Una de las ciudades más hermosas del mundo
Si los deseos fueran realidad, ya estaría viajando en carroza por los valles de Moravia, en el lado oriente de lo que es hoy la República Checa. Pasearía por los bosques que coronan las colinas de Bohemia al oeste y visitaría a mis amigos en la accidentada Silesia, en el norte. La República Checa conjunta regiones con sofisticados nombres, pueblos románticos, fascinantes castillos e imponentes iglesias cuyos campanarios vigilan los horizontes y han visto pasar mil batallas de legendarios caballeros. Por esas tierras corren los ríos Elba, Moldava y Morava, que han inspirado novelas llenas de intrigas palaciegas y amores caballerescos. En mi carroza podría viajar en el tiempo y descubrir el profundo encanto que anima a Praga, donde palpita el espíritu checo; podría pasear por sus callejones y encontrar a sus hermosas mujeres, y grabarme sus aromas mientras admiro sus monumentos.
Intrigante historia
“Pravda vítězí” (la verdad vence) es el lema de una sufrida patria nacida de un pasado tormentoso. El reino de Bohemia, rico en minas de oro, fue unificado en el siglo IX y la corona checa pasó a manos de Fernando I de Habsburgo, cuya dinastía duró 400 años. Chequia formó parte del emperio Austríaco y luego Austrohúngaro, sufriendo guerras devastadoras como la de los Treinta Años y la de los Siete Años, pese a lo cual Bohemia logró llegar a ser una potencia económica.
Al terminar la primera guerra mundial, los checos se unieron a los eslovacos y en 1918 formaron Checoslovaquia, país anexado por Hitler en 1938. Al final de la segunda guerra mundial, Checoslovaquia se convirtió en estado socialista alineado con la Unión Soviética. La famosa “Primavera de Praga” terminó con las reformas y la soberanía del país en 1968, hasta que la “Revolución de Terciopelo” de 1989 separó al país del bloque socialista. En 1993 se formó la República Checa, Česká Republika, separada de la República Eslovaca, y la bella ciudad de Praga se convirtió en la capital del nuevo país.
Camino a Praga
Veníamos de terminar nuestro recorrido por Polonia, fascinados por tanta historia, castillos, catedrales y su exquisita comida. Después de visitar Dresden, en Alemania, entramos a la República Checa por un hermoso bosque que cubre suaves colinas adornadas por campos cultivados. Nos detuvimos para visitar el romántico castillo de hrad Střekov. Ubicado en un promontorio rocoso abrupto desde el que se eleva con fuerza y simpleza, domina el río Elba, símbolo de la ciudad de Usti nad Labem. La obra fue edificada por el rey checo Juan de Luxemburgo hacia 1319, para garantizar la seguridad de los barcos que navegaban por el río.
Dice la leyenda que Richard Wagner compuso aquí una ópera y unas pinturas que se conservan dan testimonio del dicho.
Nos desviamos para descubrir Teplice, un encantador pueblo con iglesias de altas torres rematadas por una cúpula en forma de media cebolla fijada por una aguja, sus hermosas calles adornadas por casas de colores y su alegre fuente. Teplice se sitúa en una hondonada entre Krusné Hory (Montes Metálicos) y el macizo central. Se le considera uno de los mejores balnearios de Europa por sus fuentes termales curativas conocidas desde tiempos del Imperio Romano.
Elegimos como punto de observación la terraza de uno de los restaurantes que rodean la plaza adoquinada. El paisaje incluye disfrutar del espectáculo de la fuente y su gente, gozando de momentos de paz rodeados de un escenario encantador. Su teatro presenta obras de teatro, ópera, ballet, que rejuvenece el alma. En síntesis, Teplice es como el preludio de Praga: si Praga fuese una sinfonía -y de cierto modo lo es.
Nuestra ruta atravesaba campos que brillaban de tan verdes, cultivos extendidos sobre lomas que marcan el rumbo hacia Praga. Nos detuvimos en Litomerice, antigua ciudad dominada por el señorío de su catedral asentada en la vera del río Elba. Visitamos la kaple sv. Jiří a Vojtěcha, acogedora capilla blanca coronada con su redonda torre, tan pequeña en medio de ese tupido bosque. Nos detuvimos en Nelahozeves para admirar de cerca el castillo renacentista del siglo XVI, que entre otras maravillas encierra una muy valiosa colección de pintores como Velázquez, Canaletto y Rubens. Luego visitamos la casa donde nació el compositor Antonin Dvořák.
Al pasar las últimas colinas apareció Praga. Ahí estaba ella, con sus torres como monumentos a la dignidad y la tradición. Del otro lado del río Moldava, antigua capital de Bohemia, el castillo conserva su dominio sobre la loma y el paisaje del que fuera el corazón mismo del reino de Bohemia.
Nos alojamos en el impecable y bello hotel Four Seasons, elegancia y servicio contenidos en un histórico edificio que vibra en el centro de la ciudad vieja, junto al río y cerca del Puente Carlos. Gozamos de su lujo y de su aire de palacio antiguo mientras descansamos un poco, antes de regresar a las calles en busca del ambiente de esa ciudad que conserva la energía de su pasado, constructor de majestuosos edificios. Finalmente volvimos y cenamos en el hotel, gozando de una maravillosa vista y la excelencia de su cocina.
Praga: Staré Město, Josefov y Nové Město
Fundada en el siglo IX con la construcción de su castillo por Libuše, se convirtió en el asentamiento de los reyes de Bohemia y el rey Otakar II fundó el barrio de Malá Strana al lado del río en el siglo XIII. La ciudad floreció en el siglo XIV bajo el reino de Carlos IV que construyó el puente Carlos. Bohemia pasó a ser provincia del dominio de los Habsburgo en 1526, Praga seguía siendo su capital, sufriendo la guerra de los Treinta Años hasta conocer un auge económico importante en los siglos XVIII y XIX, atrayendo mercaderes y nobles, construyendo iglesias y palacio. Después de la primera guerra mundial, invadida por Hitler, Praga asistió a la persecución de los judíos y cayó bajo el dominio soviético al final de la Segunda Guerra, reprimida por los soviéticos en 1968 en la famosa Primavera de Praga. Centro de la Revolución de Terciopelo durante la caída del régimen comunista en 1989, Praga se volvió la capital del nuevo estado independiente de la República Checa en 1993.
Al salir del hotel en la mañana fresca, nos paseamos por el río Moldava para observar los cisnes que apenas estaban despertando en busca de comida o más bien de la gente que les traía pan viejo que se apresuraban de remojar en el río. Empezamos nuestra visita por el Staré Město (la ciudad vieja), siendo la parte más medieval donde se concentran parte de las torres que dan a Praga su apodo de la “Ciudad de las Cien Torres”. En su centro descubrimos la Plaza de Staré Město, una de las plazas más bonitas de Europa que empezó a ser construida desde el siglo XI, cuando la ciudad empezó a crecer a partir del castillo.
La plaza tiene un peculiar encanto con sus casas de 3 pisos terminadas por un penacho al estilo bohemio, pintadas de colores pasteles, y el ayuntamiento domina la plaza con su elegancia y la Torre con su reloj astronómico medieval más famoso del mundo, construido en 1490 por el maestro Hanus y perfeccionado por Jan Taborsky en el siglo XVI. Ese reloj se compone de 3 partes: el Calendario de Josef Mánes en la carátula inferior que representa los 12 meses mediante pinturas, los signos del Zodiaco, en el centro el Escudo de Armas de la ciudad vieja, adornado por cuatro pequeñas esculturas (un filósofo, un ángel, un astrónomo y un orador); el Reloj Astronómico es la carátula superior y representa las órbitas del sol y de la luna y como van evolucionando en el tiempo; las figuras animadas, en las ventanas superiores, son el principal atractivo del reloj con su desfile de los doce apóstoles cada vez que el reloj marca las horas y además de los apóstoles desfilan 4 figuras adicionales (el Turco, la Avaricia, la Vanidad y la Muerte representada por un esqueleto que jala una cuerda y marca el inicio del desfile). Después de disfrutar de ese maravilloso juego de figuras acompañado por la música que marcaba entonces las 9 de la mañana, subimos a la torre para admirar una asombrosa vista sobre la ciudad: la plaza, las torres de la Iglesia de Nuestra Señora de Týn, los techos rojos de la ciudad, el castillo que domina la colina, las calles medievales que se infiltran entre las casas de penachos.
La Iglesia de Nuestra Señora de Týn extrañamente no da a la plaza, y esconde sus altas torres picudas detrás de una hilera de casas. Construida en 1256 sobre una iglesia románica, reconstruida en el siglo XIV en estilo gótico tardío, y concluida con sus torres en el siglo XV, era controlada por los Jesuitas. Alcanzada por un rayo en 1679 que provocó un incendio y dañó la bóveda, fue reconstruida al estilo barroco. Su interior es fastuoso, elegante y asombroso.
