Por el río Saint Laurent desde Montreal hasta Tadoussac
El gran río viene de lejos, atraviesa los grandes lagos y recorre las colinas de Quebec antes de formar un enorme estuario. Es la verdadera arteria de una región de largo invierno, pero cuando los días se calientan es un río lleno de vida: "Je suis une mer qui vit dans la terre* (Soy un mar que vive en la tierra) y el San Lorenzo vibra con su propia fauna y flora.
A partir de mayo desaparece el hielo, permitiendo la navegación, las ballenas llegan hasta Tadoussac, el verano pinta de verde las laderas. Las mareas se sienten hasta Trois Rivières, casi 1,300 kilómetros tierra adentro, y es un espectáculo ver como los témpanos suben y bajan con el ritmo de la marea, una vista hermosa desde la terraza Dufferin en la ciudad de Quebec.
Desde Montréal hasta Quebec
Montréal es una ciudad que sorprende y fascina con sus cálidos recuerdos de la historia intrincándolos dentro de la metrópolis, se viste de futuro conservando en su corazón las viejas piedras de su pasado. Dominada por el elegante Hôtel de Ville, la Plaza Jacques Cartier estalla con sus restaurantes y tiendas, los caminantes y los artistas callejeros. Notre Dame, con sus altas torres, vigila los edificios de principios del siglo XX. Con sus calles empedradas, le Vieux Quartier seduce por sus casas surgidas del pasado como la maison Pierre Du Calvet, le Chateau Ramezay edificado en 1705, su mercado de Bonsecours y la capilla de Notre Dame de Bonsecours. Los pasos del tiempo suenan sobre el adoquín de la rue Saint Paul, repleta de restaurantes, bares y tiendas, y en el bar Les 2 Pierrots las noches se calientan al ritmo de los músicos y espectadores desenfrenados.
La rue Sainte Catherine vibra con la muchedumbre, sus centros comerciales, el renombrado joyero Birks y la famosa tienda Ogilvy. Las rue Mackay y rue Crescent son los lugares de moda, al igual que el Boulevard du Saint Laurent, la rue Saint Denis palpita con sus teatros, cines y cafés. Los museos exponen la historia y el arte, el Estadio Olímpico alza su sorprendente arquitectura junto al jardín botánico con sus 30 diferentes jardines y el Mont Royal domina la urbe, admirable bosque que invita a respirar los sabores de cada estación. Montréal posee una magia que embruja.
Montréal es un gran puerto con varias marinas y decidimos recorrer con motor el largo tramo hasta la ciudad de Quebec, sin detenernos en los pueblos que adornan la orilla del Saint Laurent, pasando Trois Rivières, desde donde pudimos ayudarnos con la corriente de la marea.
En Quebec las mareas son importantes, a pesar de estar a más de 1,000 kilómetros tierra adentro, y el acceso al Yacht Club se hace utilizándolas o por medio de la exclusa que permite tener el puerto siempre al mismo nivel, alimentado por el río Charles.
Quebec es el encanto de sus calles que serpentean por la colina, bordeadas por hermosas casas antiguas que cuentan sus cuatro siglos de vida, es la suntuosa vista desde la terraza Dufferin, al pie del impresionante Château Frontenac y la Citadelle, el fuerte que domina la ciudad. La Ville Basse, una sucesión de callejones, placitas y escaleras escondidas, invita a pasear para escuchar el clamor de la vida estival o el silencio de las noches invernales cuando la nieve cubre el ambiente. Es una ciudad divertida, con sus bares, sus "boites a Chanson", sus restaurantes de tradición francesa, su miel de maple, su museo de la cultura inuit y sus lugares históricos que conservan el aroma de Francia.
En 1535 Jacques Cartier se detuvo en el pueblo de Stadacomê, que luego se volverá Quebec, al pie del peñón que bautizó Cap Diamant. Con el auge del comercio de las pieles, finalmente en 1608 Samuel de Champlain erigió unas casas y poco a poco los comerciantes franceses se instalaron, creando la Ville Basse, centro de comercio, mientras en la Ville Haute, instalada sobre el pefión, estaban las instituciones religiosas. Centro de disputa entre Francia e Inglaterra, Quebec se volvió definitivamente inglesa con el tratado de París en 1763, aunque la población era francesa.
Desde Quebec hasta la Isla de Orléans
La isla de Orleáns se encuentra enfrente de la ciudad de Quebec y la alcanzamos con una corta navegación, disfrutando de la hermosa vista sobre la ciudad y la isla, un auténtico vergel flotante, donde los manzanos compiten en belleza con los pueblos decorados con flores de temporada.
