El fondo del mar, un mundo totalmente nuevo, de infinita hermosura y complejidad, que se abre ante los ojos de quienes equipados con un aletas y visor, se atreven a romper el espejo del agua. 

En esta reflexión me quiero contestar a la pregunta que muchos amigos me hacen, ¿por qué buceas tanto? ