La simple mención de la palabra Tiburón desata una infinidad de emociones. En algunos lugares del mundo como en las Polinesias lo adoraban como a un dios; en lugares como México, lo tratábamos como asesino.  Es uno de los pocos animales  capaces de despertar el miedo en nuestros corazones y a la vez infundir un respeto reverencial.

Desde mi particular punto de vista, los tiburones son seres legendarios, depredadores increíbles, cuyos cuerpos, de líneas clásicas e hidrodinámicas, han evolucionado muy poco a lo largo de 400 millones de años. De hecho, me atrevo a decir que muchas de estas especies casi han alcanzado la perfección física necesaria para sobrevivir en los océanos otros varios millones de años; esto, claro está, si los humanos lo permitimos.

 

 

Cuando me inicié en el maravilloso mundo del buceo, mi principal preocupación era encontrarme con un tiburón, pues las referencias que tenía de este ser eran malísimas: me decían que comían gente, que atacaban sin razón alguna, o que esperaban a que alguien tocara sus dominios del mar para ser devorado al instante. Pasaron los años y, sin embargo, no veía en mis correrías submarinas a ninguno de estos seres casi místicos. Si de casualidad uno hacía su aparición, parecía tener más miedo de mí que yo de él, y al menor movimiento mío desaparecía con la misma rapidez con la que aparecía. Mi miedo se convirtió en curiosidad ¿Cómo es que esos animales maléficos no venían hacia mí para devorarme? 

 

 

 

 

Desde entonces, he podido viajar a otros lugares del mundo en busca de estos especímenes y me encuentro con animales increíbles, bellos e impresionantes. Estar en el agua con tiburones es, para mí, lo más cercano que podemos llegar a estar de la naturaleza en su máxima expresión.

Desafortunadamente en el mundo entero (México no es la excepción), los tiburones  están desapareciendo rápidamente, y son pocos los lugares donde los podemos observar en su estado natural. La sobreexplotación,  su mal manejo como recurso, la falta de vigilancia oportuna y real, así como la falta de aplicación de vedas, han llevado a esta especie casi a la extinción  (se llegaron a pescar más de 100 millones de tiburones en un año). Tanto hemos mermado a la especie, que la industria de la pesquería de tiburón está pasando por un mal momento.  

Pero otra industria está naciendo, la de observar a estos fantásticos seres marinos. Para lograr atraerlos, es necesario el uso de carnadas, pues al tenerlos cerca es cuando los podemos estudiar y conocer un poco más de ellos. No obstante, este método no es del agrado de algunos científicos. 

 

 

 

 

 

En mi experiencia alimentando tiburones, puedo comentar que, hasta la fecha, no hemos visto ningún cambio drástico en ellos cuando se les alimenta. Por supuesto que siempre el que les da de comer es un experto, quien sabe que se deben alimentar con la dieta adecuada (casi siempre es con pescado coronado o bonito); se debe usar un traje de malla de acero y guantes; tener en cuenta cual es el animal que tiene más hambre; observar sus patrones de movimiento, así como su comportamiento,  siempre estar atento y asistido por un buzo de seguridad, y  no dar comida de más. Antes de iniciar  la actividad, es imprescindible escuchar el plan de buceo y de emergencias, medidas de seguridad, así como los posibles riesgos. Si cumplimos con cada uno de estos requisitos, le aseguro, amigo lector, que podrá disfrutar de unos de los mejores buceos de su vida.

Por mi vivencia con los tiburones toros de Playa del Carmen, puedo asegurar que su comportamiento no cambia casi nada, pues al terminar su temporada en esta zona, el animal desaparece tan rápido como llegó.

Cabe destacar que, cuando haces contacto con uno de estos bellos animales, tu visión sobre ellos cambia por completo, y en vez de destruirlos, quieres protegerlos. En muchos lugares  del mundo ya se entiende este concepto, que además de proteger a la especie, representa una mejora a la economía de la zona. 

 

 

En su revista Espacio Profundo, el maestro Iván Salazar nos muestra los siguientes datos. La industria del buceo estima que se efectúen entre 2.5 a 4 millones de inmersiones con tiburones en 300 lugares distribuidos en 40 países. Si cada buceador paga un promedio de 70 USD por inmersión, el valor total de este producto turístico-científico es de 180 a 300 millones de dólares. Tan sólo en las Bahamas, el alimentar tiburones deja una derrama económica de 65 millones de dólares al año. En las Islas Maldivas, la observación de tiburones por los buzos es una actividad muy importante; existen 16 operadores de buceo que ofrecen el buceo con tiburones y utilizan al menos 39 resorts, y dejan una derrama económica, según el ministerio de turismo de 7.4 millones de dólares al año. En contraste, la pesca de tiburón dejó 1.2 millones.

En Playa del Carmen, México, se calcula que unos 90 buzos diarios visitan a los tiburones, y cada buzo paga un promedio de 90 USD. Por cuatro meses que dura la temporada, nos dará un total de 1.08 millones de dólares. Esto se contrapone a lo que le pagaron a un pescador que en su pesca atrapó 25 tiburones, todas hembras y preñadas, y por la cual consiguió un ingreso total de 130,000 pesos. Es ridículo.

Siento una profunda tristeza en el solo hecho de pensar que animales tan majestuosos y, que por muchos años consideramos como príncipes del mar, se vuelvan mendigos al pedir a gritos que se les proteja por todos los medios posibles.

Para concluir quiero recalcar que vale más un pez vivo que un pescado, que las especies que no dejen dinero a la comunidad están propensas a desaparecer casi de manera inmediata.

Ojalá, amigo lector, puedas ayudarnos a proteger a esta especie que no ha hecho nada malo, más que existir durante casi 400 millones de años.

 

 

Texto: Alberto Friscione ± Foto: Alberto Friscione