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UN ENCUENTRO INOLVIDABLE PARTE II
En el número anterior, AMURA 94, disfrutamos del relato que hiciera el buzo profesional Alberto Friscione sobre su experiencia entre y ante tiburones; aquí nos narra otro encuentro inolvidable, esta vez con delfines moteados del Atlántico.
El capitán del barco nos comentó de un lugar, no muy lejos de donde estábamos (isla Freeport, Bahamas), que era ideal para interactuar con delfines moteados del Atlántico. La sugerencia era tan atractiva y las condiciones del mar tan buenas, que decidimos salir de inmediato a probar suerte. Levantamos anclas.
Después de varias horas de navegar, ya entrada la noche, arribamos a un punto del océano situado en medio de la nada oceánica... o del “todo” oceánico, si se prefiere. El capitán, tranquilo como el hombre de mar que es, sacó de la bodega del barco unos potentes reflectores submarinos y los colgó en un costado del barco. En cuanto los prendió llegaron peces y calamares en pos de las larvas que, atraídas por las luces, se juntaban por millares.
Nosotros desde cubierta veíamos como se llenaba de vida el mar. De pronto hicieron su aparición un pez vela y un bello delfín moteado. Varios de mis compañeros ya estaban preparados con visor y cámara en mano, el resto tardamos un poco más en ponernos nuestros trajes de neopreno. Brincamos al agua y al instante nos vimos ante uno de los espectáculos marinos más increíbles que he podido observar en mi vida: delfines moteados del Atlántico a la caza de peces voladores. Su veloz habilidad era tal que, cuando un pequeño pez se elevaba fuera del agua, un magnifico delfín calculaba con exacta precisión su punto de reingreso y lo atrapaba casi antes de caer.
Entre lo que más me maravilló incluyo haber visto a una madre delfín enseñándole a su pequeño, con gran paciencia, la difícil tarea de procurarse el alimento. Fue una gran suerte poder presenciar esta lección, un momento mágico. Regresamos a bordo pasada la media noche, muertos de frío y cansados, pero con el espíritu muy alegre.
El amanecer nos encontró en otras aguas, navegando un mar muy claro y de poca profundidad. La dorada luz del sol se filtraba por el espejo del azul del mar, dándonos unas imágenes claras y bellas de esos delfines moteados del Atlántico que habíamos venido a buscar. En este punto quiero comentar que los encuentros con delfines en su medio natural son cada día más esporádicos, y cuando de casualidad los encuentras, rara vez interactúan con humanos. Pero ese no fue el caso que aquí relato, pues llegaron para jugar con nosotros entre 12 y 15 delfines en grupo.
Los delfines moteados del Atlántico son animales gregarios. Me comentó el capitán que en mar abierto se pueden contar hasta 50 animales juntos, pero en este bajo de arena no más de 15 y casi siempre los mismos. Van a ese lugar específico en busca de su alimento predilecto: cefalópodos y peces de algunas variedades.
Al acercarse a nosotros pudimos observarles manchas en todo su cuerpo, más distinguibles en los adultos, ya que en las crías son de color gris claro. Sentía mucha curiosidad por saber más de esta especie, pero en ese momento lo único que me interesó fue gozar de su simpatía y aceptar su invitación a jugar con ellos; y sobre todo con uno de nuestros guías, Travis, a quien ya conocen. Esperan con muy buena disposición el momento en el que Travis haga una serie de piruetas que luego imitan los delfines, o jugar con un trapo que se pasan unos a otros mientras emiten sonidos que me parecían de alegría.
Estaba tan feliz en el agua observando ese espectáculo tan increíble, que por un momento pensé que era irreal. Pero no, era verdadero.
Después de esta extraordinaria experiencia que me regaló la mar, sólo puedo comentar que estoy convencido de que llevo el rumbo correcto al tratar de salvar a ésta y a otras especies por todos los medios a mi alcance; que no sentí ni el mínimo temor al estar nadando entre tantos delfines en su hábitat y en plena noche; más bien como me sentí fue humilde ante su gran belleza y su amable convivencia.
Texto: Alberto Friscione Carrascosa ± Foto: Alberto Friscione Carrascosa