La exposición Roni Horn aka Roni Horn, es una revisión del trabajo de la artista norteamericana que agrupa más de dos décadas de producción plástica, presentándose actualmente en la Tate Modern (Londres) hasta el 25 de mayo.

El itinerario de la muestra comprende: Collection Lambert (Avignon) de junio a octubre del 2009; Whitney Museum of American Art, (Nueva York) de noviembre de 2009 a enero de 2010; The Institute of Contemporary Art, (Boston) de febrero a mayo del 2010, teniendo como curadores de la muestra a Mark Godfrey para Tate Modern, junto con Donna de Salvo y Cárter Foster para el Whitney Museum.

 

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Es difícil establecer precisiones cuando uno se enfrenta con el trabajo de Roni Horn (Nueva York, 1955). En cada aproximación, la obra se escapa como un hilo de agua entre las manos. Cada obra comparte un cierto tejido de cualidades con las demás; pensemos en lo siguiente: Horn trabaja con un catálogo primario de formas, materias, colores e ideas y cada elemento entra en un proceso evolutivo con todos los demás, ya sea por contigüidad, similitud o antagonismo.

Hay algo incesante en el trabajo de Roni Horn, una suerte de repetición obsesiva, cada obra lleva en sí los rastros de otra, como un problema inacabado, una cuenta pendiente. Esta sensación se vuelve evidente cuando para pensar una obra, damos cuenta de la necesidad de recurrir a otra.

Como una primera aproximación, podemos establecer que Roni Horn trabaja con el paisaje geológico islandés, el retrato, diversos estados de lo líquido y el flujo de la memoria. Y también con cierto flujo vital que pasa por la identidad, la mutabilidad y la androginia. Con respecto a los lenguajes, están presentes el uso de la fotografía, la escultura, el dibujo y la edición de libros de artista.

 

 

Mediante diversas estrategias temporales y espaciales, la obra de alguna manera nos incorpora activamente. Por ejemplo, la serie Becoming a Landscape, que consta de una veintena de fotografías distribuidas linealmente a lo largo de una de las salas del museo y dispuestas a la altura de la mirada del espectador, recurre como muchas otras en el trabajo de la artista a la estrategia del doble y el par.

Conforme transitamos, distinguimos en las fotografías borbotones y ojos de agua, respiraderos de la tierra, cavidades, zonas de oclusión, entradas y salidas, válvulas de escape: Lama, piedra, lodo, agua, vapor, materia mineral. Regurgitaciones caloríficas de la tierra. Cada par de fotografías están tomadas en un tiempo diferido por fracciones de segundo. Cada una actúa como el registro inmediato de la anterior.

En una fracción de segundo se instala la diferencia y conlleva dos temporalidades distintas. Por una parte, la temporalidad del paisaje, es decir, el tiempo de la tierra con sus mutaciones casi imperceptibles; y por otra, el tiempo del espectador operando mediante la memoria.

La obra establece un lazo temporal con el espec- tador que no reside en el objeto, es decir, en la foto- grafía en sí ni en su doble, es decir, su repetición sino en el acto de percepción que se transforma en un acto de memoria cada vez que el doble nos remite a la fotografía original. El flujo temporal del pasado inmediato se desborda inundando la imagen subse- cuente con estratos de la anterior. Esta "penetración del pasado en el presente", es definida por el filósofo Henry Bergson como duración.

 

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El trabajo de Horn apela a nuestra memoria desde la duración, como un flujo vital ininterrumpido. El espectador triangula la imagen, establece una relación gestáltica con la obra, se convierte en un operario. Pero en ese preciso momento en que la memoria está fun- cionando en el lugar de la percepción, aparece la duda, la incertidumbre, la vacilación, el titubeo.

Uno vuelve la mirada a la fotografía original en busca de la diferencia, del rastro imperceptible del flujo temporal. Uno inquiere, aún sin saberlo, la falla en la propia memoria, la incapacidad para reconocer la diferencia.

Recorriendo la serie a lo largo de la sala de exhi- bición, destaca el retrato de lo que parece ser una persona joven, tal vez un adolescente. Incrementa la incertidumbre sobre su género, bien podría ser hom- bre, mujer o andrógino.

El doble retrato comparte con el paisaje el mismo carácter perceptible o imperceptible de la mutación, del cambio, del flujo temporal. El retrato se configu- ra en el paisaje como parte de un mismo devenir, de vuelta al fango de donde surgió la vida.

El devenir propio de la materia orgánica e inorgánica, animada o inanimada entra en contigüidad a lo largo del trabajo de Roni Horn.

La exposición reúne el infinito que asoma en las pequeñas cosas, en los cambios imperceptibles de la materia. Caucho, cristal, metal, papel y fotografía es la materia prima que permite a Roni Horn recorrer el tránsito que va del retrato al paisaje, de la escritura a la memoria, del clima a la identidad. 

 

 

 

Texto: Anarela Vargas ± Foto: Cortesía de las marcas