Durante mucho tiempo se pensó que los tiburones no podían dormir por tener que obtener el oxígeno del agua mientras nadaban, aparte de que la vejiga natatoria no está diseñada para que estos animales descansen en los fondos marinos. Los primeros tiburones que se pudieron estudiar científicamente en su medio natural mientras descansaban fueron los tiburones gatas, de metabolismo lento. Hasta ese momento no se había visto descansar a un tiburón de metabolismo rápido.
Pasó mucho tiempo antes que un joven pescador de langostas de Isla Mujeres, Carlos García, mejor conocido como "El Válvulas”, descubriera una cueva atrás de la isla, donde los tiburones se metían a dormir.
Cuenta que eran muy grandes y de los que muerden. Esta historia llegó a oídos del famoso camarógrafo y aventurero Ramón Bravo, que en ese entonces vivía en la Ciudad de México y no dudó en tomar sus avíos de buceo y su equipo de fotografía para ir a comprobar tan raro fenómeno.
Los primeros días de buceo fueron frustrantes, pues el mar estaba picado y el fondo muy movido. Tuvieron que esperar que pasara el mal tiempo para hacerse a la mar. Aun así no tuvieron mucha suerte, ya que en la cueva no encontraron nada. Empezaron a dudar de la palabra del Válvulas, pues los días pasaban y no tenían suerte. Pero de buenas a primeras, un día en que las condiciones eran pobres, vieron un enorme tiburón toro totalmente dormido.
Ramón no dejó de disparar sus cámaras, tanto de cine como de fotos, pues no podía creer lo que estaba presenciando. Durante los días siguientes tuvieron la misma suerte, los tiburones hacían cola para meterse a la cueva a dormir. Ramón dio a conocer este hecho a todo el mundo y tuvo respuesta de científicos internacionales como el Dr. Shelton Appelgate, maestro en paleontología de los escualos, y la Dra. Eugina Clark, máxima autoridad en tiburones, de ese momento, quienes hicieron un viaje a la bella Isla Mujeres para constatar lo que Ramón Bravo les comentaba. Junto con ellos llegó el comandante Cousteau en el legendario barco Calypso.
Debido a la pesca sin control estos magníficos seres se fueron alejando de la espectacular cueva y durante mucho tiempo no pudimos gozar de su presencia. Hace días, mientras probaba equipos de circuito cerrado de buceo, con los que no se hace burbujas y el silencio es sublime, por pura suerte llegué a un pequeño arrecife muy cerca de Cancún, donde la corriente es muy fuerte pero existen seres maravillosos. Pude observar tiburones que se paseaban tranquilamente muy cerca a mí. Comprendí que no les molestaba mi presencia, gracias a la tecnología moderna del buceo. Gocé de la cercanía de estos animales y aprendí de su comportamiento. Pude comprobar una vez más que si son respetados no representan peligro para los seres humanos.
Después de permanecer cerca de dos horas bajo el agua, salí feliz de mi encuentro con los colosos del mar. Tomé las coordenadas de donde estaba para regresar. Al día siguiente no pude salir por asuntos que me mantuvieron ocupado en la ciudad, tenía que programar visitas de quienes habían venido a cubrir una nota sobre los arrecifes y los tiburones ballena de la zona. Les platiqué de los tiburones dormidos y no dudaron en responder que querían probar suerte. Salimos de la marina un día muy soleado, me encontraba nervioso, pues no sabía si podría encontrar el arrecife nuevamente y si podríamos bajar. Me dediqué a armar los equipos de buceo para relajarme y poner en orden mis ideas.
Nos vestimos sin prisa, como queriendo alargar el momento de entrar en el mar. En cuanto rompimos el espejo de agua mis nervios se relajaron, pues el mar estaba en calma, la visibilidad muy buena y la corriente no muy fuerte. Apenas tocamos el fondo cubierto de algas verdes pude reconocer una piedra en la cual vive una anémona gigante. La corriente nos llevó directo al arrecife y en una pequeña cuevita encontramos un tiburón gata. Estábamos felices de todo lo que habíamos observado. Pero yo quería arribar a la nueva cueva de los tiburones dormidos.
Llegamos despacio y lo más silenciosos posible, yo rogando al dios Neptuno que no me dejara quedar mal. Fui el primero en asomarme y para mi sorpresa un enorme tiburón color gris claro se encontraba plácidamente dormido, mientras peces pequeños se dedicaban a limpiarlo de los molestos parásitos de las agallas.
Nos encontrábamos tan concentrados observando esta maravilla que no nos dimos cuenta de que otro tiburón, más pequeño, quería entrar en la cueva a descansar. Fue Moisés que con sonidos guturales nos avisó. El tiburón se paseó ante nuestros ojos antes de iniciar su siesta. Era el momento de que nosotros regresáramos a nuestro mundo a gozar de la bella experiencia vivida.
Ojalá, querido amigo lector, recordemos que el peligro más grande que existe con los tiburones es que los exterminemos. Ayúdenme a conservarlos para beneficio de las generaciones futuras.
Texto: Alberto Friscione Carrascosa ± Foto: Alberto Friscione Carrascosa