Hublot no se conforma. Tres años después de lanzar uno de los relojes más radicales en la historia reciente de la alta relojería, el MP-10 Tourbillon, la casa suiza vuelve a romper moldes con dos nuevas versiones: una en cerámica negra y otra en zafiro 100% translúcido (originalmente se realizó en titanio). Dos materiales icónicos en su universo, dos declaraciones de principios que desafían lo convencional.
El MP-10 original ya era una pieza sin parangón. Sin esfera, sin agujas, sin masa oscilante, su diseño rompía con todos los códigos tradicionales. En su lugar, incorporaba rodillos indicadores, un tourbillon inclinado a 35 grados, cuerda automática mediante masas lineales y una reserva de marcha circular de 48 horas. Más que un reloj, una escultura en movimiento, un manifiesto de lo que la alta relojería puede ser cuando se atreve.
Ahora, Hublot eleva esa propuesta con dos ediciones limitadas. La primera, de cerámica negra –un homenaje a su legendaria serie All Black– retoma el espíritu del MP-10 original en una producción exclusiva de 50 unidades.
La segunda, aún más audaz, se presenta como una pieza etérea: 30 ejemplares fabricados en zafiro transparente [foto inicial], con acabados en gris claro y blanco puro, que permiten una visión total del complejo mecanismo de 592 componentes.
Ambas versiones conservan la misma arquitectura revolucionaria, donde la lectura del tiempo se realiza a través de cuatro visualizaciones giratorias: horas y minutos en la parte superior, reserva de marcha codificada por colores en el centro y los segundos integrados en la jaula del tourbillon. Todo orquestado con una estética que recuerda más a la ingeniería automotriz que a la relojería clásica.
“Fusionar forma y tecnología es parte de nuestro ADN”, afirma Julien Tornare, CEO de Hublot. “Estas cajas no son solo un ejercicio de estilo, son una proeza técnica que marca un nuevo hito en nuestra búsqueda por redefinir los límites del diseño”.
Hublot no reinterpreta. Reinventa. Y con estas dos nuevas versiones del MP-10 Tourbillon, lo vuelve a dejar claro: el tiempo, en sus manos, es una obra de arte que nunca se repite.