Atracamos en la marina de Saint Laurent de L’île para visitar en bicicleta la isla y sus apacibles pueblos acariciados por el ritmo de las mareas. Aquí, “II y a des maisons où les chansons aiment entrer”, cantaba Félix Lederc (Hay casas en donde a las canciones les gustan entrar) y en la terraza del Auberge de Chaumonot disfrutamos del hechizo con un Blanccassis, mientras las gaviotas vigilan el pan a la antigua que sale con exquisito olor de los hornos de La boulange en Saint Jean. El pasado se encuentra en los antiguos talleres navales que construían las goélettes, barcos que se usaban para el comercio y en la Chalouperie todavía se hacen las pequeñas barcas de antaho.
Desde la Isla de Orleans hasta Baie Saint Paul
Para navegar en el gran río es necesario consultar un detallado mapa marítimo y conocer los horarios de las mareas que ayudan o estorban con su fuerte corriente y dejan los puntos de anclaje sin agua. Tenemos que seguir los canales de navegación donde el agua tiene suficiente profundidad y llegar a puerto con las mareas.
Una corta navegación, ayudada por los tranquilos vientos encontrados en medio del rio, mientras una calma total habita las orillas, nos llevó hasta Baie Saint Paul, un encantador pueblo adornado de flores en sus ventanas, en el fondo de una bahía que se vacía de sus aguas a marea baja. Escondido en el fondo del valle del río Du Gouffre, que desemboca en el Saint Laurent, fue uno de los primeros asentamientos de la región en 1678, extraha cápsula romántica donde se fabrican las mejores cervezas de Quebec en la MicroBrasserie de Charlevoix. Es un pueblo que canta a la sombra de su campanario, donde se visitan las galerías de la calle Saint Jean Baptiste o el Economusée du fromage para probar los quesos.
Desde Baie Saint Paul hasta La Malbaie
Jugando con las mareas y el viento, nos acercamos a l'íle au Coudre, una bella isla que recorrimos en bicicleta en medio de hermosas praderas, con sus capillas, sus molinos de agua y de viento, recordando que tuvo su auge cuando los isleños vivían de la cacería de las ballenas desde 1710. Se extraía la grasa, especialmente de las belugas, para derretirla y usarla para las lámparas de aceite. Nos detuvimos en Saint Joseph de la Rive para visitar el antiguo arsenal donde se construían las "goélettes", esos bellos barcos para pescar o de carga, con fondo plano para poder encallar sobre la arena sin inclinarse cuando se retiraba la marea. La madera de esos antiguos barcos se ha gastado, unos hoyos se han abierto en su cuerpo como las heridas que provoca el mar en las antiguas cortadas.
Seguimos la costa por donde las laderas verdes bajan hacia el gran rio brillante por el reflejo del sol, sembradas de casitas de colores o blancas con ventanas azules, rojas o moradas, como el pueblo de Sainte Irene, cariñosamente escogido por los pintores. Los nombres de los lugares evocan las epopeyas de los primeros pobladores: Cap aux Oies (Cabo de los Gansos), Les Éboulements (Los Derrumbes), Pointe au Pic (Punta del Pico), donde se han instalado unas hermosas casas dominadas por el Manoir Richelieu, impresionante hotel construido en 1929. Finalmente llegamos a La Malbaie, escondida al fondo de la bahía, a la salida del cañón de “Haute Gorges” del rio Malbaie. En 1608, Samuel de Champlain anclaba sus naves en esa bahía bien protegida. A la mañana siguiente los barcos amanecieron encallados sobre la arena y Champlain exclamó “ha, la malle baye*, calificando el emplazamiento de “Mala bahía". Así fue bautizado uno de los bellos lugares de Charlevoix.
Aprovechamos para recorrer la región, admirando la hermosa vista desde el Belvédère, pasando por pueblos olvidados en el tiempo, como Saint Urbain, y descubrir la zona del cráter provocado por la caída deun enorme meteorito hace 350 millones de ahos. Es un impresionante paisaje cubierto de bosque boreal en donde se encuentra el Parque Nacional Des Jardins, 310 kilómetros cuadrados con hermosos senderos para caminar dentro de la tundra. El Parque Regional Des Hautes Gorges de la Rivière Malbaie es un escenario de cañón, ideal para rafting. La Malbaie invita a gozar de sus excelentes restaurantes, su golf y su vida social.
Desde La Malbaie hasta Tadoussac
Al salir de La Malbaie llegamos a Cap à L’Aigle, donde las elegantes casas se esconden entre el bosque, y navegamos en kayak de mar para observar algunas focas y ballenas. Las montanas se hunden en el río. Pasamos Port au Persil, una encantadora aldea surgida de un cuento con su pequeña iglesia que alza su flecha blanca, donde nos encontramos con dos ballenas. Saint Simeón es el pintoresco puerto acostado en la ladera, donde atraca el trasbordador que une la costa de Charlevoix con Rivière du Loup, en la ribera sur del Saint Laurent. Llegamos a la Baiedes Rochers, una espectacular bahía que forma un puerto natural, donde las montanas accidentadas acompañan sus bosques hacia el mar. Al pie del acantilado, Baie Sainte Marie vibra cuando la luz de la tarde alumbra su campanario y vive con la constante agitación de las embarcaciones que salen para admirar las ballenas. Pasando Pointe Noire y sus vertiginosos acantilados descubrimos la gran cortada del fiordo del Saguenay, una vía marítima creada hace millones de años por los glaciares, donde alcanzamos la hermosa marina de Tadoussac, un pequeño pueblo dominado por el techo rojo de su hotel.
En 1600 se estableció en ese privilegiado lugar el primer campamento francés para el comercio de las pieles, ocho años antes de la fundación de la ciudad de Quebec. Su Chapelle des Indiens, edificada en 1747, es el edificio religioso de madera más antiguo que subsiste en Canadá, en un espectacular entorno. La entrada del fiordo es el lugar elegido por las ballenas belugas, que encuentran el alimento traído por las mareas que entran en el río Saguenay, donde el agua salada flota por encima del agua dulce del río que baja desde el lago Saint Jean. En las aguas del Saint Laurent encontramos beluga, rorcal común, jorobada, cachalotes y focas.
Desde Tadoussac hasta La Baie
La navegación por el Saguenay debe ser con motor, debido al hecho de que el viento raramente pasa los acantilados que lo bordean, esculpidos por el antiguo glaciar. Es un desconcertante recorrido que permite descubrir una sucesión de bahías anidadas en el fondo de hermosos valles boscosos con nombres que recuerdan los tiempos cuando los "truchements" (cazadores que recorrían esos montes) vivían con los indios, comportándose de manera muy bestial (uno de ellos, Etienne Brulé, verdadera leyenda del pasado, murió en manos de sus amigos los hurones).
Unos insólitos rincones animan el fiordo: L’Anse Saint Jean, adormecido pueblo con su puente cubierto escondido en una bella bahía; Riviére Éternité, donde el bosque acaricia las aguas transparentes, paraíso de los pescadores y observadores de la fauna; Sainte Rose du Nord, un pueblo de cuentos, olvidado por el tiempo, acogido entre sus verdes praderas y las aguas del río Saguenay.
Finalmente llegamos a La Baie, la ciudad al fondo del fiordo, en la bahía de los Ha Ha, al final de la parte navegable, donde impresiona encontrar esos grandes buques anclados tan lejos tierra adentro. La Baie, famosa por su cocina, deslumbra en la noche cuando se refleja en el agua. Los salmones recorren sus aguas para subir los rápidos y alcanzar las aguas del lago Saint Jean, verdadero mar interior de 1,200 kilómetros cuadrados, que goza de vientos moderados, con varias marinas en su orilla, como Alma, Roberval y Peribonka. No existe comunicación marítima entre el fiordo del Saguenay y el lago Saint Jean, donde el agua se encuentra a 20 °C, mientras la del Saint Laurent apenas llega a 4 °C, y el agua pasa por cataratas en Chicoutimi antes de enfriarse por la influencia de las mareas.
Desde La Baie hasta Montreal
Por carretera regresamos a Montreal, descubriendo el maravilloso paisaje de Quebec, cubierto de bosques, sembrado de lagos navegables, recorrido por ríos y cascadas y adornado por parques. Aquí viven los caribúes, lobos, castores, alces, zorros y gansos, y los pueblos seducen, el sabor de su gastronomía enamora, la amabilidad de la gente encanta, los paisajes hechizan.
Las orillas del gran rio Saint Laurent viven al ritmo de sus mareas, y sus pueblos y ciudades, sus islas y colinas se reflejan en sus aguas donde pasan los grandes buques. Quebec es un gran jardín encantado que reside cerca de ese mar que todavía no lo es, adornado por veleros y goélettes que juegan con la marea para no encallar en el lodo. Es un país que parece brotar de un sueño, dormido en el invierno y resplandeciente en el verano. El río es la poesía natural y cálida de un insólito Quebec que bien merece ser descubierto.
Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney