Como todos los años del mes de julio a noviembre, el “Gran Tiburón Blanco” (Carcharodon Carcharias) visita nuestros mares llegando a La Isla de Guadalupe, que es una isla de origen volcánico, con una superficie total de 476 mil 971 hectáreas y se encuentra en el Pacífico Mexicano, a 250 kilómetros de la costa de Baja California.
El 25 de abril del 2005 se emitió un decreto presidencial por el que se declara ANP (Área Natural Protegida), con la categoría de Reserva de la Biósfera, a la zona marina y terrestre de Isla de Guadalupe.
El Tiburón Blanco se caracteriza por su gran tamaño, ya que llega a medir de cuatro a siete metros y puede pesar hasta dos toneladas. La nariz es cónica, corta y gruesa, donde se encuentran esos puntos negros denominados ampollas de Lorenzini, que le permiten captar el más mínimo campo eléctrico. La boca es muy grande y parece estar sonriendo al mostrar sus dientes grandes, de forma triangular y aserrados; los orificios nasales son muy estrechos, mientras que los ojos son pequeños, circulares y completamente negros. En los costados junto a las bránqueas se ubican dos grandes aletas pectorales, detrás se encuentran dos aletas pélvicas y el órgano reproductor, seguido de dos pequeñas aletas cerca de la aleta caudal y, por último, la inconfundible aleta dorsal.
A pesar de su nombre, este tiburón es blanco sólo en la parte del vientre, mientras que en el dorso es gris azulado. Estos colores le sirven para confundirse con la luz solar (en caso de mirarse desde abajo) o con las oscuras aguas marinas (en caso de hacerlo desde arriba), constituyendo un camuflaje tan simple como efectivo.
Los tiburones blancos difieren bastante de ser simples “máquinas de matar”. Para poder capturar a los grandes mamíferos que constituye la base de su dieta, los tiburones blancos practican una característica emboscada: se sitúan a varios metros bajo la presa, que nada en la superficie y cuando llega el momento de atacar, avanzan rápidamente hacia arriba con potentes movimientos de la cola y abren las mandíbulas. El impacto suele llegar en el vientre, donde el tiburón aferra fuertemente a la víctima. Regularmente la presa queda moribunda, y el tiburón volverá a alimentarse de ella, una vez que ésta haya muerto, logrando con esto no salir lastimado de un posible contraataque de la presa. Algunas veces los tiburones blancos arremeten con tanta fuerza a las focas y leones marinos, que se elevan un par de metros sobre el nivel del agua, con su presa entre las mandíbulas.
Esta especie también consume carroña, especialmente la que procede de cadáveres de ballena a la deriva. Cerca de las costas, los tiburones blancos consumen grandes cantidades de objetos flotantes por error: en sus estómagos se ha llegado a encontrar incluso matrículas de automóvil.
Tanto la caza como el resto de la vida del gran tiburón blanco suelen ser solitarios. Ocasionalmente se ven parejas o pequeños grupos desplazándose a la búsqueda de alimento. Aunque son preferentemente nómadas, algunos ejemplares prefieren alimentarse en ciertas zonas costeras, como ocurre en algunas regiones de California, Sudáfrica y Australia.
La presencia del gran tiburón blanco en aguas mexicanas era considerada hasta hace algunos años como rara o esporádica. Sin embargo, existen algunos registros de avistamientos de tiburones blancos en el Golfo de California, así como en las islas de Cedros, San Benito y la propia Guadalupe. Mediante investigaciones recientes, ésta última ha sido considerada como uno de los lugares de congregación más importantes de tiburones blancos del Océano Pacífico y en el mundo.
Como ya lo habíamos mencionado anteriormente, los tiburones visitan la isla únicamente entre los meses de julio y diciembre. No obstante, algunos regresan año tras año y cuando migran se dirigen a un área específica en medio del Océano Pacífico que se le llama “El café de los tiburones blanco”, y a sitios tan alejados como las islas de Hawaii.
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Texto: Gerardo del Villar ± Foto:Gerardo del Villar.