Nos dirigimos entonces al restaurante Novomestsky Pivovar donde probamos la carne de cerdo con col agria, una exquisita sopa de papas y unos deliciosos pasteles, acompañados por una Pilsner Urquell, la cerveza más famosa de Praga. Estábamos entonces cerca de Nové Město (C iudad Nueva) donde paseamos por la gran y elegante plaza Wenceslao, testigo de los grandes eventos de la historia de Praga. Aquí encontramos las tiendas de moda, los hoteles, restaurantes y se cierra con el Museo Nacional de estilo neo renacentista que visitamos para descubrir su impresionante colección permanente. Muy cerca encontramos la Ópera Estatal, hermoso edificio de estilo neoclásico, construido en 1885. Visitamos también el Museo del Comunismo que narra la historia del comunismo en Praga, el hotel Europa que fue construido en 1906; el Museo Mucha que enseña las obras del famoso artista checo en el Palacio Kaunicky. De allí partimos, y nos sentamos junto al puente Carlos, Karlův Most, para admirar el atardecer sobre el río. Es el puente más antiguo de Praga y fue finalizado al principio del siglo XV después de haber sido empezado en 1357, vía de comunicación única e importante entre la Ciudad Vieja y el Castillo. Con sus 516 metros de longitud, se apoya sobre 16 arcos y está protegido por 3 torres. Todo el mundo pasa por el puente que se llena de artistas y comerciantes, músicos, estatuas vivientes, y le da una vida ruidosa.
Después de ir al Teatro Nacional (su interior conserva el terciopelo rojo, los candelabros y el estuco dorado) para escuchar Libuše de Bedřich Smetana, nos fuimos a cenar a U Fleku, la cervecería más antigua de Praga situada en un hermoso local de época, y donde degustamos el pato con col roja.
Praga: Malá Strana y Hradčany
Temprano, cuando los primeros rayos de sol alumbraban el castillo, cruzamos el Puente Carlos para disfrutarlo sin gente, antes de que la horda de visitantes lo invadiera. Los cisnes y patos se acercaban, el río tintinaba con su música suave de la cascada, la bruma se esfumaba. El puente Carlos era un verdadero decorado de ópera. Pasamos por la Isla Kampa, debajo del puente, para visitar el Molino del Gran Prior con su rueda de 8 metros de diámetro. Saliendo por el puente del Molino, encontramos el muro de John Lennon, lleno de los grafitos que se escribieron en protesta contra el régimen comunista.
Entramos entonces en Malá Strana o Ciudad Pequeña, fundada en 1257 al pie de Hradčany, donde destaca su magnífico estado de conservación. Palacios y casas permanecen inalterados desde hace siglos, las guerras no han dejado huellas, como una estampa fijada en el tiempo. Empezamos por su corazón, Malostranské Náměstí, su plaza principal donde las casas surgen del pasado para adornarla de manera soberbia, con sus arcos, sus colores y sus penachos. Alcanzamos San Nicolás, iglesia jesuita considerada como la construcción barroca más bonita de Praga. Se empezó a construir en 1673 y se terminó en 1752, en su plaza encontramos la Columna de la Peste que data de 1715, y su interior está repleto de arte desde las pinturas de sus techos y bóvedas hasta las esculturas que adornan las paredes engalanadas por cordones dorados. La subida a su torre es emocionante y permite tener una vista espectacular de la ciudad.
Descubrimos también la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria que alberga la famosa estatua del Niño Jesús de Praga, pasamos por el Jardín Vrtba y terminamos por el monte Petřín donde se encuentra la Torre de Petřín, el mirador más famoso de la ciudad.
Nos dirigimos entonces hacia Hradčany para descubrir el Castillo de Praga, la parte más antigua de la ciudad que se construyó en el siglo IX como residencia de los reyes de Bohemia, volviéndose la del presidente de la República Checa desde 1918.
Al pasar el portón principal, descubrimos la Catedral de San Vito de estilo gótico que alberga las joyas de la corona y la tumba de Wenceslao IV, pasamos por el Callejón de Oro, una estrecha y hermosa calle que debe su nombre a los orfebres que la habitaron en el siglo XVII. Esa calle esta bordeada de un lado por casitas de colores construidas en los muros del castillo para abrigar los guardianes y que datan del siglo XVI. En el número 22 vivió Franz Kafka entre 1916 y 1917, el escritor más famoso de Bohemia. Seguimos por el antiguo Palacio real, la basílica de San Jorge y la Torre de la Pólvora. Los jardines del palacio son hermosos y en ellos se realizan conciertos soberbios. Después de esa larga visita, nos instalamos en uno de los restaurantes cercanos para disfrutar de una comida típica.
Al lado del castillo descubrimos el Loreto, uno de los centros de peregrinación más importante de Praga, cuyo origen data de 1626 aunque el edificio adquirió su aspecto actual en tiempos posteriores. En el recinto encontramos la réplica de la supuesta casa donde tuvo lugar la Anunciación de la Virgen María. La casa original se encuentra en Loreto, Italia. Esa Santa Casa se comenzó el 3 de junio de 1626 y atrae a muchos peregrinos. En el recinto encontramos la iglesia de la Natividad, suntuosos edificio que alberga unas importantes y siniestras reliquias.
Pasamos por el Palacio Sternberg que presenta la colección de arte europeo, y llegamos al Monasterio de Strahov que pertenece a la orden de los Mostenses y fue fundado en 1143 aunque su aspecto actual barroco data del siglo XVII. En su interior visitamos la iglesia de la Asunción de la Virgen María donde se encuentran los restos de San Norberto, fundador de la orden Mostense, y el órgano en el que tocó Mozart durante sus varias visitas a Praga. Visitamos su magnífica biblioteca que cuenta con su sala Teológica barroca y su sala Filosófica clásica. Su pinacoteca es una de la más importante de Europa. Bajando la colina, alcanzamos el puente Carlos de nuevo y en la noche fuimos al Teatro Negro, el más famoso show de Praga donde los actores actúan vestidos de negro sobre fondo negro y solo dejan ver lo que ellos quieren mostrar: objetos iluminados, artículos fosforescentes o personajes flotando son los elementos que hacen especial este arte.
Terezín
En la mañana, en coche, alcanzamos Terezín, a 61 km de Praga, famoso por su campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial. Está dividido en dos fortalezas, la primera fue el gueto judío donde vivieron más de 150 000 judíos durante la guerra, y la segunda fue el campo de concentración. En él se visitan los barracones, patios, celdas, un túnel por donde llevaban los reclusos. El crematorio es una de las imágenes más impactantes de la visita así como el cementerio, la escuela donde vemos dibujos hechos por los niños de la época, el museo. La visita de Terezín es muy angustiosa, impresionante y trae los recuerdos de una de las épocas más vergonzosas de la historia universal. Para olvidarnos de tanta miseria y crueldad, nos detuvimos a comer en un hermoso restaurante de campiña, con una atmósfera muy acogedora y una excelente cocina campirana.
De regreso a Praga, visitamos Vyšehrad, el barrio menos visitado, donde descubrimos la fortaleza que data del siglo X, la iglesia de San Pedro y San Pablo que fue remodelada a finales del siglo XIX en estilo neogótico, el parque dentro de la fortaleza y el cementerio donde reposan personajes famosos.
Terminamos nuestro día con una cena en el barco que navega por el río, disfrutando del suntuoso panorama, las colinas, las torres que se alzan hacia el cielo estrellado, otro momento romántico que ofrece Praga, la Ciudad de Oro.
Karlovy Vary
Dejamos Praga para descubrir Karlovy Vary, a 100 km de la capital, un pueblo balneario conocido como Karlsbad, o baños de Carlos, que recibió su nombre en honor del emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico Carlos IV, quién fundó la ciudad en 1370. Al caminar por sus callejones adornados por edificios de interesante arquitectura, descubrimos sus fuentes termales y sus baños que hicieron que Karlovy Vary fuera famoso como destino turístico en el siglo XIX. La aristocracia europea acostumbraba visitar a la ciudad para “Tomar sus Aguas” que tienen propiedades curativas.
El río Teplá que pasa por la ciudad es también de agua caliente, y en la ciudad se cuenta 13 fuentes principales y un centenar de otras más pequeñas. Es un verdadero placer caminar por sus calles y plazas para observar los hermosos edificios que compiten en elegancia. Relajarse en los baños es el gran regalo del viaje a Karlovy Vary, remojarse en su ambiente de antaño, sentirse aristócrata o príncipe, imaginarse que a su lado se encuentra Goethe, Labitzky, Dvořák o Stifter que acostumbraban venir a sanar sus males con las aguas. Los hoteles son elegantes con el sabor de antes, la comida es placer de reyes en los restaurantes, y admiramos el cristal de la fábrica Moser llamado Cristal de Reyes por la cantidad de ejemplares que adornan las casas reales. Compramos unas rosas petrificadas en el agua termal para llevarlas de recuerdo, así como unas porcelanas típicas del pueblo. Karlovy Vary es un auténtico placer para los sentidos, un tesoro escondido a la puerta de Praga que alberga un importante festival de cine cada año.
Al momento de irnos, la Ciudad de Oro nos despedía con la música del reloj, eran las 12 del medio día, el sol brillaba y la melodía se deslizaba sobre los techos inclinados. Violines, guitarras, trompetas de las calles alumbraban el ambiente romántico. A pesar de los golpes de la historia, Praga es una ciudad que admira su pasado y luce sus monumentos que han sido construidos para impresionar el hombre. Iglesias, palacios y casas deslumbran por su belleza, los museos intrigan, y Praga late como el corazón viejo de Bohemia, como una voz que enamora y cautiva.
Texto: Patrick Monney ± Foto: CZECH tourism / Four Seasons