Turquía de los cuatro vientos
País de dos continentes, occidental y exótico. Turquía vive a la hora de Europa con el ritmo de Oriente Medio, nación orgullosa de su cultura que ha resultado de tantos siglos de guerras, conquistas y erudición, arte y naturaleza. Seduce con maravillosos escenarios donde la gente recibe al visitante con placer y cariño. La navegación invita a descubrir encantadoras caletas y extraordinarios vestigios que dan cuenta del paso de la historia. De Estambul a Tarsus es una invitación para disfrutar de un magnífico viaje, en el que los turcos invitan a disfrutar de una vida placentera.
Estambul, la sorprendente ciudad con el corazón en Europa y los pies en Asia Menor, es la metrópolis tumultuosa que cautiva y seduce con cariño, y ha sido la musa de los poetas, la meta de los conquistadores, el paraíso de los mercaderes. Dividida por el Cuerno de Oro y el Bósforo, Estambul vibra con el canto del muecín en las mezquitas.
Santa Sofía, la soberbia iglesia bizantina transformada en mezquita es la guardiana del pasado. El Acueducto de Valens, construido por los romanos, es testigo de esa época cuando At Meydani era el hipódromo, mucho después que Alejandro Magno pasara por esas tierras rumbo a Persia, Egipto, India. La Mezquita Azul domina esa colina que es la parte más antigua de la ciudad, y el palacio de Topkapi vigila el Bósforo desde su peñón, testigo de la grandeza de los sultanes, sus riquezas y su amor por el arte. Su museo alberga los más fabulosos tesoros y sus edificios deslumbran de belleza en medio de un encantador jardín.
El Gran Bazar está sumergido en extraordinarios tapetes, joyas, prendas de cuero, objetos de artesanía en cobre o madera, como si fuera la caverna del tesoro, intricado entre sus callejones cubiertos. La ciudad vibra, palpita con la música de fondo que proviene de una constante muchedumbre en movimiento, invita a perderse en sus calles intrigantes.
Y del otro lado del Cuerno de Oro, Taksim es la ciudad nueva que se quiere moderna, aunque conserva su aire medieval, con sus 2000 años bien vividos al pie de la torre Galata, que data del siglo XIV. Desde aquí emprendimos nuestro viaje, una navegación que nos llevó a descubrir los cuatro mares y un país sorprendente, delimitado por un litoral excepcional.
Al navegar por el Bósforo la vista es bella, con los espectaculares palacios que visten la orilla, como el Dolmabahce Sarayi (1853) o el Beylerbeyi, y las hermosas casas de veraneo de las familias ricas de Estambul. Es una extraña sensación al pasar por esas aguas que ha visto tantos sucesos históricos, que sabe que Bizancio, Constantinopla y Estambul son la misma ciudad, y saludar la fortaleza de Rumeli Hisari y los dos impresionantes puentes que unen los continentes.
Los encantadores pueblos al borde del Bósforo invitan a disfrutar de su tranquilidad y de sus buenos restaurantes de mariscos a la sombra de los árboles. Llegamos a la entrada del Mar Negro, mar que une el mundo del Mediterráneo con los países del rudo invierno, como Ucrania, ese horizonte desconocido, con su hermosa costa turca.
Regresamos por el Bósforo y, después de pasar las impresionantes torres de las mezquitas de Estambul, penetramos en el tranquilo Mar de Mármara, escenario de tantas batallas en las guerras del siglo XX, con sus playas oscuras, sus aguas verdes y su tráfico de grandes buques.
Después de mucho dialogar con el capitán pudimos anclarnos en el pequeño muelle de Mudanza, para visitar la hermosa ciudad de Bursa, en las colinas cubiertas de cedros y olivos, antigua capital de los otomanes. Típica y exótica, Bursa invita a descubrir su bazar al pie de las dos suntuosas mezquitas imperiales, entre callejones que unen las antiguas caravanserail, donde descansaban las caravanas. Lo más relevante de Bursa son la mezquita verde (Yesil Cami) y la tumba del sultán Celbi Mehmet (Yesil Türbe), con sus hermosos trabajos de azulejos.
En el Mar de Mármara la brisa permite una navegación tranquila, pero al Estrecho de las Dardanelles hay que pasarlo con motor, debido a que es muy angosto y a su intenso tráfico. El paisaje es de bajas colinas, el Estrecho, punto geográfico importante, ha sido escenario de grandes batallas, como Gallipoli, y de los pasos de Alejandro Magno. A su entrada encontramos los restos de Troya, mítica y misteriosa, cuyas ruinas invitan, con mucha imaginación, a revivir la historia del famoso caballo de Troya.
