Dicen que Roma es eterna, que Italia es bella, que la gente habla fuerte, que las calles son caóticas, que los monumentos son fabulosos, y se sabe que por eso Italia es maravillosa. No puedo olvidar el glamour, la elegancia, la delicadeza, siempre resaltan imágenes de palacios de todos los tiempos, calles y paisajes que sorprenden o seducen, me he dejado conquistar por la comida, impactar por la música, enternecer por las sonrisas, para quedar enamorado de Italia. El yate zarpó desde Roma para descubrir la costa suroeste hasta Sicilia, conociendo la historia de un imperio digno de su grandeza.

 

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Desde Roma hasta Sorrento

Roma es una serpentina de calles que desembocan en las plazas más hermosas, adornadas por monumentos surgidos del pasado, sembradas por estatuas esculpidas en tiempos de Julio César, y Roma se visita con placer, al ritmo de su vida que atrapa. Surgen la Fuente de Trevi, la Plaza di Spagna o la del Popolo, el Coliseo y los vestigios del imperio romano como el Forum o las Termas de Caracalla, el Vaticano con todos sus tesoros, sus inmensos salones y la Basíílica de San Pedro, varias iglesias adornadas por obras de arte, los museos y los antiguos palacios tales como la Villa Borghese.

Pero Roma es también ir de compras en las mejores tiendas, conocer los famosos restaurantes, como La Rosetta o el Camponeschi, alojarse en los elegantes hoteles, como el Lord Byron, conversar con la gente, escuchar el zumbido de las calles.

En sus alrededores me enamoré de la Villa d'Este, el palacio del hijo de Lucrecia Borgia, donde los jardines invitan a escuchar el murmullo de sus fuentes, desde el afio 1550, y en la Villa Adriana, residencia de verano del emperador Adriano, construida en 120 d.C., recorrí los jardines y estanques donde las estatuas se reflejan en el agua desde la eternidad.

Son lugares que seducen con romanticismo, invitando a remontar el tiempo, cuando Roma era la capital del mundo. Ahora, Roma, gran tesoro de la humanidad, es una seductora que envuelve en su apasionado encanto.

Zarpamos con el gran yate desde el puerto de Lido di Ostia, a la boca del río Tiber, para bordear la costa donde se alternan colinas y largas playas, hasta llegar a la entrada de la hermosa bahía de Nápoles, pasando las Islas de Ischia, la más grande de la Bahía de Nápoles, y Procida, donde las casas de color rosa, blanco o amarillo pintan la orilla del mar. El Porto de Ischia o Casamicciola Terme son unas excelentes marinas para visitar la primera o Marina Grande, en la segunda permite conocer la Abbazia San Michele Arcangelo o el Palzzo Reale d’Avalos.

“Alguien que ha visto Nápoles nunca puede ser triste” dice Goethe, y las olas bailan en su hermosa bahía vigilada por el Vesubio. Sus elegantes edificios bordean callejones y avenidas, el polvo de los anos desaparece detrás de la ropa que se seca en los tendederos de ventana a ventana.

 

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Me pierdo, descubro, me sorprendo, Nápoles se entrega de manera improvisada, sin organización, al ritmo de su gente y de sus gritos. Es lo que la hace apasionante. El gigantesco puerto está vigilado por el Castello dell'Ovo, una impresionante fortaleza a la orilla del mar, y el Castello Nuevo, los grandes buques navegan junto a los yates y veleros y de la ciudad llega el clamor de la canción napolitana, de las terrazas de los cafés, del griterío de los vecinos. El Duomo, elegante catedral, es la adoración de los napolitanos, el museo presenta una soberbia colección del arte romano cuando Pompeia brillaba en la bahía.

Pasamos el Puerto de Ercolano donde atracamos para visitar las ruinas de Herculaneum, ese tranquilo puerto que fue destruido en el aho 69 y sumergido por un rio de lodo volcánico proveniente de la erupción del Vesubio en 79. Así fue preservada la ciudad hasta 1709 cuando se descubrió y ahora sus calles son un testigo de la historia, casi intactas, con sus casas adornadas por pinturas. Las termas vibran con el eco de las voces que las animaban hace casi 2,000 anos. Los almacenes tienen mercancías de esos tiempos, la Casa dei Cervi impresiona con sus jardines donde pasean los fantasmas del pasado.

Cuando el sol alumbraba la costa con colores de fuego, que el Vesubio alzaba su silueta de 1,277 metros de altura sobre el atardecer, llegamos a la marina de Sorrento, al pie del acantilado que delimita la península sorrentina que huele a limón por sus flores.

Sorrento es la elegancia personificada, un recuerdo de la Bella Época, cuando las damas paseaban con sus sombreros de plumas y tomaban un limoncello (licor de limón) en las terrazas, cuando el hotel Excelsior Vittoria era el corazón de la vida estival. Las callecitas todavíía vibran con el glamour, las tiendas compiten en elegancia. Cenamos en el famoso restaurante Caruso, donde el reconocido tenor venía a cenar.

 

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Desde Sorrento hasta Capri

Al día siguiente me perdí en los callejones de la antigua Pompeia, la fantástica ciudad romana surgida del pasado gracias a la lluvia de cenizas que la cubrió, expulsadas por el Vesubio en 79. La puerta marina permite el acceso a las calles y plazas, las casas conservan sus pinturas murales, sus patios, las termas de Stabies parecen estar funcionando, el teatro podría prepararse para una nueva obra, y en el gimnasio se imagina los fantasmas de los atletas entrenándose. El anfiteatro podía recibir 20,000 espectadores, el Forum es una inmensa plaza rodeada por columnas, donde se encontraba la gente, y las mejores pinturas murales se hallan en las casas de Meandro, de Lucretius Fronto, de Vetti, la villa de los misterios, la casa della Venere. La ciudad ha atravesado el tiempo con perfección, los jardines han reverdecido una vez limpiados de las cenizas, las calles se animan con los visitantes, parece que la ciudad surge del pasado sin haber sido lastimada. Es una auténtica joya.

 

 

Después de visitar Sorrento, su Piazza Tasso, el Duomo SS Filippo e Giacomo y la iglesia de San Antonio, zarpamos para seguir la costa sorrentina, descubriendo la belleza de sus laderas sembradas de olivos y limones, donde se alojan encantadores pueblos con bellas marinas, como Vico Equense, Piano di Sorrento, San Angelo, Sorrento, Massa Lubrense. Pasamos la Punta Campanella para alcanzar la Isla di Capri, tesoro del Mediterráneo, con sus pueblos que brillan de blancura y donde atracamos en la Marina Grande, al pie de la montaña, después de haber visitado la famosa gruta Azzura.

Es un placer recorrer los callejones de la ciudad de Capri, pasear en scooter por las carreteras que serpentean por la isla, descubrir los callejones de Anacapri que ofrece unas bellas vistas. Las noches brillan cuando las estrellas se reflejan en el mar y las luces de los pueblos parecen un cuento de hadas.

 

 

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Desde Capri hasta Salerno

Desde Capri, alcanzamos la parte sur de la península para recorrer la costa amalfitana, donde las montanas cubiertas de pinos caen en precipicio hacia el mar de color turquesa, atrapando unos pueblos blancos a los largo de los 50 kilómetros de costa. Es una de las más bellas costas europeas y se disfruta visitando las caletas, los pueblos.

Positano es todo delicadeza, con sus callejones que bajan al mar, su playa y la marina, las casas blancas que admiran el horizonte, el Hotel Le Sirenuse con su glamour de siempre y su excelente restaurante, la cúpula de la iglesia que alza sus colores para vigilar sus pescadores.

Amalfi, fundado en el siglo IX, donde fueron creadas las tablas de navegacióón “Tavole Amalfitane' que formaron el primer código marítimo mundial y gobernaron la navegación en el Mediterráneo durante siglos. Es un excelente puerto, donde las escaleras llevan al Duomo Sant’Andrea, su catedral de estilo normando árabe.

A lo largo de la costa, los pueblos sorprenden: Nocelle, el blanco Praiano, Furore con sus escondidos callejones, la Grutta di Smeraldo, Minori y Maiori, dos pequeños puertos en unos valles anchos, Capo d’Orso, Cetara y su flota de pescadores.

 

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Anclamos en Amalfi para alcanzar el pueblo de Ravello, a 350 metros de altura, un balcón natural que se abre sobre una espléndida vista.

Ravello invita a ser descubierto paseando por sus calles empedradas, visitando su catedral que data del siglo XI, con su pùlpito de mármol, la Villa Rufolo construida en el siglo XIII y que hospedó a varios papas, a Charles d’Anjou, y a Wagner, su último huésped, donde compuso el tercer acto de Parsifal; la Villa Cimbrone, hermoso hotel que ofre- ce una vista panoràmica del golfo de Salerno.

Finalmente atracamos en la marina del gran puerto comercial de Salerno, una ciudad de palacios con su antiguo barrio medieval, su catedral, el Castello di Arechi que ha visto el paso de los bizantinos, normandos y españoles. La Costiera Amalfítana es un bello regalo de los dioses y los marineros la cantan y la adoran.

 

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Desde Salerno hasta Porto di Maratea

Los días de fin de verano eran hermosos y el mar permitía una buena navegación. Seguimos la costa plana del Golfo de Salerno hasta anclarnos en la marina de Paestum para visitar los extraordinarios restos de la ciudad fundada en 600 a.C., donde destacan la basílica, el templo más antiguo dedicado a Hera con sus columnas y hermosos capiteles, el templo de Neptuno, el más bello y mejor conservado de estilo clásico dórico que data de 450 a.C., y su Forum rectangular. El Templo de Ceres conserva sus frontones y en el museo podemos admirar unos frescos que representan las escenas de la vida en la antigüedad. Paestum es un maravilloso testigo del pasado.

Pasamos la costa cilentana, región sur de Campania, con sus colinas que bajan al mar, creando una costa rocallosa muy apreciada por los buzos, y donde se pueden apreciar las ruinas de Agropoli y Velia, algunos pueblos costeros con sus marinas y hermosas playas como Ascea, Marina di Camerota, Sapri, antes de penetrar en el Golfo de Policastro, descubriendo la hermosa costa de Basilicata al pie de las montanas, con unos hermosos acantilados, principio de la costa Tirrena. Entramos en el Porto di Maratea , la iglesia de Santa Maria Maggiore con su campanil medieval y su portal decorado por ángeles de mármol, que data del siglo XV. Maratea se aloja en la montana, pueblo tranquilo, auténti- co, al ritmo de la Italia del sur que sabe conquistar.

 

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Desde Porto di Maratea hasta Lipari

Seguimos la costa de Calabria, donde se encuentran las mejores playas de Italia y unos pueblos que viven al ritmo del verano. Pasamos Praia a Mare dedicada al turismo, rodeada por un hermoso escenario de montabas y protegida por la Isola di Dino. Empieza entonces esa costa plana constituida por una larga playa de arena gris, bordeada por hoteles y condominios, hasta llegar a Cirella y Diamante.

Hacia el sur alcanzamos Paola con su castillo y el Santuario di San Francesco di Paola, con el maravilloso claustro del monasterio. Los 80 kilómetros de costa hasta Pizzo están desarrollados en plan turístico y nos detuvimos para visitar la Chiesa di Piedigrotta, una iglesia realizada en las rocas por los sobrevivientes de un naufragio en el siglo XVII, y el hermoso Castello Murat construido por los aragoneses en el siglo XV.

Seguimos II Promontorio di Tropea, con sus pla- yas, los acantilados, el Capo Vaticano con sus desarrollos turísticos y Nicotera dominado por su castillo medieval. La Costa Viola, desde Rosarno hasta Scilla es uno de los más bellos recorridos por carretera, con impresionantes vistas.

Pasamos el Estrecho de Messina de unos dos kilómetros de ancho para anclarnos en la marina del inmenso puerto de Messina, en Sicilia y visitar la ciudad barroca con su hermosa catedral, cuya la mitad en forma de cariáátides, el soberbio Templo della Concordia y el Templo di Hera Lacinia.

 

 

Desde Porto Empedode hasta Falconara

Navegamos poca distancia ese día para anclarnos en la pequeña bahía dominada por el Castillo de Falconara, donde nos alojamos, recibidos por su dueño, el conde, con toda la elegancia italiana. En esa zona, donde existen los mejores puertos fundados por los griegos, como Gela y Licata, visitamos los más destacables puntos de interés de la isla: Noto y sus palacetes de piedra ocre; Ragusa que se embellece con palacetes de arenisca adornados por apuestos balcones y angelitos o criaturas míticas, muestra del arte barroco siciliano, único en el mundo; la Villa Romana de Casale, construida al final del siglo III, que conserva sus extraordinarios mosaicos con escenas de cacería, de circo, de mitología y las famosas damas en bikini; Piazza Armenina, Caltagirone, Enna, Calascibetta, Módica, unos bellos pueblos dispersos en un magnífico escenario.

 

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Desde Falconara hasta Siracusa

Dejando nuestro palacio, seguimos la costa plana del sur de Sicilia lamida por el Mediterráneo, pasando por unas excelentes marinas, doblando la punta sur para tomar la dirección hacia el norte y entrar en el majestuoso Puerto de Siracusa. Colonizada por los griegos, se volvió rápidamente la reina del mar, gozando de un gran esplendor en los siglos V y IV a.C. Tras unos conflictos con Atenas, la ciudad sufrió derrotas militares que la debilitaron para finalmente caer en manos de los romanos. A lo largo de los siguientes siglos y de conquistas siempre fue una ciudad próspera, como lo demuestran sus hermosos palacios y elegantes plazas al lado del gran teatro creado por los griegos, gracias a su puerto natural protegido por la isla Ortigia, centro de la ciudad.

 

 

Desde Siracusa hasta Taormina

Pasando la gran ciudad de Catania con su gran puerto llegamos a Giardini Naxos, donde atracamos. Nuestro viaje había terminado. Nos alojamos en Taormina, donde la colonización griega edificó, en una pequeña meseta a 200 metros de altura, el excepcional teatro, gozando de una espléndida vista sobre el monte Etna que domina el escenario.

Único en el mundo, Taormina es ahora un encantador pueblo en medio de jardines, con perfume de jazmines que acompañan a los edificios que representan las diferentes épocas de su larga vida desde el siglo V a.C.

La vista sobre el Etna es impresionante y en esa madrugada, tuvimos el placer de ser testigos de una fuerte erupción de lava y cenizas que iba a durar más de una semana.

En la nave va, habíamos descubierto una gran parte de Italia, variada, llena de historia y bellos paisajes, sembrada de impresionantes vestigios del pasado. “Il viaggiatore ammirò il paesaggio ", el navegante admira el paisaje, la costa y siente la fuerza del pasado de esos mares que han llevado los barcos desde el principio de la civilización, dejando sus huellas por todos ese bello litoral. 

 

 

El monte Etna
Un peligroso volcán

En Sicilia Ulises encontraba los monstruosos Chabyde y Scilla después de admirar los fuegos del Etna, ese volcán que ha sido activo desde siempre. Con sus 3,350 m es el volcán vivo más alto de Europa y uno de los más activos del mundo. Las erup- ciones ocurren muy frecuentemente, por los cuatro cráteres, uno de los cuales, el Boca Nuova, fue formado en 1968 y la erupción más devastadora tuvo lugar en 1669 y duró más de 122 días, cubriendo parte de Catania con un río de lava. En 1992 un flujo de lava amenazó al pueblo de Zafferana Etnea, en 2001 fue un buen afto de actividad y la erupción que presenciamos arrojó cenizas en el aire durante más de una semana, cubriendo las ciudades de Catania y Siracusa de cenizas. En las noches se apreciaban los flujos de lava incandescente, en el día era imposible levantar los ojos en Siracusa. Es un maravilloso y peligroso espectáculo de la naturaleza.

Italia es la zona volcánica más activa de Europa, con el Vesubio, el Stromboli y el Etna que han ¡do remodelando el paisaje y la vida del ser humano, cubriendo las ciudades de Pompeia y Herculanum, parte de Catania y otros pueblos, dibujando un nuevo litoral para la isla de Stromboli. 

 

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Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney