Desde hace 52 años, la Administración Federal de Aviación, FAA, promulgó la prohibición de los vuelos supersónicos sobre Estados Unidos.

En apariencia, esta regulación pretendía proteger a sus habitantes de las explosiones sónicas disruptivas. Pero en realidad “prohibió la velocidad”, y con ello, el progreso en el vuelo, comenta Blake Scholl, fundador y director ejecutivo de Boom Supersonic. Y agrega: no todos los vuelos supersónicos producen explosiones audibles. Y, al igual que otros sonidos, las explosiones sónicas pueden ser fuertes o silenciosas. Un avión supersónico en vuelo bajo podría hacer vibrar las ventanas, mientras que uno en vuelo alto podría no producir ninguna explosión perceptible.

La consecuencia imprevista de esta prohibición general fue el “ahogamiento de la innovación” estadounidense en la aviación. Los viajes supersónicos de pasajeros podrían haber comenzado con pequeñas aeronaves supersónicas, como los jets ejecutivos diseñados para viajes de costa a costa. Sin embargo, la prohibición de los aviones supersónicos “ilegalizó” este producto en Estados Unidos.

Comprensiblemente, la industria optó por no invertir en aviones supersónicos, cerrando la puerta a lo que podría haber sido el siguiente paso adelante en la aviación. El mundo se quedó solo con el Concorde (1969-2003, con velocidad máxima de 2,179 km/h). Si bien icónico, era económicamente inviable, operando en pocas rutas y con tarifas exorbitantes, solo al alcance de estrellas de rock y la realeza. 

También perdimos algo más profundo: los beneficios económicos y culturales de viajar más rápido. Llegar a tu destino más rápido no solo ahorra tiempo, sino que puede marcar la diferencia entre ir o no. Antes de la era de los aviones a reacción, pocos iban a Hawái, y fue la velocidad de los aviones la que transformó a Hawái en el destino próspero que es hoy. Ante la falta de una nueva era de viajes más rápidos, la innovación se ha visto frenada, dejándonos en lo que considero la era oscura de la aviación comercial: llevamos más de seis décadas sin una aceleración generalizada en los vuelos.

Este límite de velocidad ha tenido un efecto paralizante en la aviación y en Estados Unidos. Con solo realizar pequeños ajustes a los productos existentes (el último avión de pasajeros de Boeing guarda un asombroso parecido con el primero), los mejores ingenieros estadounidenses se incorporaron cada vez más a empresas de informática e internet, donde tenían libertad para inventar.

Esto ha dejado el liderazgo estadounidense en aviación vulnerable a la competencia de China (que ya produce clones de aviones occidentales) y que recientemente anunció un avión de pasajeros supersónico. A menos que inventemos y construyamos la próxima generación de aeronaves en Estados Unidos, el liderazgo en aviación pasará de Estados Unidos a Asia, al igual que ha sucedido con los chips. Seamos claros: la carrera supersónica ha comenzado, y es crucial que ganemos. 

Los avances en la ciencia de los materiales, la aerodinámica, la informática y la tecnología de motores han hecho posible la construcción de aeronaves supersónicas que no producen explosiones sónicas audibles hasta ciertas velocidades, con un concepto físico consolidado llamado límite de Mach (1,234.8 km/h), en el que la explosión sónica se refracta en la atmósfera sin alcanzar el suelo. Además, investigaciones financiadas con fondos públicos y privados indican que las explosiones sónicas ahora pueden reducirse a niveles comparables al ruido urbano cotidiano, como el portazo de un automóvil. Los expertos abogan por el establecimiento de un estándar de ruido razonable en lugar de una prohibición total.

Implementar un enfoque basado en el ruido para los aviones supersónicos se alinearía con el objetivo original: proteger al público de los ruidos molestos y, al mismo tiempo, facilitar la innovación. Claramente, deberíamos permitir vuelos supersónicos que no generen explosiones sónicas audibles.

Posteriormente, podemos ir más allá: una norma de ruido permitiría vuelos aún más rápidos sin ruidos molestos. Esto permitiría a los fabricantes desarrollar y probar nuevas aeronaves supersónicas, fomentando un mercado competitivo en un momento en que mantener el liderazgo de Estados Unidos en tecnología aeroespacial de próxima generación es crucial.

Mientras el país busca reindustrializarse, no podemos frenar nuestro propio progreso con una regulación que nunca debió existir. Es hora de decir adiós a la prohibición de los aviones supersónicos y abrazar un futuro mejor de velocidad e innovación.