunda noche: el Arenal
Después de un fabuloso desayuno con vista al volcán Arenal, nos dirigimos al Parque Nacional Tenorio donde empezamos la caminata de 8 Km (4 horas) para llegar a los “Teñideros” del río Celeste. Ahí se juntan dos riachuelos de aguas cristalinas y crean aguas de azul celestial. Regresamos por un hermoso sendero selvático hasta alcanzar las “Ollas”, unos orificios en la tierra de los cuales excavamos el barro terapéutico para tomar un baño de lodo y luego sumergirnos en las aguas termales del volcán Tenorio. Nos topamos con fumarolas que exhalaban gases extremadamente calientes y descubrimos la soberbia cascada color turquesa del río Celeste, donde dimos cuenta de un sano almuerzo. Regresando de esa excursión nos detuvimos en el Star Trek, donde pudimos volar por lo alto de los árboles mediante las tirolesas: 8 tramos de cables que ofrecen un paseo de 2.8 Km entre los elevados árboles. Observamos unos tucanes y, a lo lejos, el siempre presente volcán Arenal.
Llegamos extenuados al hotel. En su agradable bar de vinos Nostalgia degustamos excelentes cosechas latinoamericanas, mientras nos recuperábamos instalados en unos lujosos sofás de cuero, disfrutando también de unas deliciosas entradas. Seguimos la velada con una refinada cena en el restaurante Altamira, rodeados de plantas exóticas.
Tercera noche: el Arenal
El amanecer era despejado. Desde la terraza del restaurante teníamos una vista maravillosa del volcán, y ante nosotros un desayuno excepcional. Cabalgamos por el rancho del hotel hasta llegar al río La Fortuna a través de una selva indomable y potente.
Vadeamos el río por un paso seguro hasta llegar a la cascada. Bajamos a su base, donde pudimos nadar maravillados por el entorno. Regresamos al hotel para relajarnos antes de comer, sumidos en el gozo sostenido de sus maravillosos jardines.
En la tarde nos dirigimos hacia la ladera occidental del volcán Arenal. Empezamos nuestra caminata por el sendero Los Tucanes, atravesando la selva tropical y cruzamos una gran corriente de lava que data de 1992. Tuvimos atención para observar plantas, la vida silvestre y desde lo alto del camino una vista espectacular del lago Arenal.
Alcanzamos un punto donde pudimos atestiguar la furia de la ardiente lava que bajaba del volcán y terminamos la excursión con un descanso en las aguas termales. Una romántica cena nos esperaba en el Sushi Amor para degustar sus rollos y su ceviche. Era nuestra última noche en el Hotel & Spa Arenal Nayara, gozábamos de los más variados ruidos de la selva tropical, la lluvia refrescaba el ambiente y desde nuestro jacuzzi en la terraza, disfrutamos del ambiente francamente único, surrealista.
Cuarta noche: San José
Nos fue difícil dejar ese paraíso tropical donde la mente reencontró una paz que nunca deberíamos olvidar. Rumbo a San José visitamos el Spa natural El Tabacón (www.tabacon.com), donde las aguas termales bajan del volcán, creando un río de agua caliente de donde sale el vapor, pozas donde es posible nadar o simplemente descansar en esa agua benéfica para el cuerpo y el espíritu. Es un hermoso lugar exótico en medio de un jardín que bien pudiera ser el Edén, donde el fruto prohibido nunca ha surgido y el tiempo ha quedado plasmado en un maravilloso escenario: un verdadero paraíso.
Nos dirigimos hacia el río Sarapiquí, entre La Virgen y Chilamate, donde empezamos nuestro emocionante recorrido en rafting. El agua estaba enfurecida, bajaba con toda su fuerza, haciendo del río un nivel III o más bien IV.
Nos lanzamos a su conquista en nuestra balsa, montados en olas gigantescas que escondían piedras que teníamos que esquivar; la adrenalina afloraba en todos nuestros poros.
El paisaje era sublime, una selva de casi 10 Km en una zona poco habitada, navegando sobre agua cristalina, sin contaminación alguna. Nos detuvimos en diferentes lugares de aguas tranquilas y transparentes para descansar de las fuertes emociones experimentadas al desafiar rápidos de nombres como el “Piña Colada”, el “Codo del Diablo”, “Gringo Hollow”, “Confusión” y el “Air Force”. Terminamos la expedición navegando por un hermoso cañón de aguas tranquilas antes de llegar al campamento, donde pudimos ponernos ropa seca y disfrutar de una buena comida caliente.
Finalmente llegamos a las 4 a San José, esa tranquila ciudad que se escurre sobre las colinas en medio de la selva tropical, capital del país desde 1838.
Al caminar por el centro descubrimos el hermoso Teatro Nacional, ubicado en la plaza Juan Mora Fernández, corazón de la urbe construido al final del siglo XIX. Se utilizaron maderas preciosas, mármoles, oro y vidrios franceses para su construcción, que duró siete años y se inauguró el 21 de octubre de 1897 con la opera “Fausto”, de Gounod.
Al entrar en ese recinto de la cultura descubrimos su arquitectura renacentista del más puro estilo neoclásico, con sus mármoles traídos de Italia y las pinturas murales que representan escenas de la recolección del café y del plátano. Luce unas perfectas columnas pompeyanas de mármol de Carrara, una cúpula metálica fabricada en Bélgica. La fachada se corona con esculturas de Pietro Bulgarelli que representan la danza, la fama y la música. Su escalera principal es monumental, las lámparas de cristal adornan el interior, donde descubrimos esculturas de Calderón de la Barca y Beethoven hechas por el italiano Adriático Froli; la del flautista, del costarricense Jorge Jiménez Deredia y otras de Juan Ramón Bonilla y del genovés Pietro Capurro.
Visitamos también la Catedral, frente a un parque donde se instalaban los loros para dormir y donde nosotros gozamos de la vida tranquila tomando un café en la terraza del Balcón de Europa. La ciudad entera huele a café y los volcanes que la rodean son fieles guardianes de su hermoso entorno. Es una pequeña capital que gana mucho al ser develada. Nos alojamos en el hotel Aurola Holiday Inn (Parque Mozán, tel. 506-2523 1000, www.aurolahotels.com) para estar en el centro, y cenamos en Le Monastere (www.monastere-restaurant.com), situado en una colina desde la ciudad se aprecia en una vista panorámica. Antigua residencia y capilla de una familia adinerada, construida al principio del siglo XX, convertida en monasterio, es ahora el mejor restaurante de San José, atendido por meseros vestidos de monjes. Degustamos sus caracoles Bourgogne, el venado flambeed en vino de Oporto y el pato en salsa de moras acompañados con excelentes vinos, y terminando con refinados postres.
Quinta noche: Los volcanes
A un poco más de 1 hora de San José alcanzamos el volcán Irazú, que se eleva a 3,432 metros. Una carretera permite llegar a sus cráteres, donde las nubes viajeras dejan caer su frío. La vista más impresionante se abre sobre el cráter donde se alojó una laguna de color jade rodeada por la tierra gris y ocre. Es un coloso que duerme después de haber despertado en 1963, para luego verter sus cenizas sobre el valle central durante dos años. Su falda se viste de un misterioso bosque húmedo y campos de cultivo con una tierra privilegiada.
El volcán Poas, a 37 km de Alajuelas y del aeropuerto, se eleva a 2,704 m. Alcanzamos su cima por el camino que serpentea entre una selva deforestada para sembrar unos cafetales y naranjales que ondulan sobre las laderas de las montañas, con pueblos que se animan en el atardecer cuando se forman los arco iris entre las cimas nubladas y los valles. Es una hermosa carretera salpicada de restaurantes campestres, que nos llevó hasta el cráter y su laguna de color jade.
El volcán Burva domina San José y el fabuloso parque nacional Braulio Carrillo, donde nos adentramos a través de sofisticados caminos para explorar la selva, por puentes volados, tirolesa con cables suspendidos por encima de las barrancas y por las copas de los árboles gigantescos. De regreso a San José, la ciudad que enamora, visitamos sus museos: el del Oro Precolombino, el de Jade con unas piezas impresionantes y el museo Nacional de Costa rica, ubicado en el antiguo Cuartel Bellavista, construido a partir de 1917. En él descubrimos objetos de la época Precolombina, piezas de oro indígenas, unas salas con escenas de la historia Patria, la representación de una casa colonial, las antiguas celdas del cuartel y la Casa de los Comandantes.
Terminamos el día cenando en El Mirador (www.aurolahotels.com), situado en el piso 17 del hotel Aurola, donde degustamos una verdadera cocina gourmet y disfrutamos de una espectacular vista de la capital.
San José empezó su vida siendo una pobre aldea llamada Villa Nueva de la Boca del Monte, desde 1737 hasta cuando se dio el boom del café, a medio siglo 19, y los terratenientes empezaron a construir sus grandes mansiones. Hoy está convertida en una ciudad verde, extendida y muy agradable, con centros comerciales lujosos y la amabilidad proverbial de los Ticos.
Último día: Cartago y el valle Orosí
Antes de tomar nuestro vuelo esa noche, visitamos Cartago, que fue la capital hasta 1823. Ha sufrido varios terremotos y sin embargo sigue viva con sus ruinas y la impresionante Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles, que aloja la virgen llamada “la Negrita”, patrona del país. En el cercano valle de Orosí se cultiva el mejor café. Ahí visitamos su bella iglesia colonial, muy representativa y bien conservada, y las ruinas de la iglesia más antigua del país: Nuestra Señora de la Limpia, en Ujarrás. Es un recorrido encantador que nos sumerge en la historia del país, en su cultura y sus plantaciones de café, y está a menos de una hora de San José.
Nos faltaron días para visitar el volcán Rincón de la Vieja, la Reserva Biológica Monte Verde, que ofrece la posibilidad de ver quetzales y la certeza de observar tucanetas, mariposas morfo con sus alas de color azul, y de vivir unas aventuras a la “Indiana Jones”. También nos faltó visitar el Monumento Nacional Guayabo, localizado en las faldas del volcán Turrialba, el sitio arqueológico más importante de Costa Rica, donde se encuentran montículos, escalinatas, calzadas, acueductos abiertos, tanques de almacenamiento de agua, tumbas, petroglifos, monolitos y esculturas que revelan el elevado desarrollo de la cultura prehispánica. Es un lugar ideal para observar orquídeas y bromelias, insectos, tucanes, oropéndolas, trogones y monos. En la costa oeste, en la península de Papagayo, existe un paraíso: el fastuoso Resort Four Seasons (www.fourseasons.com/costarica/), donde se puede gozar de las playas y jugar golf.
Nuestra aventura se cerró al despegar el avión. En ese momento recorrimos mentalmente selva, ríos, iglesias, teatro y paisajes únicos, y sobre todo el contacto con su bella gente, los Ticos. Costa Rica es un maravilloso destino tan cerca y tan diferente, un verdadero tesoro ecológico y cultural. Tendremos que regresar para revivir la magia de sus selvas, sus costas y su cultura, que estalla con un gran colorido.
Texto: ± Foto: Patrick Monney / Turismo en Fotos / Naca Seven / Neme 6