En Asia existen rincones que nunca dejan de sorprender y siempre invitan a conocer un mundo exótico que nos deja atónitos. Borneo es uno de ésos. En esta gran isla la selva esconde fauna y flora extraordinarias, pueblos perdidos en medio de la selva, ciudades modernas y turísticas, trabajadores con peculiares oficios, como recoger nidos de golondrinas, frutas de palma o el oro en una mina.
Borneo, dividida entre Malasia, Indonesia y Brunei, es inmensa, nosotros pudimos descubrir la región noreste, perteneciente a Malasia, donde las aguas tranquilas rodean el monte Kinabalu.
Desde Kuala Lumpur volamos a Kota Kinabalu, la capital de la provincia de Sabah, cuyo nombre significa “la tierra bajo el viento”, en la punta noreste de Borneo, a la orilla del Mar de China del Sur. La ciudad se extiende al pie del monte Kinabalu, el más alto de toda la isla con sus 4,101 metros y su extraña forma, KK, como la llaman sus habitantes, es una ciudad moderna muy activa, que cuenta con los más entretenidos centros comerciales, restaurantes y discotecas, grandes avenidas, un puerto comercial muy importante e ideal para atracar. También la llaman “Api Api”, que significa “fuego fuego”, porque ha sido atacada y quemada por piratas varias veces y finalmente los aliados la arrasaron en la Segunda Guerra Mundial.
El Shangai-La’ Tanjung Aru Resort nos alojó con su elegancia a la orilla del mar, mientras preparábamos el pequeño yate que nos llevaría a conocer la costa.
Tunku Abdul Rahan National Park
Saliendo del puerto de KK nos dirigimos hacia las cinco islas del Parque Nacional Tunku Abdul Rahan (Pulau Manukau, Gaya, Sapi, Mamutik y Sulug), donde nos encontramos con sus aguas transparentes que lamen las playas de arena dorada, que delimitan esas islas cubiertas de vegetación. Es un auténtico paraíso con fondos con corales y peces de colores, los cuales pudimos observar nadando con visor, pero desgraciadamente mucho del coral ha sido destruido por la pesca con explosivos.
En Pulau Sapi fuimos atraídos por unos enormes varanos, primos cercanos de los dragones de Komodo, que se acercan para disfrutar de unos huesos y provocan verdaderos tumultos en los comensales. Miden casi dos metros de largo y presentan mandíbulas aterrorizantes, y si bien son peligrosos conviven perfectamente con la gente que invade su espacio.
En Pulau Gaya, la más grande con colinas de 300 metros de altura, descubrimos un pueblo típico de pescadores en el fondo de una bahía, donde las casas sobre pilotes surgen del mar, como un refugio entre las olas y la selva. Encontramos impresionantes y hermosas medusas rosas que nadaban cerca de la superficie, mientras veíamos a los hombres que pescaban disponiendo hojas de palmas para tapar la luz del sol y que los peces cayeran más fácilmente en su trampa mortal.
Desde Kota Kinabalu hasta Kudat
Al amanecer el sol provocaba unos extraños efectos sobre el monte Kinabalu que escondía los primeros rayos y navegamos hacia el norte, recorriendo KK a lo largo descubrimos la hermosa mezquita construida a la orilla del mar. Luego de cruzar la isla Gaya zarpamos hacia una costa muy salvaje, habitada sólo por pueblos de pescadores. Los acantilados que terminan en colinas cubiertas de vegetación suceden a las playas en una costa recortada por las tijeras de los movimientos de la tierra que crearon el monte Kinabalu.
En Kota Belud nos detuvimos para visitar el Tamu, un animado mercado que vende verduras y pescado. En una playa aislada se encuentra el Shangai-La RasaRia Resort, que combina lo exótico de la selva con la belleza de la costa casi virgen, donde las etnias bajaus y kadazans viven tranquilamente. Nuestros marineros nos contaban que por esa costa del South China Seas no había problemas, pero que en el mar Sulu tenían miedo de ser atacados por los piratas.
