Lesde que recibí la llamada telefónica de mi querido amigo Adrián Sada pude oír por su tono de voz que, ahora sí, la aventura iba a ser en serio. Y no me equivoqué: me invitaba a unirme al grupo que realizaría una expedición a los lejanos mares de Palao. Así fue como el 13 de julio del 2006 me encontraba realizando mi deseo de conocer los místicos mares de Palao.
Fui el primero en llegar al aeropuerto. Poco a poco fueron llegando los demás integrantes de la expedición: Carlos Rojas (el malo), Fernando González, que venía desde Puerto Vallaría; Adrián Sada, de Monterrey, Raimundo Alonso, de Puebla, y Carlos Rojas (el bueno), de la Ciudad de México.
Abordamos el avión que nos transportaría a Maui, donde pasaríamos unas horas de ajuste para proseguir con nuestro excitante viaje. Seguimos volando y no oscurecía. ¿Cómo podría describir con palabras la sensación de atravesar esa línea imaginaria del tiempo, donde cambia totalmente y la luz solar nos persigue durante horas, aunque en mi reloj marcara que en México ya eran las 11 de la noche, pero el sol brillaba en todo su esplendor?
Pero al fin, y después de casi nueve horas más de vuelo, pudimos contemplar un paisaje maravilloso: aguas de azul intenso, que iban cambiando poco a poco hasta alcanzar un azul muy claro que contrastaba con una vegetación exuberante. Con la emoción, aunque con las ganas controladas de descubrir los fondos marinos, ate- rrizamos en el aeropuerto de Koror, la capital de Palao, donde fuimos recibidos por nuestros guías.
En las largas horas que duró el vuelo leí sobre el lugar al que me dirigía, y me sorprendí al enterarme de que el origen de Palao sigue siendo un misterio, aparentemente sus pobladores son parientes lejanos de los malayos de Indonesia, de los melanesios de Nueva Guinea y de los polinesios. Aunque se ha confirmado que una de sus islas estaba habitada hace unos mil años antes de Cristo.
Lo que sí sabemos con certeza fue lo que sucedió en 1783, cuando el capitán Henry Wilson encalló en sus costas. De esa fecha en adelante Palao ha pasado a depender de diversos países, que han luchado por obtener su control. Pero no fue sino hasta 1980 cuando sus habitantes logra- ron, con su voto, tener una constitución propia, y el 1 de enero de 1989 se constituyó como República Independiente de Palao. Aunque más que una República es un archipiélago. Está ubicado al este de Filipinas y al norte de Papúa Nueva Guinea, se compone por más de 300 islas, de las cuales sólo nueve están habitadas.
De todas las cosas que había escuchado sobre la vida submarina de Palao una de ellas era que lo describían como uno de los mejores lugares en el mundo del buceo, y ahora yo me encontraba ahí para descubrirlo y confirmarlo.
El día no era brillante, las nubes amenazaban con llover cuando nos hicimos a la mar en una panga muy rápida y totalmente equipada para el buceo, la cual nos transportó en medio de un mar muy azul y entre canales de isla que parecían hongos flotantes totalmente cubiertos de vege- tación, para dirigimos a un sitio denominado Drop Off, lugar donde haríamos el buceo de reconocimiento.
Apenas rompimos el espejo del agua y nos sumergi- mos unos cuantos metros me di cuenta de que todo lo que me habían dicho o había leído sobre el buceo en Palao no había sido ninguna exageración.
A pesar de que ya conocía parte de los arrecifes de la zona, no recordaba haber visto un lugar así, con tanta vida y color. El agua parecía no existir, la temperatura era ideal, las corrientes suficientemente fuertes para que nos arrastrara de un lugar a otro, con la misma sensación de volar. No necesitaba verlo todo, sino parte por parte, para poderlo disfrutar.
Pasamos casi una hora bajo el agua observando a los bellos peces mariposas con sus diferentes tonalidades, al rapidísimo pez león con sus imponentes aletas, a los enor- mes peces napoleones, a las graciosas rayas águilas que parecían volar en las aguas poco profundas, a los simpáticos peces unicornios, a los peces punteados, a las enormes ané- monas de vibrantes colores, donde viven los aguerridos peces payasos, que dejaron de ser un simple nombre y se convirtieron en fotografías de mi archivo. Todo lo demás que pudimos observar, parecían seres de un cuento de hadas.
Así pasamos el tiempo buceando, conociendo y aprendiendo de los increíbles fondos marinos de Palao, convir- tiendo cada buceo en una aventura. Nos sumergíamos tres veces al día para poder conocer algunos de los mejores lugares como: Chandelier Cave, Germán Chanel, Big Drop Off, Turttle Wall. Pero sin duda alguna el mejor fue el espectacular y más famoso de la región: Blue Córner.
Desde que llegamos y la lancha se amarró de la boya se veían los colores de la mar increíblemente atrayentes. Nos sumergimos en medio de unos cardúmenes de pequeños peces de atrevidos colores, nos estabilizamos a una profundidad de 60 pies, mientras los tiburones pasaban tranquila- mente a nuestro lado.
Cuando llegamos a la planicie, acordada previamente, el guía ordenó que sacáramos nuestros ganchos y los fijáramos al fondo, lo cual hicimos con rapidez. En ese momento empezó el espectáculo, peces de todo tipo, tamaños y colores nadaban a nuestro alrededor, mientras en el cantil los tiburones punta blanca, punta negra y grises pasaban frente a nuestras cámaras como si fuera una gran avenida.
Toda nuestra atención se concentraba en la bella pared de coral que se encontraba frente a nosotros, era difícil fijar nuestra vista en otro lado, no nos queríamos perder ni un pequeño detalle. La sorpresa fue enorme cuando al volver la vista atrás teníamos frente a nosotros a un enorme pez napoleón, junto con un curioso pargo.
El aire de nuestros tanques se agotaba rápidamente mientras nosotros nos negábamos a despertar de ese fantástico sueño. Pero faltaba más, pues en nuestro camino de regreso a la superficie nos topamos con unos jardines de coral, blandos y duros, de colores, que desafiaban a la imaginación, entre ellos viven dos enormes y punteadas chemas.
Uno de los lugares que más llamó nuestra atención fue el lago de las aguamalas, que como fantasmas deambulan a una profundidad de aproximadamente cinco metros y son tantas que te puedes perder entre ellas, y lo mejor es que son totalmente inofensivas. El lago se llama Jellyfish Lake, una incomparable laguna de agua salada que se formó en medio de la Isla Mecherchar.
Los guías nos llevaron a esnorquelear al lugar de las almejas gigantes que llegan a pesar más de 150 kilos y presentan diferentes colores.
En los pocos días que pasé buceando pude comprobar que pocos lugares en el mundo ofrecen tal riqueza y diversidad de vida marina, por eso Palao es considerado por los naturalistas como una de las siete maravillas sub- marinas del mundo.
Yo pude conocerlo y gozar de tan magnífica belleza gracias a la generosidad de mis amigos y compañeros de buceo.
Gracias, Fernando, Adrián, Carlos (el bueno), Carlos (mi aguelito) y Raimundo, por compartir este sueño que es tan importante para mí.
Texto: Alberto Friscione Carrascosa ± Foto: Alberto Friscione Carrascosa