Necesito del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o solo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son solo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
diera señales de su muerte paulatina;
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso.

¡Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire,
incesante viento, agua y arena.

Parece poco para el hombre joven
que aquí llegó a vivir con sus incendios,
y sin embargo el pulso que subía
y bajaba a su abismo,
el frío del azul que crepitaba,
el desmoronamiento de la estrella,
el tierno desplegarse de la ola
despilfarrando nieve con la espuma,
el poder quieto, allí, determinado
como un trono de piedra en lo profundo,
substituyó el recinto en que crecían
tristeza terca, amontonando olvido,
y cambió bruscamente mi existencia:
di mi adhesión al puro movimiento.

(Pablo Neruda)

Solo el agua y su muy singular combinación de propiedades han permitido que la vida exista tal y como la conocemos en la actualidad.

Pensé que sería muy fácil hablar sobre mar, considerando que he pasado más de la mitad de mi vida viviendo, disfrutando, aprovechando y gozando de todas las bondades de ‘la mar’, en femenino, porque es la que gesta y da vida. Durante la primera infancia, la visitaba en pocas ocasiones e influenciado por el temor de mis padres, quienes tenían la creencia de que en sus profundidades vivían monstruos terribles y tiburones al acecho de los nadadores humanos.

Desde el primer momento en que me puse un visor, esnórquel y aletas en las playas de la Villa Rica, en Veracruz, y vi peces plateados que pasaban entre mis piernas, quedé maravillado e hipnotizado de esos paisajes que se abrían ante mis ojos. Me era tan grato el silencio y tan bonita esa sensación de paz, contraria a los ruidos de los motores de las lanchas y gritos de pescadores que hacían que se rompiera el hechizo… que volví a sumergirme para no volver a sacar la cabeza del mar.

Sin embargo, muchas otras experiencias primarias fueron intimidantes, como las lanchas que llegaban con muchos tiburones capturados y de mirada fría; sus grandes y puntiagudos dientes que ahora, al recordarlos, me producen pena. Al entrar a estudiar la carrera de veterinaria en el puerto de Veracruz, por fin pude responder a ese irresistible llamado que el mar me hacía.

 

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Empecé esnorqueleando en los arrecifes cercanos al puerto, con un miedo atroz a los escualos, que se fue convirtiendo en curiosidad al no encontrar bajo el mar ninguna amenaza sino profunda generosidad. La mar ofrece una libertad increíble de movimiento hacia arriba o abajo, a un lado o al otro. Aunque entendí que es muy fácil perderse en su grandeza y se debe estar alerta, tal y como pensaban mis padres.

Al quedar atrapado por el misterio del mar… empecé a investigar. Los libros dicen que el Planeta Tierra era todavía una bola de fuego cuando empezó a orbitar en torno al sol, al igual que sus planetas hermanos, al principio de la luz y del tiempo.

Una vez que las cortezas se enfriaron y los cuerpos celestes, grandes y pequeños, adoptaron sus formas sólidas actuales, este planeta fue el único del Sistema Solar que recibió por dote los océanos; la vida en la Tierra depende de la salud de éstos porque controlan el clima, regulan la temperatura, absorben Co2, contienen el 97% del agua y el 97% de la biosfera.

Aprendí que el mundo oceánico es un continuo cuerpo de agua salada que cubre un área de 140 millones de millas cuadradas –más de dos tercios de la superficie terrestre–. Esta enorme cantidad de agua está dividida, por los geógrafos, en un pequeño número de océanos grandes e individuales pero conectados entre sí, y una cantidad mayor de mares.

Tradicionalmente estaban divididos en cuatro océanos: el Pacífico, el Atlántico, el Índico y el Ártico. Sin embargo, en el 2000, se decidió, después de mucha polémica, denominar océano Sur a la masa de agua alrededor del Antártico.

 

 

El primer milagro de la creación fue producir la inmensa fuerza de gravedad, que ciñe firmemente el océano a los costados de nuestra esfera en vuelo cósmico, sin que se derrame o salpique una sola gota hacia el espacio, pues cada mililitro estaba reservado y sería necesario para poner en acción la primera y única maquina verdadera de movimiento perpetuo; predestinada a crear la evolución de la vida en nuestro planeta.

Y los milagros continuaron, pues todo lo que crece y se mueve hoy en la superficie de la Tierra, tuvo su origen en aquella pócima cabalística agitada por las corrientes oceánicas, que permanecieron sumergidas en unos caldos nutritivos, a temperaturas agradables y que jamás se secaban. Las células se multiplicaron y con el tiempo formaron los ojos y las aletas, que permitieron a las especies animales ver y desplazarse a voluntad. Así surgieron, por evolución infinidad de especies, desde medusas y erizos de mar hasta pequeños peces, caballitos de mar, gusanos, anfibios, reptiles, aves, mamíferos, y todo tipo de plantas dentro y fuera del agua.

Solo a través del tiempo, la Tierra adquirió la forma que ahora vemos en las fotografías tomadas desde el Espacio, se aprecia como una joya azul suspendida en el vacío negro azabache debido al reflejo de la luz del Sol en la vasta extensión de agua que la cubre. Aprendí y descubrí que los peces de colores, de diferentes formas y tamaños tienen sus rutinas bien marcadas como nosotros.

 

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Los arrecifes de coral

Los arrecifes de coral aparecieron en los océanos hace mas de 400 millones de años. Desde entonces, no han dejado de construir edificaciones fascinantes, gigantescas, cuyas formas pueden llegar a ser de una diversidad magnífica, exuberante y soberbia.

Después del último periodo glaciar, en lo más intenso de éste, el nivel del mar estaba aproximadamente entre 110 y 120 metros por debajo del nivel actual, y los arrecifes que bordeaban las plataformas continentales tropicales eran estrechos, lo que permitió a las migraciones humanas viajar hacia islas con recursos sin explotar.

Los corales pertenecen a un grupo de animales llamados cnidarios que engloban a los corales duros y blandos: los abanicos de mar, las gorgonias, los hidroides, las medusas y las anémonas. Aunque se trata de un grupo muy diverso, todos estos animales comparten varias características. En su fase larvaria deambulan libremente por el mar y todos poseen una estructura corporal simple, con una boca central, a través de la cual el alimento entra y sale.  

Los arrecifes coralinos son mucho más que joyas visuales. Sin la intrincada estructura que ofrecen, la diversidad de plantas y animales marinos y los trópicos quedarían reducidos a una fracción de los que son. Los arrecifes son lugares de inagotable interés que rivalizan con cualquier hábitat de la tierra, en riqueza, belleza y complejidad. Si bien ocupan tan solo el 0.9% de la superficie de los océanos, su diversidad biológica es importante para unos 500 millones de seres humanos a quienes aportan alimento, diversión, material de construcción y protección para sus costas. Se estima que aportan 375,000 millones de dólares de los bienes y servicios que cada año nos proporcionan.

 

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Son probablemente los ecosistemas más carismáticos del planeta, pues parecen rocas, pero son organismos vivos, y ser testigo de su reproducción –que por lo general ocurre en la noche iluminada por la Luna llena en el mar, que interviene como incubadora desde el principio de los tiempos–, es una oportunidad que no se olvida fácilmente.

En esencia, los arrecifes son como ciudades donde los corales sirven de ladrillos y las algas hacen las veces de cemento. Al observarlos bajo el agua, la profusión de vida y lo exuberante de sus colores y actividades nos maravillan. La vista apenas tiene tiempo de detenerse en un punto antes de que algo vuelva a llamar la atención en sus formas que semejan castillos, cuernos de alce, cuernos de venado, candelabros, abanicos, o bien, cerebros humanos.

Un elemento sumamente importante dentro de la cadena alimenticia es el plancton. Grandes cantidades del zooplancton, solamente se acerca a la superficie por la noche y por la madrugada para alimentarse del fitoplancton, antes de volver a las aguas más frías de las profundidades. Aquí es donde aprovechan los grandes tiburones, ballenas y las mantas gigantes para realizar sus festines y nosotros, los humanos, para gozar de su presencia.

El número y variedad de animales y plantas que podemos encontrar en los océanos es inabarcable. Desde las bacterias más diminutas de tan solo milésimas de milímetros, hasta los animales más grandes del planeta como la ballena azul que llega a medir 33 metros, peces vela, tiburones de todo tipo y atunes son algunas de las especies entre los incansables nómadas que recorren decenas de miles de kilómetros para ir a sus zonas de reproducción y alimentación. Mientras que en los arrecifes las langostas, los meros, los pargos, los peces ángeles, las barracudas, entre muchos otros, encuentran su forma de vida y adornan los fondos marinos con sus brillantes colores.

 

Sus bondades

La Tierra resulta benigna comparada con lo que sería si no existieran los océanos. Estas enormes masas de agua actúan como acumuladores que almacenan el calor del Sol y luego lo liberan de manera gradual en otros lugares del globo. Así, los océanos desempeñan un papel crucial para la regulación climática. Nos proveen oxigeno. Los mares del mundo despiertan en cada uno sentimientos potentes de libertad, de aventura, de asombro, de serenidad y grandeza de la vida misma. Son absolutamente necesarios para el comercio mundial.

Nos atraen también porque, de una forma consciente o no, presentimos o afirmamos que son totalmente indispensables. Aunque este otro mundo siga guardando lo esencial de sus secretos; creemos que alberga nuestro pasado y, con seguridad, condiciona nuestro futuro. Para mí, en especial, el azul de la mar es el mejor antídoto para salir de los problemas mundanos.

 

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El hombre regresa a la mar

Ya desde la prehistoria, la mar ejerció una irresistible atracción sobre el hombre quien, en el transcurso de las civilizaciones ha respondido al llamado. Empezó sumergiéndose en apnea en busca de alimentos, de perlas u objetos perdidos, o bien para fines bélicos. Pero el cuerpo humano está prácticamente nada adaptado a la inmersión profunda y prolongada; así que inventó aparatos y, a costa de numerosas vidas, aprendió la necesidad de la descompresión. 

Solo en épocas recientes, con los equipos modernos y técnicas adecuadas, se nos han abierto las fronteras de un mundo que desafía a la imaginación más fantasiosa. Al explorador submarino le esperan paisajes y aventuras verdaderamente extraordinarias en el reencuentro con los habitantes de los mares en su ambiente natural, es también la revelación directa de la infinita variedad, de la multiplicidad de formas vivientes que tienen por único imperio las aguas de la mar. Cuando te sumerges en cualquiera de los mares u océanos, es la frontera con otro mundo, un mundo de infinita hermosura y complejidad que incluso, hoy en día, se conoce tan poco.

Bajo la piel del mar existen plantas que nadan, animales que viven fijos en el fondo y semejan rocas; tiburones con cabeza de martillos, mamíferos que no tiene patas ni pelo, así de caprichoso. Ver, fotografiar, estudiar, o simplemente sentir el abrazo que te dan las aguas conforman las múltiples razones que tiene el ser humano de experimentar sensaciones como nunca. Es muy fácil habituarse en este universo, solo tienes que dejarte guiar por él.

 

 

El reto

Todos vinimos del mar, pero pocos volvemos a él. El mar, tan bonito, tan complejo, tan impredecible y majestuoso ahora está herido en lo más profundo de sus abismos.

La mayoría de las personas no están conscientes de la gran importancia que los mares tienen para la vida en la tierra. Si les dijera que tan solo absorben más de 3 millones de toneladas anuales de dióxido de carbono; que de él se extraen medicamentos que salvan vidas; que son una fuente muy importante de proteína animal. Constituyen un hábitat de infinidad de especies de toda clase y tamaño que van desde el microscópico plancton hasta los grandes calamares, pulpos, tiburones y descomunales ballenas. De hecho, la complejidad de la vida es mayor en el mar que en la tierra.

Por desgracia, nuestros insustituibles océanos están en peligro. El impacto combinado de sobrepesca, el calentamiento global, la urbanización costera, la contaminación, el tráfico ilegal de especies, la acumulación de sustancias toxicas arrojadas, el descuido y la falta de cultura, por mencionar solo algunos, han puesto en riesgo a los poderosos océanos y con ellos las formas de vida vegetal y animal que en ellos viven. Los océanos pueden aportarnos grandes beneficios, desgraciadamente hemos pasado del miedo y respeto que les teníamos a menos preciarlos y maltratarlos, sobre todo en los últimos años. De hecho, en muchas zonas el daño ha sido tan grave que quizá sea irrevertible.

Los océanos parecieran ser inacabables y su vida salvaje tan prolífera que durante muchos siglos sus recursos, en particular la pesca, pareció inagotable y su capacidad de absorber desechos, infinita. Ambas creencias, sin embargo, han probado ser falsas. Hoy, los océanos, con su flora y su fauna, se encuentran bajo grave amenaza como nunca en la historia a raíz de manera directa o indirecta del ser humano.

Por todo lo antes mencionado, creo que, espiritualmente, la protección de los océanos es la causa más real, emocional y justa que jamás se emprendiera en la historia de la especie humana. Si no fuera así, las generaciones futuras nos reclamarán.

Lo que he buscado con mis imágenes no es la ciencia como tal, si no hacer conciencia para que este maravilloso mundo siga su curso. 

 

Solo Buceo. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Referencia: Planeta Azul, historia natural de los Océanos.

Celebración a los mares.

 

Texto: Alberto Friscione ± Foto: Alberto Friscione