Recuerdo como si hubiera sido ayer, la primera vez que vi un tiburón ballena y nadé junto a él fue en el increíble Mar de Cortés, era un macho joven y muy amigable. Desde ese momento quedé maravillado con esos inofensivos seres marinos y me propuse conocer más sobre esta especie. La vida me dio la oportunidad de observarlos en otras partes del mundo, como Galápagos, Cocos, Malpelo y Revillagigedo.

Al investigar más sobre los tiburones ballena me enteré de que en el vecino país de Belice existe un lugar donde estos grandes peces se dan cita, año tras año, para alimentarse de la hueva de los peces conocidos como pargos cuberas. Por ese motivo ahora me encuentro en el avión que nos transportará a la capital de Belice, para desde ahí tomar otro avión que nos llevará al pequeño poblado de Plasencia, casi en la frontera con Honduras. Ahí pasaremos el fin de semana buceando y buscando a los tiburones ballena. En este viaje tengo la suerte de tener como compañeros al generoso Adrián Sada y al inquieto Alejandro Ruiz.

 

 

Después de varias horas de vuelo, llegamos todavía con tiempo de hacer nuestras buceadas de familiarización en las aguas someras de la bahía. El paseo en lancha fue gratificante, pues el mar estaba en calma y durante un buen tiempo nos acompañaron una escuela de simpáticos delfines que nos alegraron la travesía. Al llegar al lugar de buceo nos pusimos nuestros trajes, aletas, visores y tanques, y ya equipados rompimos el espejo de las las claras aguas caribeñas. La luz ya era escasa pero justa para observar esos fondos marinos llenos de gorgonias, abanicos y candelabros que florecen en las aguas poco profundas y se mecen al vaivén de la marea. Así, poco a poco, nos fuimos consumiendo el aire de nuestras botellas, y gozando de las bondades que nos brindaba la mar.

Regresamos a nuestro hotel verdaderamente cansados, pero felices de nuestra primera aventura submarina en Belice.

Al otro día muy temprano, después de un sabroso desayuno, nos volvimos a hacer a la mar para realizar dos inmersiones. Cuando caímos al agua los rayos del sol atravesaban la superficie marina, permitiéndonos tener una visibilidad de casi 100 pies. No habíamos llegado al fondo cuando una elegante raya pinta, o raya águila como la conocen por aquí, salió a recibirnos; pasaba tan cerca de nosotros que pudimos ver perfectamente su cuerpo manchado y su cara que parece estar sonriendo permanentemente.

 

 

 

 

Buceamos en una pared donde pude filmar unas de las esponjas más grandes que he visto en mi vida, en ella cabía perfectamente un buzo adulto con todo el equipo, y además de ser enormes presentan colores que van del morado brillante al naranja metálico. En las cuevas de la pared de coral encuentran refugio las langostas, los camarones de fantasía y los curiosos cangrejos ermitaños, así como las morenas verdes y pintas.

Subimos lentamente hasta llegar a los fondos poco profundos y una vez más nos encontramos con ese jardín de corales blandos, que cuando pusimos atención vimos que de entre sus ramas colgaban los delicados caracoles lenguas de flamingos. Los peces meros, pargos y trompetas se mimetizan en la base de las majestuosas gorgonias, mientras a media agua las rubias son perseguidas por las barracudas. Qué buen espectáculo nos brindó la naturaleza. Pero queríamos más y ahora es el tiempo de buscar a los animales que nos trajeron hasta esta región tan apartada, a los gentiles tiburones ballena.

En Belice existe un arrecife llamado Gladen Spit, que forma parte del Gran Arrecife Mesoamericano, este arrecife también pasa por México. Es aquí, donde en cada luna llena de abril y mayo, al caer la tarde, los pargos cuberas y los meros suben de una profundidad de 150 pies a 50 y depositan su hueva. Son tantos que el agua se vuelve blancuzca. En este momento los tiburones ballena hacen su aparición, junto con los delfines, tiburones toros y grises, así como los atunes aleta azul. Para observar este fenómeno de la naturaleza tendremos que pasar mucho tiempo en el agua azul, hasta encontrar a la escuela de cuberas. Cosa que no nos desagrada en absoluto.

 

 

 

 

Realmente, me resulta muy difícil explicar la emoción que siento al estar respirando bajo el agua, la tranquilidad, el placer y la calma que nos trasmite el mar, es tan grande que firmemente creo que es una invitación a la meditación profunda. En estos pensamientos me encontraba cuando una sombra enorme pasó exactamente arriba de nosotros, Adrián y Alejandro me habían estado llamando para mostrarme al gigante manchado, al pez más grande que existe en el planeta: el tiburón ballena, que comía plácidamente y jugaba con los últimos rayos de sol. Difícilmente podremos encontrar en el fondo del mar otro animal tan fascinante, enigmático y complejo como el tiburón ballena. Sería una gran lástima que se perdiera, junto con todos sus misterios, por culpa de los temibles terrícolas, pues desgraciadamente en otros países como China, Indonesia y Japón está permitida su caza.

Aquí, en México, podemos observar y nadar con los tiburones ballena en el área de Holbox, Quintana Roo y en Baja California, en la Bahía de Los Ángeles. Les recomiendo, amigos lectores, que no se pierdan esta oportunidad que podría cambiar sus vidas.       

 

 

 

 

Texto: Alberto Friscione Carrascosa ± Foto: Alberto Friscione Carrascosa.