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Si me cuentas cómo es el planeta, siempre habrá una pregunta de cómo es atrás de la última colina, ¿dónde nos lleva el sendero?, ¿qué sorpresa se abre en la siguiente curva?
En este viaje, navegando por las costas del Río de la Plata, hemos explorado los límites de unas tierras poco conocidas, donde los desiertos yacen al pie de Los Andes, donde los glaciares del Aconcagua vigilan las tierras de los mejores vinos argentinos, donde los géiseres surgen a más de 4 mil metros de altura; las Viñas de Salta alumbran de color verde los desiertos pintados de rojos y ocres.
Tierra llena de sorpresa, el noreste de Argentina es un tesoro que alumbra la majestuosidad de Los Andes.
Mendoza y sus viñedos
Alojado al pie de Los Andes nevados, Mendoza es una ciudad muy agradable, intricada entre los viñedos que cubren las tierras arenosas. Es acogedora, con buenos restaurantes y hoteles.
Las bodegas de los mejores vinos se alzan con sus elegantes casas alrededor de la ciudad y visitamos el Valle del Maipú, Godoy Cruz, Luján de Cuyo, San Rafael, para descubrir los mejores vinos de las bodegas como Toro, Santa Ana, López, el Trapiche, Etchart, etcétera y descubrimos el Museo del Vino, alojado en la fabulosa Casa Giol, de puro estilo Art Nouveau.
Las parrilladas ahumean el aire con sus exquisitas carnes, morcillas y chorizos y los vinos colorean los vasos para el deleite del paladar. Mendoza, accesible desde Buenos Aires o Santiago de Chile por la
línea aérea Lan.
Aconcagua
Explorando esa región del planeta, los caminos nos llevaron por desiertos helados, montañas cerca del cielo, tierras de dinosaurios y viñedos rodeados de zonas áridas.
Nuestra primera etapa nos acarreó por una hermosa carretera hasta el Aconcagua, el pico más alto de Los Andes y de América con sus 6 mil 962 metros, y el más alto del mundo, fuera de Asia.
Admiramos Los Andes nevados, donde nos integramos por los caminos que nos llevaron a observar las montañas áridas y los valles fértiles.
Descubrimos el “Puente del Inca”, un puente natural a 2 mil 700 metros de altura, donde las aguas termales que de ahí brotan han coloreado la tierra con tonos anaranjados, (se había construido un hotel bajo el puente en 1925, donde la gente gozaba de las termas, hoy abandonado y testigo del ataque constante del hombre al paisaje natural), y las estaciones de esquí de Vallecitos, Los Puquíos y Los Penitentes, y el valle que lleva al túnel que hace frontera con Chile.
Finalmente alcanzamos el Parque Nacional, subimos por el Valle de los Horcones, donde nos dejamos sorprender por el gigante que cuenta con varios glaciares. Era una vista sorprendente, imponente, la montaña nos aplastaba con su belleza y majestuosidad, que se reflejaba en las pequeñas lagunas. Un cóndor recorría las cimas. La nieve adornaba el Aconcagua, dios de los Andes y hogar de los dioses misteriosos.
Es una de las vistas más hermosas del planeta, ese gran monte al fondo de los valles helados, adornado por hielos eternos y atormentados por su relieve accidentado.
San Juan y la Difunta Correa
Siguiendo Los Andes hacia el norte, atravesamos campos de cultivo y de viñedos para llegar a la tranquila y sombreada ciudad de San Juan, con sus parques y su animación de provincia.
A 60 kilómetros visitamos uno de los santuarios más importantes de Argentina, donde los devotos peregrinan y dejan placas de coche, pequeñas casitas de madera y extrañas ofrendas en agradecimiento.
La leyenda cuenta que aquí murió Deolinda Correa, quien en tiempos revueltos por la Guerra Civil en el año de 1840, tratando de alcanzar a su esposo, murió de sed y hambre debajo de un árbol, apretando a su bebé contra su pecho.
Cuando la encontraron, el bebé estaba vivo y amamantándose de su pecho, que seguía dando leche. Su tumba se convirtió, poco a poco, en un santuario de devoción y un pueblo ha crecido alrededor de la capilla y de sus extrañas ofrendas.
