Un Nobel para no olvidar el Holocausto

La literatura es la recreación de un microcosmos en donde la forma y el estilo recrean sucesos, vivencias, épicas.

A veces, los seres humanos son capaces de poner sobre la mesa asuntos que, precisa-mente porque sobrepasan lo imaginable, ponen a prueba la capacidad del lenguaje para hacer su trabajo sin caer en el olvido.

Aunque han pasado 75 años desde su culminación, el Holocausto sigue siendo uno de los grandes pendientes de la humanidad. Más si en estos tiempos convulsionados se habla de intolerancia, racismo y negación del otro, como lo mencionaba Erich Fromm en sus ensayos.

El 27 de enero de cada año se conmemora el aniversario de la liberación de Auschwitz en 1945. Aunque la Organización de las Naciones Unidas (ONU) pospuso su celebración hasta 2005, sorprende más aún el hecho de que la Academia Sueca se esperara hasta entrado el siglo XXI para otorgar el Premio Nobel a un sobreviviente.

 

Imre Kertész

(Budapest, 1929-2016)

El joven húngaro deportado que apenas contaba con 15 años, tuvo a bien presentar, de forma gráfica e inocente, la brutalidad de los soldados nazis ante la masacre de millones de judíos: “Entonces apareció un hombre alto de aspecto imponente que se dirigió hacia nosotros desde un edificio contiguo. Llevaba botas altas y un uniforme ceñido, con estrellas doradas y un cinto de cuero que le cruzaba el pecho en diagonal. En una mano llevaba una pequeña fusta como las que se utilizan para montar a caballo, con la que golpeaba continuamente sus botas brillantes de charol. Un minuto más tarde, mientras esperábamos, inmóviles y formados en filas, comprobé que era un hombre bastante guapo, fuerte y atlético. Me recordó a los héroes de las películas: atractivo, con rasgos viriles y un fino bigote castaño, cortado impecablemente a la moda, que lucía de maravilla en medio de su rostro bronceado”.

El narrador y ensayista que compartió la experiencia del exterminio a través de sus obras Sin destino, Kaddish por el hijo no nacido y Un instante de silencio en el paredón, vivió dos paradojas cuando se le otorgó el reconocimiento. Primero, aquel hombre deportado en 1944, se preguntó en Suecia por qué le habían dado el Nobel, ante los crecientes vientos del autoritarismo en Europa. Sin embargo, los especialistas vieron en el hecho la necesidad de recrear el horror de la intolerancia y el odio a otros pueblos, como actualmente sucede en la Unión Europea. La otra paradoja fue que Kertész murió el 31 marzo de 2016, el mismo día que la ONU recordaba a la Unión Europea que, de los 22,000 refugiados que había aceptado acoger en 2015, solo habían llegado a su destino 4,500.

 

 

 

 

 

Contra el olvido

El premio Nobel de Literatura húngaro falleció a los 86 años en su natal Budapest. Se dice que su obra Sin destino, que dio a la luz en 1975, tardó 13 años en escribirse. El literato afirma que cuando regresó a Hungría, no solo halló el apartamento de sus padres ocupado por extraños, sino que se dio cuenta que se encontraba totalmente solo, ya que toda su familia había sido engullida por la maquinaria nazi.

El escritor era consciente que la literatura iba más allá de las palabras. “La esencia de mi obra consiste en trasladar lo ocurrido a una dimensión espiritual. Que quede en la conciencia, aunque ahora lo veo con menos optimismo. El Holocausto es el hundimiento universal de todos los valores de la civilización y una sociedad no puede permitir que se repita. La crisis económica dio pie a la llegada de Hitler al poder. Por tanto, deberían actualmente sonar todas las alarmas. Pero no suenan. Lo cual quiere decir que el Holocausto no está presente en la conciencia de los políticos europeos”, advirtió.

La obra de Kertész es un inmenso relato de la capacidad de supervivencia; de una recomposición moral basada en la conciencia de que cualquier horror es posible, ante el cual, hay que estar bien parados y sin miedo: “¿Cómo hay que escribir? (...) Stendhal, en un prólogo, llama la atención a sus ‘escasos y selectos lectores’, donde destella un giro sorprendente en la frase: ‘Procura que tu vida transcurra sin odio ni temor’. ¿De quién aprendí más? Creo que de Thomas Mann (la audacia y la postura del escritor, la diligencia y la dignidad, y para no olvidarlo: la cultura), así como de Camus (el aferrarse de manera implacable a un solo tema como única posibilidad), todo arte también conlleva a un tema por redescubrir”.  

 

“Mi arte es  una forma de  compromiso hacia mí mismo,  la memoria y la humanidad”.
- Imre Kertész

 

 

 

 

Texto: Mario Vazquez ± Foto: la croix / wpfd / casas del libro / The Washington post / DR / libpbr jamsa / amazon / vbutchen