Archipiélago Revillagigedo y sus bellezas submarinas

Me encontraba el la ciudad de México en una reunión sobre la conservación de los tiburones. Justo antes de empezar, sonó mi teléfono; era Manolo Victoria, de Veracruz. Me dice emocionado “Prepárate, pues nos vamos a las Revillagigedo”. El sólo escuchar ese nombre me alteró el pulso, pues las islas Revillagigedo son mi lugar preferido para bucear.

Respondí de inmediato Sí, ¿cuándo salimos? “Mañana”, me contesta. Ahí estaba el problema, pues mi equipo de buceo y mis cámaras estaban en Cancún. Pensar en ir a ese mágico lugar sin mi equipo sería un sacrilegio, además cómo avisar en mi casa que no regresaría hasta 15 días después. Ahora sí estaba difícil la situación.

 

 

Pasé la noche pensando que hacer, pues no me quería perder esa oportunidad. Ya en el aeropuerto, antes de abordar mi avión de regreso a Cancún, me decidí: “me voy a bucear. Veré quien me trae mi equipo y un poco de ropa.” Tuve que pasar más de 12 horas en el aeropuerto, hasta que por fin pude salir en el último vuelo a Los Cabos.

Revillagigedo es una Archipiélago localizado a 300 millas náuticas del puerto de Manzanillo, en el océano Pacifico. Políticamente pertenece a Colima. Tiene tres islas y un islote. La isla más grande se conoce como Socorro y está habitada por personal de la armada de México. La isla más alejada (a casi 600 millas de la costa) se llama Clarión y también está habitada por un destacamento de marinos. La isla más cercana a tierra se llama San Benedicto y no está habitada. Por último, la más pequeña de las 3 es Roca Partida, que no es más que una piedra en el mar.

Llegar allá nos tomo más de 30 horas de navegación y en esta ocasión fue bastante violenta, pues el mar estaba bastante alegre. Llegamos por la tarde a San Benedicto, justo a tiempo para realizar nuestra primera inmersión en un lugar conocido como El Bóiler, un famoso arrecife que utilizan las mantas gigantes como un lugar de limpieza.

El agua era muy clara a pesar de lo tarde que era. Al iniciar nuestro descenso no vimos gran cosa, algunos “ídolos moros” y peces mariposa nariz larga. Pasaron unos minutos y de pronto, surgiendo del azul infinito, aparecieron en formación tres enormes mantas. Venían directo hacia nosotros, que aguantábamos la respiración para no soltar las burbujas y evitar que se espantaran. Pasan muy cerca de nosotros y puedo apreciar su cuerpo aplanado, sus pequeños ojos, sus largos cuernos y las manchas blancas en su cuerpo; recuerdo que éstas son el distintivo que usan los biólogos para identificarlas, no hay manchas iguales.

 

 

 

 

 

Mis compañeros van tras las mantas, yo me quedo solo unos minutos. Me gusta esa sensación. Los peces de colores me rodean sin temor. Nuevamente una manta aparece y se detiene justo en medio de todos los peces de color naranja brillante, los cuales sin perder un segundo le empiezan a quitar la piel muerta y los parásitos de su cuerpo. Con qué espectáculo tan increíble nos reciben las Revillagigedo.

Es un nuevo día y los rayos del sol brillan entre las nubes de tormenta para convertir las aguas del océano en un espejo. Ahora nos encontramos en Roca Partida para tratar de ver y filmar a las diferentes especies de tiburones que aquí habitan.

Caemos al agua muy temprano. Todavía no habíamos empezado a descender cuando una escuela de pequeños tiburones conocidos como “silkes” viene de frente a nosotros, que preparamos las cámaras pues esto es algo que no se ve muy seguido; se creía que sólo en Galápagos y Mapelo, en Colombia, ocurría esta migración. Los tiburones se esfumaron como por arte de magia en el horizonte, pero en las paredes de las cuevas quedaron metidos los tiburones punta blanca; eran muchos y sólo apreciábamos sus colas, con su punta blanca.

 

 

 

Entonces pudimos escuchar con claridad los cantos de las ballenas jorobadas. Sabía por experiencia propia que, aunque se escuchara fuerte y claro su canto, la ballena podía estar a kilómetros de distancia.

Cuando ya íbamos en la lancha de regreso al barco, apareció justo a nuestro lado una enorme mole de carne y resopló tan fuerte que nos mojo a todos. Era la ballena jorobada o cantora, que deambulaba tranquila por ese mar infinito. Ni tardo ni perezoso me pongo mi visor y mis aletas y me sumerjo. Realizo las primeras tomas, un poco lejos, a mi gusto. Para mi sorpresa la gigantesca ballena se detiene a una profundidad de 60 pies, en un agua azul intenso. Aprovecho el momento para ponerme un tanque y sumergirme con reverencia, respeto y un poco de miedo. Conforme me voy acercando a ella veo cómo me observa con ese ojo cristalino. Mi temor se volvió admiración de ver a una madre cariñosa protegiendo a su cachorro, que se escondía entre las grandes aletas de ésta. No sé cuánto tiempo transcurrió, estaba gozando del momento íntimo entre la madre y su cría. Sólo cuando mi regulador no me dio más oxígeno recordé que soy un ser humano y no un pez.

Yo no podía pedir más, pero el mar se mostró generoso y nos mandó una escuela de delfines que jugaron con nosotros, además de unas tímidas ballenas conocidas como falsas orcas, mientras a lo lejos apenas distinguíamos la silueta de los perfectos tiburones punta plateada.

¡Que buena decisión tomé de venir a las Revillagigedo! Este contacto sólo se puede tener aquí, en este México distante que nos muestra sus bellezas escondidas.

Es necesario que nos esforcemos por actuar, ahora que todavía es tiempo, y valoremos la importancia de la naturaleza en armonía con los extraordinarios recursos que México nos puede dar.

 

 

 

 

Texto: Alberto Friscione Carrascosa ± Foto: Alberto Friscione Carrascosa