Desiertos helados y el Valle de la Luna
El viento soplaba sobre las altas planicies cuando recorríamos esos desiertos de colinas áridas donde no habita nadie, encontrando unos pueblos abandonados, las villas de un tren que ya no pasa, rodeados por la silueta de los picos nevados y los valles, donde el viento anima las calles desoladas de algunos pueblos como Las Flores, Colola o San José de Jáchal. Son unos lugares hermosos, alejados y olvidados.
Descubrimos un lago de color esmeralda, rodeado por cerros pintados de tonos rojizos, amarillos, ocres, labrados por la erosión.
Atravesamos unos cañones, donde las rocas adornan un paisaje insólito, los cuales nos llevaban a valles habitados por nuevos pueblos por donde las almas flotan en el aire pesado, como Villa Unión hasta llegar a San Agustín del Valle Fértil, un oasis en medio del desierto, con sus calles polvorientas y su lago, que refrescan los cactus reflejados en su espejo de agua.
El Valle de la Luna es en el Parque Nacional Ischigualasto, donde la erosión del agua y del viento han dibujado un extraño relieve y nos recibió una manada de guanacos a la entrada.
La visita se hace en coche, con un guía que explica ese fenómeno de erosión que provocó la formación de ese agreste paisaje, donde encontramos formaciones en forma de esfinge, de hongo y de columnas. Unas extrañas esferas de arenisca y unos suntuosos acantilados de color rojo.
La fama del parque radica en la gran cantidad de fósiles encontrados y que datan del Periodo Triásico de la Era Secundaria, que comenzó hace 248 millones de años, caracterizándose con la expansión de los primeros dinosaurios y mamíferos.
Visitamos también el Parque Nacional de Talampaya, con su impresionante cañón rojizo, el de La Quijada, atravesamos La Pampa y los viñedos de La Rioja que rodean la pequeña ciudad de La Rioja, la cual duerme bajo el sol al pie de la sierra y donde se encuentra un convento franciscano del siglo XVI, considerado como el más antiguo de Argentina.
Seguimos hacia el norte en esas áridas pampas, donde los viñedos pintan el paisaje de verde hasta llegar a San Fernando del Valle de Catamarca, situado en una quebrada cubierta de bosque.
Pasando las montañas, descubrimos el valle tropical de Tucumán con sus sembradillos de caña de azúcar, siendo la provincia más chica de Argentina, hasta llegar a su capital.
De Tucumán hasta Cafayate
Tucumán es una ciudad que brinda una calurosa bienvenida, con su majestuosa plaza y sus edificios Art Nouveau que desafían el tiempo, con sus fachadas adornadas que recuerdan las ciudades de Buenos Aires y París.
Atravesando los campos de caña de azúcar empezamos a subir la cadena montañosa del Aconquija, que alberga una exuberante cañada, hasta llegar al altiplano del Valle de Tafí en donde se aloja una presa, cuyas aguas reflejan el cielo transparente. En su orilla, el pueblo de Tafí del Valle se calienta bajo el sol, con su humor montañense, sus quesos y sus carnes asadas, su aire de olvidado y que recibe los fines de semana a la gente de Tucumán.
Seguimos nuestro recorrido por las Cumbres de Calchaquíes hasta bajar hacia el Valle de Cafayate. Y nos topamos con una zona árida en donde los Cardones, esos intrigantes cactus, desafían la luz aplastante del sol.
Pasamos por el Museo de Pachamama, la diosa de la tierra, con sus insólitas esculturas y llegamos al Valle de Quilmes donde descubrimos las intrigantes Ruinas de Quilmes, un pueblo basado sobre la cultura Tiahuanaco y que se desarrolló en el siglo X d.C.
Cuando llegaron los españoles, era una ciudad extendida y los Quilmes se tuvieron que rendir en 1667. Hoy, sus ruinas son el testigo de la belleza de ese pueblo de piedras construido en la ladera del monte, donde se vivía en armonía con la naturaleza y protegían a sus llamas en corrales.
Alcanzamos entonces el Valle de Cafayate hasta llegar a los lucidores viñedos, que crecen en la arena de un antiguo desierto rodeado por montañas de colores ocres y morados.
Las estancias y bodegas se desafían en belleza una a la otra, y llegamos a la bodega del Esteco para alojarnos en el hotel “Patios de Cafayate” que nos invita a pasear, a disfrutar de sus jardines por la tarde. El Spa, a relajarnos con la exquisitas aguas y sus deliciosos masajes, y en la cena, a gozar de los refinados inventos del chef y los vinos de la bodega de Michel Torino: Altimus, Ciclos, Don David y Elementos.
Fue una estancia fabulosa para cambiar de las carreteras, desiertos y montañas áridas, del frío además de calor y baches del camino a sentirse en este lugar como un Príncipe, en un entorno de palacio, disfrutando de los mejores vinos, visitando la bodega y otras para probar las mejores viandas.
Al norte de Cafayate y Salta
En el desierto, al norte de Cafayate, encontramos unos paisajes excepcionales que combinan los relieves atormentados de la erosión de los vientos y del agua, dejando unas montañas rojas labradas de forma natural y asombrosas, otras azules o moradas con capas amarillas, unos ríos que atraviesan los valles y cortan las montañas dejando sus huellas verdes.
En “La Garganta del Diablo”, descubrimos ese cañón con paredes altísimas, rojizas y púrpuras, dominado por las huellas de una antigua cascada vertiginosa.
Unos cóndores enfrentaban el cielo azul, los montes dibujaban un paisaje digno de Dalí. Finalmente encontramos los llanos fértiles de los Valles de Salta, donde los gauchos surgen a caballo de entre los senderos o campos.
Salta es una pequeña ciudad con aire andino que recuerda a Perú o Bolivia, con sus barrios elegantes y su centro muy animado, a mil 187 m de altura. Algunos edificios datan del siglo XVII como el Cabildo o el Convento San Bernardo, pero la mayoría son de estilo neoclásico, como la Catedral o el convento de San Francisco. De estilo francés, especialmente alrededor de su parque central, donde reina la elegante catedral. La gente se relaja en la terraza de los cafés, pasean por las calles peatonales o cenan al son de la música.
El desierto de Atacama en Chile
Aunque se encuentra muy cerca de Salta, volamos a Santiago con Lan, y de Santiago a Calama donde nos esperaba nuestro guía Mario, con el rutilante Jeep. Finalmente llegamos a San Pedro de Atacama, donde nos alojamos en el Hotel Awasi, un hotel de adobe, en el estilo del pueblo.
Considerado como el desierto más árido del planeta, se encuentra en la línea del Trópico del Capricornio, alojado dentro de la Cordillera de Los Andes y hasta la costa. San Pedro se sitúa a más de 2 mil metros de altura y encontramos las lagunas saladas con flamencos.
Nuestras excursiones nos llevaron a visitar Talabre, para recorrer un desierto cañón al pie de los volcanes, con los más finos petroglifos que representan llamas y vicuñas, flamencos, pumas y personas, que datan de hace más de mil 500 años. Insólitos como hermosos son los testigos de otra época, de otra gente, una historia que quedó olvidada.
Seguimos nuestro camino para llegar a la Laguna de Chaxa y Barros Negros, donde encontramos esas pequeñas lagunas saladas en la cual una gran colonia de flamencos, que agrupa a tres especies diferentes, se estaba alimentando con los camaroncitos del agua. Una gran variedad de pájaros los rodeaban. Era un espectáculo hermoso el encontrar esos flamencos en medio del desierto.
Alcanzamos el pueblito de Socaire, con su iglesia rústica y seguimos por el camino de tierra para descubrir el asombroso paisaje de las Lagunas del Salar de Talar y de Incahuasi, batidas por los vientos helados, rodeadas por montañas con tonos ocres, morados y grises. Las lagunas saladas y congeladas adquieren unos tonos de color esmeralda y turquesa, situadas a más de 4 mil metros de altura. Regresando, nos detuvimos para admirar las lagunas azules de Miscanti y Callejón Varela, llenas de patos y flamencos.
Al siguiente día, salimos a las 5 a.m., para llegar a la zona de los géiseres del Tatio, a 4 mil 300 m de altura, situados en un paisaje lunar. El vapor surge de la tierra, la cual escupe agua hirviendo, los minerales dibujan unas formas sorprendentes; el frío es intenso.
Cuando el sol surge para alumbrar los cerros, su color anaranjado delimita las columnas de vapor, las siluetas de las personas parecen bailar dentro de esa exhalación. El pequeño valle escupe el humo de los ríos subterráneos que encuentran el magma.
Bajando de nuevo hacia San Pedro, encontramos vicuñas, patos, el pequeño pueblo de Machuca y caminamos por un cañón donde corre un torrente, crecen los largos cactus en formas retorcidas y terminamos por visitar otros petroglifos más recientes.
El último día nos llevó a recorrer a bicicleta el Valle de Pukara de Quitor, cuyas ruinas vigilan la entrada del desfiladero, testigos del pasado Tiahuanaco e inca, antes de la llegada de los españoles. Dentro de ese espectacular paisaje de montañas rojizas labradas por la erosión, seguimos el río, lo cruzamos caminando descalzos hasta llegar a la iglesia del pueblo, aislada en medio del valle.
En la tarde visitamos las Lagunas de Tebinquinche, donde la gran concentración de sal permite flotar sin esfuerzo y la gente lo goza, encontrando aguas más calientes en algunas partes gracias a unos manantiales profundos.
Terminamos nuestro recorrido por el Valle de la Luna, con sus zonas de extrañas formaciones rocosas, dunas de arena y partes saladas y gozamos de la espectacular puesta de sol, viendo el Valle de la Muerte y sus montañas erosionadas, cuando el sol pintaba de rosa, morado y azul las nubes.
Atacama es un lugar extremadamente insólito, donde el frío de la noche congela los huesos, que se animan a recorrer los senderos cuando el sol calienta el ambiente, alumbrando el cielo transparente.
Nuestro recorrido aquí acabó y el avión de Lan nos transportó al Río de la Plata para seguir nuestra ruta... Habíamos conocido los desiertos más intrigantes de América del Sur, al pie de Los Andes, vigilados por el Aconcagua, adornados por viñedos o lagunas saladas, labrados por la erosión milenaria y que alberga los más antiguos dinosaurios.
Fue una experiencia fabulosa, descomunal, bien diferente de lo que habíamos conocido de Argentina y Chile, con los glaciares y valles verdes y boscosos. Es otra vista de un continente que no deja de sorprendernos.
Portillo Ski, el espíritu de Los Andes
Situado en Los Andes, a dos horas de camino desde Santiago. Portillo es la más antigua estación de esquí en América del Sur y sigue siendo la mejor, compitiendo con Bariloche.
Esta estación invernal en la región de Valparaíso abrió sus puertas hace más de medio siglo, uno de los complejos más importantes de Chile, el cual se encuentra en la actualidad en manos de Estados Unidos.
Es una verdadera leyenda para los fanáticos de Los Andes, que une aventuras, retos, excelentes pistas y unas instalaciones soberbias. La gente empezó a esquiar cuando se construía el ferrocarril que unía Valparaíso a Mendoza, y en 1930 se desarrollaron las bases de la estación, alrededor de la Laguna del Inca.
Portillo es la reina de las mejores pistas para esquí y snowboard. pero también para todo tipo de deporte y cada ano sus competencias son muy esperadas como la del *Sol de Portillo*. La pista más larga es de dos millas.
Esta estación ofrece 80% de días soleados en un paisaje soberbio. La altitud más alta es de más de 4 mil metros, y una de sus grandes ventajas es que permite gozar del esquí cuando es verano en América del Norte.
Es una maravillosa opción para pasar el verano y además gozar de las excursiones cercanas como el Desierto de Atacama o la región de vinos de Argentina.
Portillo es un paraíso que cada deportista amante del esquí tiene que descubrir y se quedará enamorado para siempre, listo para repetir esa experiencia del verano austral, donde la nieve es garantizada y de fabulosa calidad.
Además, es el destino hoy en día de numerosos profesionales olímpicos de la disciplina de descensos, el lugar a donde van a entrenar.
Abre sus puertas a partir del 11 de junio y tiene previsto cerrar el 8 de octubre aproximadamente. Agosto es ideal para los fanáticos al esquí. El invierno y la primavera se mezclan en septiembre, ofreciendo un excelente clima y la mejor calidad de nieve.
Info
Portillo Ski Center
Renato Sánchez 4270
Las Condes, Santiago, Chile
T: (56-2) 361 7000
F: (56-2) 361 7080
www.skiportillo.com
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Texto: Patrick Monney ± Foto: Cortesía Getty Images, Patrick Monney, Hotel Awasi y Flickr