Si son aves, ¿por qué no vuelan los pingüinos? Sencillo: porque lo que antes eran alas, esas extremidades que hoy utilizan más como aletas, fueron adaptándose al mundo subacuático. Y les sirven de maravilla. El simpático balanceo que muestran en su lento andar, contrasta fuertemente con su admirable agilidad dentro del agua, donde alcanzan velocidades hasta de 40 kilómetros por hora.

Son muchas las variedades de pingüinos en el planeta, por lo que abordaremos el emplumado tema concentrándonos en los que habitan la Patagonia. En primer lugar, la idea de que la única diferencia entre Polo Norte y Polo Sur es la lejanía, es la más común y la más ingenua. La extensión de la capa de hielo, su espesor, las temperaturas, todo hace de la Antártida un sitio mucho más inhóspito.

 

 

 

No es extraño que en 14 millones de kilómetros cuadrados haya sido imposible determinar con precisión la cantidad total de pingüinos Emperador. Hasta hace poco sólo había cálculos basados en narraciones aisladas, en estimaciones parciales, pero tanta extensión de hielo y tan pocos habitantes humanos eran barreras suficientes para imposibilitar un censo preciso.

Pero recientemente la agencia británica BAS (Investigación Antártica Británica), operadora inglesa del Antártico, empleó tecnología de imágenes en muy alta resolución y pudo llegar a una estimación real. Al observar el tamaño de las colonias de estos animales y contando la cantidad de las mismas se determinó que hay unos 595 mil ejemplares, cifra que casi duplica las estimaciones anteriores.

El pingüino desciende de aves voladoras especializadas en el buceo. Hay 18 especies y 6 géneros de pingüinos: Emperador, Rey, Adelia, Barbijo, Papúa, Macarroni y Penacho Amarillo, en la Patagonia. Otras especies habitan en Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. Uno se pregunta por qué no hay pingüinos en el Polo Norte ni osos polares en el Polo Sur; es que los trópicos del planeta actuaron como barreras climáticas que mantuvieron en sus lugares de origen a unos y a otros.

 

 

 

 

 

 

Llaman la atención por su instinto gregario. Andan juntos para todos lados, siempre. Sin querer insinuar que se mantienen en grupos compactos con el propósito expreso de cerrarle el paso a los fuertes vientos helados de la Antártida, y con la finalidad de mantenerse calientes unos a otros, sin duda este instinto es uno de los que les ha permitido subsistir como especie.

También evitan el helarse mediante el excelente recubrimiento que les proporcionan sus plumas. Este factor es suficiente, porque de hecho el volumen de su cuerpo es relativamente menor al que aparentan. Además de su plumaje, que mudan cada año en pocos días, algunas variedades cuentan con el aislamiento térmico adicional que les brinda una capa de grasa corporal.

Su altura varía, según su especie, entre los 40 centímetros y 1.20 metros. La variedad de mayor tamaño, el pingüino Emperador, puede llegar a rebasar esta medida. Caminan erguidos, viven de pie, en esa postura empollan sus huevos y se les ve acostados sólo cuando se deslizan sobre su estómago para avanzar más rápido sobre el hielo.

La unión hace la fuerza

Los pingüinos, en grandes y ruidosos grupos, se reúnen para aparearse y siempre vuelven a los mismos sitios que sus antecesores. Anidan en madrigueras o huecos en las rocas, aunque también lo hacen a cielo abierto. Una escena no deja de maravillarnos: luego de poner un huevo la madre lo sostiene con sus cortas patas para que no toque el hielo, y lo cubre con un pliegue de su plumaje.

Y cuando esta hembra ha de viajar al mar para comer, en una maniobra de sumo cuidado que exige gran coordinación, le pasa el huevo al macho y éste lo toma también con sus patas y lo mantiene ahí semana tras semana, durante la oscura, larga y helada noche antártica, cuidando del frío y dando calor a su preciado producto.

Si cuando vuelve el sol la madre no ha vuelto por alguna razón, el debilitado padre abandona el huevo o a la cría -si ya rompió el cascarón- para ir también en busca de alimento y no morir de inanición.

Los pingüinos Emperador y Rey son los que así cuidan el huevo y al polluelo. Empollan sólo un huevo por vez. Durante la noche antártica las colonias de pingüinos forman una gran masa inmóvil, apretada, cerrándole el paso al intenso viento y dándose calor unos a otros. Esto les evita la muerte por congelación.

Cuando la pareja vuelve a estar junta con la cría, hay ocasiones en las que ésta se queda sola mientras sus mayores van en busca de alimento. En estos casos, los pichones se juntan en “guarderías” para cuidarse de sus depredadores. Una vez que tienen su primer plumaje, ya jóvenes, siguen a los adultos al mar para procurarse su alimento.

 

 

Texto: Alfonso López Collada ± Foto: Penguinnewstoday / Tom Clark / Vashonsd / Patagonia