Navegamos a lo largo de una llanura, donde centellea el agua de los arrozales, hasta pasar el Cabo de la Península y llegar a Kudat, una ciudad aislada y habitada por los rungus, situada a la entrada de una profunda bahía de aguas muy bajas. Las mujeres se visten con un sarong negro y fabrican canastas, sombreros y collares de perlas coloridas de vidrio con los cuales se adornan.
De Kudat hasta Sandakan
La tranquilidad de la mañana es impresionante, cuando el sol sale los pájaros se alborotan, y llenan la selva de ruidos extraños que compiten con los de los insectos. Al navegar por el canal, entre la punta este del norte de Borneo y la isla de Malawali, entramos en el mar Sulu, un mar muy tranquilo donde desembocan varios ríos que vienen de la selva tropical cargados de aluvión, provocando el color rojizo de las aguas costeras.
Los pescadores frecuentan mucho la zona debido a su riqueza en peces, camarones, pulpos y algunos cargueros se dirigían hacia Sandakan.
La costa es más bien baja, pantanosa y pasando Pulau Jambongan, cruzamos a lo largo de la inmensa Bahía de Sepilok hasta llegar al Turtle Island National Park, compuesto de tres islitas, 40 kilómetros al norte de Sandakan.
Durante cierta época del año dos especies de tortugas marinas desovan en sus playas, pero son difíciles de encontrar. La tortuga verde generalmente deja sus huevos entre julio y octubre en Pulau Selingan y Bakunngan Cecil, mientras que la tortuga de pico de águila escoge Pulau Gulisan entre febrero y abril y los huevos son recolectados y protegidos hasta la eclosión.
Finalmente, llegamos a Sandakan, una fascinante ciudad que mezcla la modernidad de sus edificios y el tumulto de la circulación con la belleza del escenario, al pie de las colinas, a la entrada de una gran bahía muy cerrada.
El animado mercado de pescado ofrece los mejores productos frescos de las pescas del día, las mercancías, como rattan, madera, caucho, copra, aceite de palma y nidos de salanganas transitan por los muelles. Los ferrys aseguran el frecuente enlace con Zamboanga en Filipinas.
En la colina, el templo Puu Jih Shih, un gran templo budista, ofrece una soberbia vista sobre Teluk Sandakan. La mezquita, la Iglesia de San Miguel y todos los ángeles (siglo XIX), el templo Sam Sing Kung (1887) son los edificios más destacados del centro, donde los restaurantes de mariscos, alojados en antiguos edificios de madera, compiten en calidad y precios.
En tiempo del auge del comercio de la madera Sandakan era una ciudad muy próspera, donde la gente se hacía millonaria con ese negocio, el de las perlas y de los nidos de salanganas para la preparación de la sopa. Los alemanes se instalaron en 1870, el Barón Von Overbeck consiguió un contrato del sultán de Sulu para ocupar esas tierras, y lo vendió a los ingleses que provocaron el auge de la región con el comercio hasta la invasión japonesa de la Segunda Guerra Mundial y la destrucción de la ciudad por el bombardeo de los aliados en 1945.
Sandakan fue el sitio del famoso campo de concentración de los prisioneros y en 1944 tenía 1,800 australianos y 600 ingleses en deplorables condiciones. Al final de la guerra solamente seis australianos sobrevivieron, de los 2,400 prisioneros.
Visitamos el Sepilok Orang Utan Rehabilitation Centre, a unos 25 kilómetros de la ciudad, donde es posible observar a los orangutanes en semilibertad. Este impresionante animal, que se parece tanto al ser humano en sus mímicas, puede llegar a pesar hasta 144 kilos. Es un lugar muy agradable para observarlos, sobre todo cuando se les da de comer, porque luego desaparecen entre los árboles de la selva y unos macacos los acompañan.
Sandakan ofrece también todas las comodidades de la vida moderna a la orilla de la selva.
De Sandakan a Sungai Kinabatangan
En la mañana zarpamos hacia el sur para entrar en el angosto estuario del Sungai Kinabatangan, el río más largo de Sabah, con 560 kilómetros. Su orilla ha sido preservada, salvada de las extensas plantaciones de palmas, de las cuales sacan el aceite, y es el mejor lugar para observar la vida silvestre de la región. El río serpentea entre la selva.
De pronto, empezaron a aparecer manadas de macacos de cola larga y macacos de cola de cochino que nos observaban. Brincaban de rama en rama. Luego nos topamos con varios grupos de monos narigudos. Ese tímido mono tiene una extraña cara, con su larga nariz roja y su mirada pasiva. Se mueven con agilidad y desaparecen en la vegetación.
Llegamos al lodge, en la selva a la orilla del río, entre los extraños ruidos del mundo tropical habitado por insectos aterradores, ranas venenosas, donde viven todavía elefantes salvajes y rinocerontes de Sumatra. Pasamos tres días en ese mundo fascinante, paseamos en lancha y por los senderos que bordean los lagos, observando la variedad de su fauna, por ejemplo los calaos de enorme pico anaranjado.
Por las noches salíamos por angostas veredas para descubrir unos intrigantes insectos a la luz de nuestras linternas, antes de gozar de las excelentes cenas de Alma, la jovial directora del lodge donde dormíamos protegidos por mosquiteros. Alma se crió al son de canciones mexicanas que su madre le cantaba, en su remoto pueblo de una isla de Filipinas, y nos cantaba con lágrimas en sus ojos, al saber que veníamos de la tierra de esas canciones.
En esas veladas surgían los relatos sobre, por ejemplo, Lahad Datu y las costas al sur de Sukau, donde ocurrieron ataques de piratas, o de los contrabandistas de las carreteras, y sobre todo del mar, gente que se dedica al contrabando de cigarros o cerveza entre Lahad Datu y Zamboanga, en Filipinas. Nuestro capitán, Félix, estaba entonces decidido a no seguir hacia el sur, miedoso de esos piratas que mataban por una cámara de fotos, un reloj o una mirada mal interpretada y secuestran a extranjeros para intercambiarlos por dinero. Tuvimos entonces que renunciar a nuestro deseo de alcanzar Pulau Sipadan, la famosa isla considerada como el mejor lugar de buceo en el mundo, donde el arrecife de coral ha sido preservado y los peces de colores son una verdadera maravilla.
Finalmente, Félix nos dejó en el puerto fluvial de Sukau, pequeño pueblo donde nos esperaba el coche de Fidel, un excelente chofer-guía, para regresar hasta Kota Kinabalu por tierra. En el camino paramos en la cueva de Gomantong, donde se recolectan los nidos de las salanganas, vendidos a precio de oro a los chinos que preparan la sopa. La gruta es un extraño mundo de luces tenues, hombres subidos en las fabulosas escaleras de cuerda y andamios de bambúes, viviendo en una sociedad aislada en medio del calor húmedo y olores putrefactos.
Después de dos horas de carretera en medio de las plantaciones de palmas de aceite llegamos a la carretera principal que siguió por el mismo tipo de paisaje durante horas. Cuando empezamos a recorrer las faldas de las montañas cruzamos hermosos ríos. Las palmas dejaban lugar una selva casi virgen y nos detuvimos en Poring Hot Springs, un manantial de agua caliente y sulfurosa que se ha canalizado en varias piscinas en medio de un jardín que atrae mariposas, pájaros y muchos turistas.
La selva que rodea el lugar permite descubrir orquídeas, plantas endémicas y gran variedad de flores extrañas. Pasamos Ranau, pequeño pueblo que sobrevive gracias a su mercado donde se venden verduras y frutas del mundo tropical o de las tierras frías de las montañas.
Finalmente llegamos a Kundasang, aldea de la montaña cerca de la entrada del Parque Nacional Kinabalu. El monte estaba escondido entre las nubes y el atardecer se anunciaba lluvioso. Una paz reinaba alrededor de mi terraza en el hotel, los pájaros volaban, las nubes cambiaban de forma constantemente. De repente, surgiendo del vapor blanco, apareció del majestuoso monte, con su peculiar forma, como si un artista hubiera esculpido la meseta a más de 4,000 metros, como el escenario de un cuento de hadas y dragones.