Al penetrar en el Mar Egeo, nuestro tercer mar en este viaje, la fuerza de los vientos nos sorprende, con cambios drásticos, calmas aturdidas y brisas exquisitas. El Mar Egeo es reconocido por sus cambios de humor, su gran número de islas y una costa recortada según el deseo de los dioses. El escenario es espectacular, pasando entre la costa y la Isla de Lesbos, con las montañas que bajan al mar, creando golfos, bahías, caletas y playas donde el agua es cristalina. Al fondo de una gran bahía encontramos la ciudad de Izmir o Esmirna, bien protegida, inmensa, con su gran puerto y marina, su enorme actividad turística a lo largo de sus playas, su muchedumbre internacional, sus comerciantes y su intensa vida nocturna. Fue el puerto ideal para atracar mientras visitábamos la ciudad de Bergama, un encantador pueblo que atrae para descubrir la antigua Pérgamon, una de las grandes ciudades de la antigüedad, aislada, sobre una colina. Fue uno de los santuarios de la cultura helénica, y luego romana, vestigio de la grandeza de esas culturas, y todavía se puede apreciar la belleza de las columnas dóricas que formaban parte de los impresionantes templos, de sus puertas, su teatro, la acrópolis y la biblioteca que contenía más de 200,000 libros de pergaminos. Sus calles nos trasladan en el tiempo, el eco de las carretas y de los caballos llegan a nuestra imaginación mientras admiramos el adoratorio a Artemisa o el de Zeus.
Desde Izmir, aprovechando la maravillosa marina, visitamos otro de los lugares más relevantes de la antigüedad, Éfesos. Es una de las ciudades mejor conservadas, que empieza a hacer hablar de ella con la construcción en mármol del templo de Artemisa, en el año 560 a.C., una de las siete maravillas del mundo. Ciudad importante durante siglos, recibió a Alejandro Magno con grandes festejos y sus años dorados empezaron con la llegada de los romanos. Fue entonces nombrada sitio del “Procurator” o gobernador provincial, y la mayoría de los monumentos que se ven ahora fueron construidos entre los años 30 a.C. y 110 d.C.
Una majestuosa avenida empedrada, bordeada de ostentosos edificios con columnas y fuentes, baja hacia la impresionante biblioteca de Celsus, con sus dos pisos adornados de columnas, e inmersa entre esos suntuosos monumentos la mente vaga para descubrir en lo desconocido las imágenes de esa ciudad que fue extraordinariamente bella.
En su teatro, que todavía puede sentar 24,000 personas, se realiza el festival de mayo. El gimnasio y sus baños se encuentran en la parte baja, donde estaba el mar y su puerto que veía llegar las galeras, desembarcar gente y mercancías, pero con el paso de los siglos el mar se ha retirado y el puerto se ha rellenado naturalmente.
Éfeso también fue una importante ciudad cristiana, y se extendió con la creación de la ciudad bizantina de Selçuk, donde visitamos la basílica de San Juan, con la tumba del santo, su ciudadela y acueducto. En las colinas cercanas cubiertas de pinos, encontramos la casa de la Virgen María, donde se cree que vivió ella en su peregrinación junto con San Juan. Lugar mágico, lleno de simbolismo, la casita de piedra transmite una fuerte sensación y muchos creen que tiene poderes curativos.
Antes de regresar a nuestro velero recorrimos 120 km para alcanzar el sitio de Pamukkale, cerca de Denizli, donde el agua brota de la tierra a 35 °C y cargada de calcio. Allí se han creado unos estanques naturales que adornan la colina con sus blancas terrazas. Es un spa original, visitado desde la antigüedad, excepcionalmente extraño y bello, muy concurrido en el verano.
Toda la región invita a descubrir gran cantidad de sitios arqueológicos, pero regresamos a Izmir para emprender nuestra ruta costera, contorneando, la península, donde se alojan las mejores playas de lo que llaman la Riviera turca. Çesme, adornada por su castillo del siglo XIV, su caravanserail del siglo XVI y su iglesia ortodoxa es un gran centro vacacional, con sus hermosas playas de arena, restaurantes, discotecas, su excelente marina en medio de una costa recortada y sus numerosas islas. Aprovechando los vientos favorables seguimos la ruta hacia el sur, pasando Éfesos y la isla griega de Samos, navegamos la costa más desolada del Golfo de Güllük, con sus caletas inhabitadas y sus playas vírgenes.
Luego de este fabuloso recorrido llegamos a la ciudad que tiene dos mares, Bodrum. Es una ciudad encantadora, situada en la parte angosta de la península, dominada por el imponente castillo de San Pedro que vigila la ciudad blanca. Antiguo pequeño puerto de pescadores, ahora es un agradable pueblo con los mejores hoteles, exquisitos restaurantes y todo lo necesario para el placer de los europeos, que pasan sus mejores temporadas aquí. La marina es excelente, y Bodrum se ha vuelto el lugar favorito del jet set internacional, con sus elegantes villas acostadas en las colinas, su paseo marítimo donde atracan los yates más impresionantes y la gente que pasea a la hora de la puesta del sol, antes de salir a los restaurantes y bares de la zona (el bar Hadi Gari es el más concurrido) y terminar en la discoteca Halicarnassus, famosa desde tiempos atrás. Bodrum es belleza, diversión, encuentros con famosos y gente guapa, mucho “show off” y la seguridad de pasar inolvidables momentos.
La Bahía de Gökova, bordeada por las impresionantes montañas, es muy cerrada. Delimitada por la Península de Datça en el sur y la Isla de Kos en su entrada, es un hermoso escenario que recorrimos rápidamente con el velero, pasando de cerca la Isla de Rodas, las exquisitas caletas que forman la península al pie de los montes cubiertos de pinos, la sorprendente colina sembrada de ruinas de Knidos y llegar a otro centro de diversión, Marmaris o Mármara. Esta es conocida como la “Marbella turca”, ciudad de perdición dicen las mujeres que viven en las montañas, espacio de solaz dicen los alemanes que pasan ahí sus vacaciones. Es la ciudad blanca, de tejados rojos, frente al azul de las aguas límpidas del golfo que se abre al mar Mediterráneo, el puerto más concurrido por los navegantes, con su maravillosa marina. Antaño era un pequeño puerto de pescadores y ahora Marmaris es una pequeña ciudad turística, gobernada por su fuerte, privilegiada por su clima, sus playas, sus sitios para bucear y la cercanía de vestigios arqueológicos. Es el punto de separación entre los mares Egeo y Mediterráneo. Es un mundo donde se mezclan los extranjeros con los turcos, las familias tradicionales con la gente extravagante, donde se comen los mejores helados de Turquía y la fiesta es perpetua.
La navegación en el Mediterráneo se vuelve más impredecible, con vientos muy cambiantes, y la costa recibe las impresionantes montañas que se echan al mar sin permitir la construcción de puertos, intercalando algunas hermosas playas de aguas cristalinas antes de llegar a la pequeña Bahía de Dalyan. Aquí atracamos para seguir navegando en una pequeña lancha por los canales y visitar las sorprendentes tumbas de los licios, un orgulloso pueblo navegante. Sus tumbas están excavadas en la roca de los acantilados, dibujando un hermoso escenario. De la cercana ciudad antigua de Caunos quedan el teatro y la muralla, pero sorprende ver cómo el mar se ha retirado y el puerto se encuentra varios kilómetros tierra adentro, como si nunca hubiera existido, cuando sabemos que fue uno de los puertos más famosos.
Al fin llegamos a la hermosa Bahía de Fetihye, donde se aloja la ciudad que lleva el mismo nombre que la bahía. Fetihye, capital de los licios, es un encantador pueblo blanco, con sus acantilados y tumbas excavadas en rocas, magníficos testigos de su grandeza. Fethiye ofrece una excelente marina y es el lugar favorito de los grandes yates que visitan las numerosas islas y las pequeñas caletas o la bella playa de Sövalye Adasi.
Entonces empieza la costa salvaje de Turquía, que invita a descubrir numerosas playas extensas, entre zonas de montaña y con impresionantes acantilados, las ruinas de Letoon, la inmensa playa de Patara, donde las tortugas desovan, y finalmente llegar a Kas, con su hermosa marina, su turbulenta vida estival de discotecas y restaurantes y su playa.
Es una zona maravillosa, un archipiélago de pequeñas islas y calas, con las ruinas de Kekova Hadáis, donde las tumbas surgen del agua. Sigue la playa larga de Myra, donde surge la iglesia de San Nicolás, en medio de los naranjos que extienden su perfume por todo el campo.
Luego, pasando unos acantilados cubiertos de pinos, entramos en la pequeña Bahía de Olimpos. Aquí disfrutamos de las ruinas encantadoras de esa antigua ciudad, vestigios escondidos en un valle boscoso, que gozaba de su puerto natural. Sitio vigilado por el monte Fénix, donde aflora el gas natural y sale una flama perpetua, que se pensaba era el hogar de la Quimera, ese demonio exterminado por Bellerophon.
Pasando la zona turística de Kemer, con su admirable marina al pie de los montes cubiertos de pinos, surge Antalaya, la bella, fundada en 158 a.C. Al fondo de su golfo, con un hermoso puerto de pescadores y yates encastrados entre los pequeños acantilados donde se extiende la ciudad con sus murallas y los minaretes de las mezquitas, la ciudadela, el antiguo faro turco Hidirlik Kulesi. Es un ambiente de bares, vendedores de nueces recién tostadas, de helados, de callejones encantadores, y de terrazas de restaurantes para gozar de la cautivante atmósfera.
Atracamos nuestro velero durante dos días para darnos el tiempo de impregnarnos de ese agradable ambiente, y conocer la ciudad con su museo arqueológico y el bazar. Visitamos los maravillosos restos de la ciudad de Perge, con su impresionante teatro que alojaba a 15,000 espectadores, sus baños romanos y su calle bordeada de columnas que lleva a la Ágora. Zarpamos nuevamente, rumbo al este, navegamos a lo largo de la extensa playa, al pie de las montañas, donde se alberga Side. Ésta es una exuberante ciudad de bares, discos, fiestas y encuentros, que muestra hermosas ruinas romanas.
Alcanzamos Alanya, una sorprendente ciudad antigua, sobre un peñón de 800 metros de altura, que separa dos inmensas playas cubiertas de hoteles y condominios, bares y discotecas, tiendas y restaurantes. La fortaleza fue creada por los romanos, ocupada por los bizantinos y fue muy importante en tiempo de las Cruzadas, hasta que la dinastía Seljuk consolidó sus fortificaciones y los otomanos finalmente la ocuparon. Es un verdadero castillo en el aire, con su impresionante muralla que serpentea por la colina, sus restos de caravanserail, su hamam, el faro, las iglesias y mezquitas y la masiva torre roja que protegía el puerto antiguo y hoy vigila la pequeña marina. En la orilla de ese peñón se esconden varias grutas, algunas con estalactitas, otras con una extraña fosforescencia, únicamente accesibles por mar.
Hacia el este, la costa mediterránea se vuelve un verdadero escenario dramático, donde las grandes montañas caen al mar con unos soberbios acantilados, cubiertas de pinos, cuyo verde contrasta con el azul del mar. Descubrimos una larga playa donde se levanta el impactante castillo de Anamur, construido por los caballeros de las Cruzadas. Su muralla se eleva junto a las tranquilas olas, protegiendo el hablar silencioso de las piedras que cuentan la historia de esos tiempos, cuando los hombres iban camino a Jerusalén para defender la fe.
Después de esa interrupción en el relieve, las montañas se acercan de nuevo al mar, creando esos maravillosos paisajes, intercalando calas y acantilados, adornándose con restos de fortalezas y pueblos insólitos, y en medio de este paisaje llegamos al pequeño puerto de Tasucu, en un llano creado por aluviones. Es un pequeño lugar donde encontramos mucha vida turística y muy buenos restaurantes. Es el punto ideal para explorar las montañas y sus pueblos.
En el último tramo de nuestro recorrido por la costa turca, pasamos el pequeño puerto de Narlikuyu y los castillos de Kizkalsi, uno en una isla, el otro en tierra firme, magnífico escenario que adorna una costa donde surgen algunos hoteles, lugar de vacaciones frecuentado por turcos.
Finalmente, llegamos a Mersin, nuestro último puerto, y gran puerto de comercio, no tanto para la navegación individual. Aquí se acababa el viaje y el coche nos esperaba para descubrir Tarsus, la histórica ciudad de San Pablo y donde Marco Antonio conoció a Cleopatra.
Nos internamos en las montañas para descubrir Cappadocia, donde la erosión ha creado un insólito paisaje de menhires naturales de color gris, intricados, erguidos, y donde los humanos han excavado sus casas e iglesias, creando extrañas ciudades trogloditas que fueron ocupadas desde tiempos muy remotos. Ürgüp es la ciudad central de esa extraña región, donde el encanto se une al misterio para crear un mundo surgido de cuentos.
No podía creer todo lo que había visto en este viaje a lo largo de la costa, por el que pude conocer cuatro mares y viajar por el filo de la historia, descubriendo los restos de grandes civilizaciones, admirando Estambul, Éfeso, las tumbas licias, los castillos de los Cruzados y viviendo la experiencia de los encantadores puertos llenos de vida festiva.
La costa de Turquía es un gran mundo de diversión durante el verano, es lugar de encuentro de muchas culturas, donde el turista se siente bien recibido por los turcos, encantadores descendientes de los alardes y sobresaltos de la historia. Es una costa maravillosa, habitada por gente excepcional, con un mar sorprendente, donde se reflejan las montañas amenazadoras y las ruinas de un gran pasado. Turquía es un sitio con una historia y una cultura que no pueden sino seducir, con el encanto propio de lo milenario y con el ritmo del tiempo actual.
Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney.