Jet set, cultura y belleza

Navegando desde Saint-Tropez hacia Mónaco, el mar Mediterráneo se hunde entre las rocas de los Alpes para formar los hermosos golfos donde brillan las ciudades que invitan a disfrutar de la vida intensa de la Costa Azul. Buen comer, sol, vino y extraños encuentros: es el paraíso de las mejores fiestas. Y al mismo tiempo invita a descubrir sus viejas piedras, la historia y la cultura escondida en el paisaje.

 

La buena vida de la Costa Azul: Buen comer, sol, vino y extraños encuentros.

 

 “La mer, qu’on voit danser, le long des golfs clairs a des reflets d’argent” (el mar que vemos bailar a lo largo de los golfos claros tiene reflejos de plata), cantaba el francés Charles Trenet, conocedor del Mediterráneo. Un mar que cambia de humor de un momento a otro: de azul a plateado o de repente enfurecido no se deja navegar. La mer es también el listón azul que dibuja esa bella costa entre Cannes y Niza.

 

 

El “Vieux Port” de Cannes es el punto de atraque ideal para conocer la ciudad y la región. Cannes es la ciudad del famoso festival de cine, acompañado por su glamour, la presencia de las estrellas de la pantalla grande, los paparazzis y las famosas starlettes o pequeñas stars.

Para impregnarse de Cannes lo ideal es recorrer la Croisette, conocido paseo marítimo. Aquí comienza el encuentro con gente extraña e interesante. Adultos que toman los últimos rayos del sol, jóvenes que patinan y parejas que caminan dejándose admirar. El Hotel Ritz Carlton brilla con su encanto, el Splendid retumba con los ecos de los festivales y el Martínez seduce con el recuerdo de todas las estrellas que por allí han pasado.

 

 

Pero además de todo esto, el viejo Cannes ofrece una bella escapatoria del mundo del glamour: deambular por los angostos callejones que llevan al antiguo castillo que domina a la ciudad y la bahía. Desde este sitio se vive con emoción una impresionante vista del mar, plateado o azul según las horas o el clima.

Los callejones suben entre sus casas antiguas que esconden nichos de santos y despiertan cierto aire de Italia del sur. Durante las noches la calle Saint Antoine se vuelve un sitio más que deseado, con los mejores restaurantes y un ambiente de romería.

Para comer, el mejor lugar es el Moulin de Mougins, a 10 minutos de Cannes. El chef Alain Llorca invita a descubrir los deliciosos encantos refinados de su cocina.

 

 

 

 El pueblo de Mougins es como la corona de una colina. Sus callejones empedrados rodean la cima y se dejan ver bordados por antiguas casas de piedras labradas. Finalmente, el pueblo se cierra contra las nubes en el campanario de la sencilla iglesia. La fuente es la música del pueblo, los restaurantes son como un telón urbano repleto de sonidos que atraen y las galerías de arte despiertan el corazón de la belleza.

 Recorriendo la pequeña carretera que serpentea hacia el “Arrière Pays” —como lo llama la gente de la región (“el país de atrás”), refiriéndose a la parte alejada de la costa— las colinas se vuelven montañas, y a sus pies, como aferrado a las laderas, surge la pequeña ciudad de Grasse, célebre capital mundial de la perfumería. El microclima de Grasse es propicio para el cultivo de las plantas perfumadas, como el jazmín, la rosa o la tuberosa. A principios del siglo XVIII, quienes se dedicaban al cultivo también se convirtieron en perfumeros. Muchas de las grandes casas fundadas al comenzar el siglo XIX —Molinard, Galimard y Fragonard, entre otras— siguen trabajando, haciendo sus propias creaciones. Hoy en día la mayoría de las grandes marcas de perfumes, entre ellas el famoso perfume Channel número 5, se elaboran en esa ciudad.

 

 

El incomparable patrimonio histórico de su viejo centro lo convierte en uno de los raros ejemplos preservados de la arquitectura medieval, a la sombra de la antigua torre de su castillo y al ritmo de su insólita iglesia, cuyos espesos muros parecen fortaleza.

En Saint Antoine el encanto de sus viejas piedras nos seduce para disfrutar de la mejor cocina de la región. La carretera se entremete entre colinas y pueblos, el aire huele a pino y olivos, las cigarras cantan con el calor del verano.