Picos, curvas, fisuras, bolas, piedras áridas forman la cima plana del Kinabalu y los geólogos explican que es porque la piedra volcánica empezó a subir desde las profundidades del mar, hace nueve millones de años y la erosión perfeccionó la obra del planeta. Ese movimiento sigue todavía hacia arriba, creciendo cinco milímetros cada año, y la parte más alta alcanza ahora 4,101 metros. Es un monte joven, donde se pueden encontrar las huellas de los glaciares que desaparecieron hace muchos miles de años. El espectáculo es fantástico, verlo aparecer entre las nubes, cuando el sol lo alumbra en el atardecer.
Existen varios senderos para explorarlo, descubrir su rica fauna y flora, maravillosos insectos, bellos pájaros, helechos arborescentes... A la mitad del camino existen refugios para pasar la noche, lo que permite salir muy temprano para llegar al amanecer a la cima y gozar de un espectáculo fuera de lo común.
En las faldas del monte se encuentran las raflesias, planta parásita que produce flores que pueden llegar a un metro de diámetro. Gran variedad de orquídeas habitan por toda la zona y la vegetación es maravillosa, es un mundo de belleza. Bajando hacia el norte, la carretera recorre paisajes hermosos de selva tropical, donde las nubes se esconden entre los pliegues de las montañas, la frescura de la neblina permite conservar la selva misteriosa, entre acantilados que pintan un escenario dramático hasta llegar a la planicie costera y penetrar en la ciudad de KK, de regreso al mundo moderno.
Sabah acababa de entregarnos un poco de su tesoro: su flora y su fauna. Lamentablemente, es un mundo que está desapareciendo, reemplazado por edificios y plantaciones de palmas, por eso me pregunto hasta cuándo se podrán conservar esos islotes naturales, como Kinabalu o Kinabatangan.
Conocimos islas encantadoras, varanos impresionantes, orangutanes, monos narigudos, raflesias, variedad de orquídeas, la gruta de las salanganas y también gente encantadora. El cuento de los piratas nos había impedido el mundo de Sipadan, pero estábamos fascinados por el viaje en el mundo fabuloso que ofrece la “tierra bajo el viento” y su hermosa costa.
Gomantong
La gruta de los nidos de salanganas
En Gomantong se recolectan los nidos de las salanganas, que después de secados y procesados llegaran a costar 3,800 pesos el kilo. Se usan para preparar la famosa sopa de nidos de golondrinas, muy codiciada por los chinos desde hace siglos.
Es un espectáculo impresionante ver a esos hombres que instalan andamios de bambú colgados de los techos de la cueva, a los cuales se suben por escaleras de cuerda. Arriesgan sus vidas caminando por las rocas, respiran el aire fétido contaminado por el excremento de los pájaros y murciélagos, evitan a los ciempiés, cuyos piquetes podrían matar a un hombre, que viven en la gruta, y en la gruesa capa de excremento que tapiza el suelo se hallan millones de cucarachas que devoran a los pollitos caídos de los nidos.
La pareja de la salangana construye su nido usando un cemento glutinoso producido por sus glándulas salivares, que tiene bajo la lengua. Los mejores nidos son los que contienen menos plumas incluidas en su elaboración (blanco, con menos plumas y más caro; negro, con más plumas y más barato). Se recolectan solamente después que los polluelos emprenden el vuelo.
Su procesamiento es muy laborioso: el nido tiene que permanecer inmerso en agua entre 6 y 48 horas para que absorba el líquido y se hinche. Luego se separan las plumas del cemento salivar, las grandes se quitan con pinzas, las chicas con un proceso de flotación con aceite vegetal.
En seguida se separan los largos filamentos para producir la mejor calidad, y los filamentos rotos servirán para preparar la base de los nidos que se venderán reconstruidos y secos. La mejor calidad (súper grande, birdnest) puede alcanzar 380 dólares por 100 gramos, mientras el más barato (thailand birdnest) llega a costar 260 dólares los 100 gramos.
Texto: Patrick Monney, RGV Images ± Foto: Patrick Monney , RVG Images