Valencia es sol, calidez y un mar cubierto de un cielo azul que te atrapa. Valencia es fiesta y un premio a los sentidos. Es vanguardia, cultura y tradición. El enamoramiento surge al respirar el aire mediterráneo de esta ciudad que desprende vida, luz y color. Su principal protagonista es su gente, que me envolvió, haciéndome sentir como si su casa fuera mi casa.

Descubrir la Ciudad de las Artes y las Ciencias es una experiencia extraordinaria. Con su diseño impecable y un entorno magnífico, este conjunto de elementos ofrece alternativas para pasar el día sin dar lugar al aburrimiento. En su interior se halla el Oceanogràfic, el acuario más grande de Europa. A través de los cristales quedo impresionada por la belleza que ofrece la naturaleza.

Al pasear por el Centro Histórico soy consciente de que ésta es una ciudad de contrastes, en la que todo se combina con elegancia. En el corazón de Valencia se halla el conjunto catedralicio, presidido por la Basílica de la Virgen de los Desamparados, patrona de la ciudad. La edificación es imponente, pero al mirar hacia arriba y ver la cúpula, predomina la belleza. El Barroco aparece representado en todo su esplendor en el Palacio del Marqués de dos Aguas, cuya fachada es fascinante. Una vez dentro, no me decepciono. Me encuentro con el Museo Nacional de Cerámica, que expone piezas prehistóricas, romanas, griegas y árabes. Sigo la ruta por la Lonja de la seda y el Mercado de Colón. Sin embargo, donde más tiempo permanezco es en el Mercat Central. Atravesar el umbral de este edificio premodernista es sinónimo de disfrute.

 

 

Es un lujo para los sentidos, que se ven inundados por los colores, sabores y olores que destilan los productos frescos de los comercios. Aromas y matices se ven plasmados en la gastronomía de la tierra. Una de sus mejores representaciones es el arroz, preparado de una y mil formas y que provoca una explosión de sabores en el paladar. Para descansar, nada como tomarse un Agua de Valencia o una horchata bien fría en una terraza mientras el sol te llena de energía. El lago del Parque Nacional de la Albufera es testigo de uno de los atardeceres más inolvidables. Dar un paseo en barca, mientras te dejas abrazar por los tonos rojos y dorados, es un privilegio del que todos deberían disfrutar al menos una vez en la vida.

 

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Durante el viaje, merece la pena tomarse un día para visitar algunos pueblos cercanos. Los covetes dels Moros de Bocairent, las joyas arquitectónicas de Segorbe  y el Monasterio de Santa María, en Simat de la Valldigna, son paradas obligatorias.Como amante de la moda, no dejo pasar la oportunidad de ver las nuevas tendencias que ofrecen los diseñadores valencianos. Éstos tienen un espacio reservado en el Eixample y el barrio de Ruzafa, en cuyos escaparates se refleja la exclusividad y multiculturalidad de las creaciones.

Los valencianos esperan con ilusión la llegada de su ‘fiesta en llamas’. Las Fallas son un espectáculo para todos los sentidos: se ve el fuego y el humo, se huele la pólvora, pero, sobre todo, se siente la vibración que recorre todo el cuerpo. No es sólo por la paella, por el sol y la fiesta. Valencia tiene algo indescriptible que hace que siempre tenga ganas de volver.

 

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Texto: María Luisa Martínez Vacas ± Foto: PAINT TOUR / WEJ / AMURA