Una cosa hay que tener en cuenta cuando nos enfrentamos a la obra del artista norteamericano Robert Gober (Connecticut, 1954), alguna oscura intención yace detrás de los objetos más anodinos.
El marco temático de Robert Gober, en rara ocasión, excede los límites de lo doméstico, pero desde la figura de la casa y de los objetos que la componen, Gober recrea y reconfigura las relaciones que se desprenden en nuestro encuentro íntimo con los objetos: la casa se convierte en un marco de actuación de lo público.
En los objetos que recrea Gober nada es simple- mente lo que aparenta ser. Objetos de nuestra coti- dianeidad -cunas, camas, urinarios, lavabos, desagües, puertas, sillones, papel tapiz- cobran vida propia y exhiben un aspecto desconcertante.
Cada objeto que compone el vocabulario visual de Robert Gober, ha sido artesanalmente producido por el artista, junto con un equipo de trabajo confor- mado por jóvenes artistas a su vez.
Si bien es evidente que establece un diálogo con la tradición del readymade, Gober por su parte ha optado por fabricar él mismo los objetos.
Esta decisión y su elección de los materiales con- llevan en principio a un replanteamiento de los objetos mismos y la manera en que nos relacionamos con ellos. Por ejemplo, “Untitled” (2008), una caja de tár- tara de manzana vacfa que a primera vista parece de cartón, bajo el escrutinio retardado del espectador, típico en la experiencia estética que genera la obra de Gober, damos cuenta de que en realidad está pin- tada a mano y que fue fabricada de cobre y vidrio.
La unicidad de sus imperfecciones -que la equipa- ran a un producto artesanal- y la naturaleza de su mate- rial, se oponen a cualquier lógica de fabricación en serie. La primera lección es observar, y la segunda, es volver a observar antes de formular cualquier asunción.
Pero hablábamos del aspecto desconcertante de los objetos. La obra de Robert Gober tiene la cualidad de hacer un comentario al margen de lo evidente, mediante la transposición de elementos pertenecientes a diversos reinos.
Mediante la ironía, como es el caso de la caja de tártara de manzana, la inscripción de la marca “Table Talk” hace alusión a la plática de sobremesa, es decir, a una fisura en la comunicación de los sistemas intrafamiliares, que es aprovechada por la industria publicitaria. Uno no consume una tártara de manzana sino la aspiración de una conversación familiar. Este primer doblez en el sentido de la pieza, continúa desplegándose hacia un sentido aún más obtuso.
La expresión table talk también alude a las pláticas ilícitas entre parejas en las jugadas de naipes acerca de los contenidos de sus juegos. En el entramado de la pieza, podemos leer por un lado la injerencia de la industria en la modulación del sis- tema familiar y, por otro, la sutil intromisión de la distinción entre lo lícito y lo ilícito, la norma y su trasgresión; en resumen, de lo que se puede hablar y lo que se debe callar, al margen de los sis- temas morales de la familia.
Es así como los objetos de Gober establecen alianzas entre diversos reinos, y exponen el revés desconcertante de la relación íntima que establece- mos con los objetos que nos rodean.
Los niveles de lectura de dichos objetos, potencian una capacidad de afección pero también de afectación exponiendo una verdad un tanto incómoda: los procesos de conformación de la subjetividad son dictados por el sistema familiar, que es a su vez, moldeado por la industria de consumo. La familia y el hogar, es uno de los frentes de injerencia de lo públi- co y lo político. El hogar, lejos de ser una morada armónica, se convierte en un reproductor de normas sociales y morales.
Mediante la inclusión de objetos del uso cotidiano, Robert Gober despliega una faz perversa: el reverso del hogar como un centro domesticador que castiga cualquier transgresión a la norma.
La socialización en la pequeña familia burguesa, sus mecanismos autoritarios de represión y control, la ablución y disciplina del cuerpo que obedecen a parámetros de purificación moral, son referentes ineludibles para el estudio del trabajo del artista.
A fines de los anos ochenta, Gober comienza a incluir en su vocabulario formal la aparición fragmentaria del cuerpo.
Piernas y torsos amputados con aleaciones aje- nas al cuerpo, como desagües y velas, hacen aparición en la galería, a veces cercenados por la pared y otras simplemente empotrados en ella.
Estas aleaciones al cuerpo indican el triunfo del hogar en la colonización del cuerpo, el extremo de los métodos de higienización es representado por la incrustación del desagüe directamente sobre la superficie del cuerpo (“Untitled", 2002-2004), pero indica a su vez, una resistencia poética: los desagües se convierten en válvulas de paso, sumideros por los que circula libremente el deseo.
En la instalación que presentó en el “DIA Center for the Arts" (Nueva York, 1992), Gober realizó en la galería un auténtico trabajo de fontanería, logrando que circulara agua por los ocho lavabos que incluiría la instalación. Estos fueron fijados sobre las paredes, pintadas a mano, que mostraban la escena pastoril de un bosque.
Dos ventanas con barrotes colocadas a lo alto de las paredes mostraban un cielo cerúleo logrado con iluminación artificial. Sobre el piso se apilaban reproducciones de periódicos, algunas modificadas, otras originales, con notas acerca de la incompetencia por parte de las autoridades en relación con la epidemia de VIH que en aquella época estaba mermando a la población.
Gober recurre a la naturaleza como artificio cul- tural, a la ablución social que presiona las poblaciones minoritarias a la periferia y, por último, a la figura de los barrotes que convierten la escena en un lugar carcelario.
Todo parece indicar que no hay un afuera de la cultura. Tanto los procesos de subjetivación como el recurso de la naturaleza como artificio, están sujetos a las formaciones culturales, pero el agua y los desagües abren válvulas de respiración a los sis- temas endémicos, sobre los que se basan los siste- mas culturales.
Texto: Anarela Vargas ± Foto: Courtes y Matthew Marks Gallery, NewYork