Los bosques pintan de verde los alrededores de los pueblos escondidos y en ellos surge el maravilloso Resort del Four Seasons de Terres Blanches, el nuevo lugar más concurrido de la costa. Aquí no hay mar, sólo encinos, lavandas, pinos y dos campos de golf de 18 hoyos recónditos en el bosque. Lo que una vez fue propiedad de Sean Connery es ahora un maravilloso lugar de descanso para disfrutar del Arrière Pays, lejos del tumulto de la costa.

 

 

 

 

Al retomar la navegación y dejar el viejo puerto de Cannes se impone una visita a las encantadoras Islas de Lérins. Sorprendentes y desconocidas, esas dos islas se bañan en aguas transparentes. Saint Honorat alberga un monasterio, mientras que en Sainte Marguerite domina el antiguo fuerte.

 

La pequeña ciudad de Grasse es uno de los raros ejemplos preservados de la arquitectura universal.

 

La travesía del Golfo de Juan es una navegación tranquila y lo es también la pasada por el hermoso Cabo de Antibes, donde atractivas residencias se esconden entre los pinos. La marina de Antibes es la más elegante de la costa, allí se encuentran los más famosos y rivalizan los yates en tamaño y elegancia.

 

 

Antibes es un pueblo encantador: pequeño, amurallado en la Edad Media, con acento provenzal. El mar verde-turquesa-azul lame la muralla señoreada por la torre del castillo —donde se estableció Pablo Picasso durante una temporada (hoy Museo Picasso)— y por la iglesia, hermoso ejemplo del arte barroco de la región.

Este pueblo es un paseo increíble, andar por sus callejones y placitas es recuperar la juventud de la memoria, visitar su mercado es vivir la alegría que huele a aceitunas, hierbas y pescado fresco, es probar l’absynthe, antigua bebida alcoholizada a base de hierbas. Esta bebida fue prohibida durante un tiempo, decían que volvía loca a la gente. Pero todo resultó ser una verdadera fábula, pues en verdad el gobierno quería que la gente consumiera más vino y menos l’absynthe, ya que era muy popular.

Antibes es la frescura de sus plazas, el encanto de sus terrazas, sus puertas arqueadas abiertas en la muralla y la belleza del Belles Rives, un precioso hotel a la orilla del mar, mirando hacia el Golfo de Juan y la ciudad del jazz, Juan-les-Pins.

 

 

 

 

El hotel funciona en una antigua casa construida en la década de 1920. En ella se instalaron el escritor estadounidense Scott Fitzgerald y su esposa Zelda. Más tarde esa residencia fue adquirida por Boma Estène, de origen ruso, y su esposa Simone, y la transformaron en hotel.

Marianne, descendiente de la familia, es hoy su propietaria, y ha conservado el estilo Art Déco auténtico, con sus muebles originales, lo que nos permite hacer un viaje en el tiempo y la historia. Es uno de los lugares que hay que visitar. Su chef David Marie es uno de los mejores de la Costa Azul.

 

 

Antibes es el punto de partida ideal para descubrir en el Arrière Pays los preciosos pueblos de Biot, que deben su fama a la tradición del vidrio soplado y a su vinculo con el artista Fernand Léger.

Vallauris es conocido por su alfarería muy creativa, cuyos artistas imponen modas en el arte de la cerámica.

Cagnes-sur-mer, pueblo medieval dominado por un castillo donde Auguste Renoir, seducido por los colores tan intensos, encontró la inspiración en medio de los olivos centenarios.

Saint Paul, pequeña aldea fortificada, es el lugar donde los artistas exponen sus obras en las numerosas galerías de arte que adornan los alegres callejones. Es un festín de colores y formas, en contraste con la iglesia del siglo XIII y su nave románica con costados góticos. Las placitas se animan con fuentes, las angostas calles empinadas se esconden bajo unos arcos, las ventanas se disfrazan con enredaderas y las puertas de madera surgen de los espesos muros de piedras. A pesar de recibir muchos visitantes Saint Paul conserva su original encanto. El restaurante Le Saint Paul ofrece excelentes platillos. La Fundación Maeght expone obras de Braque, Chagall y Miró, además de que el pueblo en sí es un verdadero museo vivo.

 

 

 

La carretera nos lleva a Vence, lugar protegido por su antigua muralla que data del siglo XIII, con sus imponentes puertas y la impresionante torre cuadrada del castillo de Villeneuve. Vence vive al ritmo de la siesta a la sombra de los olivos o al ritmo de un “pastis”, aperitivo anisado que se toma en toda la región. Sus tranquilas callejuelas llevan a la catedral construida en el siglo XI, con piedras romanas, con su fachada del siglo XIX.

En las cercanías, los caminos nos trasladan a otras encantadoras aldeas, como Tourrettes-sur-Loup, Coursegoules, Gréolières y Gourdon. Entre pinos, olivos y montañas rocosas, andar por estos caminos es como viajar dentro de un paisaje ricamente pintado por un gran artista, es respirar la belleza en una obra maestra de la naturaleza. Desde Antibes, navegando con buen clima, la travesía de la Baie des Anges (Bahía de los Ángeles) se hace sin problemas.

El siguiente puerto que nos recibe con todo su esplendor es el Vieux Port de Nice (Niza), anclado entre altas montañas, rodeado por hermosos edificios, en constante movimiento gracias a sus barcas de pesca y a los ferry que navegan hacia la isla de CórcegaNiza es el encanto de la “Promenade des Anglais”, ese hermoso paseo marítimo que deslumbra con los edificios de la Belle Époque (como el Negresco) o del Art Déco (como el Palais de la Méditerranée, legendario casino transformado con éxito en hotel-casino).

 

 

La marina de Antibes es la más elegante de la costa, allí se encuentran los más famosos y rivalizan los yates en tamaño y elegancia.

 

La ciudad entera es un paseo entre tesoros arquitectónicos: la ópera, el viejo Niza con sus palacios que bordean sus callejones (palacio Lascaris) y que recuerdan extrañamente a Italia, sus iglesias barrocas con bellas obras de arte, sus fuentes, el Cours Saleya, su mercado de flores, los edificios de la Belle Époque que componen gran parte de la ciudad, los vestigios romanos, el Museo Matisse o el Museo Chagall. Niza es una sorpresa. Es una ciudad señorial. Es un museo de arquitectura que vive al ritmo del Mediterráneo que acaricia su playa de piedras redondeadas.

Uno de los pueblos más insólitos de la Riviera es Èze, que se levanta a 427 metros de altura. Fue construido como un laberinto de callecitas y escaleras donde las casas parecen un tejido intrincado. Desde su castillo, cuyas ruinas albergan un bonito jardín botánico con cactus, la vista es sorprendente y espectacular. Sin embargo, el lugar más atractivo es el Château Eza, maravilloso hotel-restaurante, cuya hechizante construcción —varias casas de piedra— vigila el acantilado de manera vertiginosa. En este poblado viven varios artistas, que le dan singularidad a este pueblo medieval. Aquí, como en toda la Costa Azul, los hombres juegan a la “pétanque”, con bolas de metal para alcanzar el “cochonnet”, la bolita de madera, y siempre se arman discusiones interminables para saber quién quedó mas cerca. Esas voces, las campanadas de la iglesia barroca y el canto de las cigarras son la música de la región.

 

 

 

 

 

Al pie de esos altos montes, entre Niza y Mónaco, se encuentran pequeños pueblos y elegantes mansiones a la orilla del mar: Villefranche-sur-mer —dominado por sus fuertes Cap Ferrat y Saint-Jean-Cap-Ferrat, con sus bellos jardines e imponentes residencias escondidas en la naturaleza—, Beaulieu-sur-mer —con “La Rotonda” (antiguo Hotel Bristol) y la casa Kérylos, copia de un palacio griego—, y Cap D’Ail, donde extravagantes residencias —algunas de las cuales fueron hogar de celebridades (marquesa de Sévigné y Greta Garbo)— se ocultan en la riqueza natural. Una de ésas es Cap Estel, recientemente renovada y transformada en exclusivo hotel.

La Costa Azul nos sorprende con sus pueblos escondidos en las laderas de las colinas o en los peñones, con el glamour de Cannes o Niza, con la elegancia de sus mansiones, con la majestuosidad de su costa. Un paseo por la Costa Azul es un interminable placer de descubrimientos en esa Riviera que late a la sombra de los Alpes y refleja la maravilla en aguas azules que llaman.

 

 

Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney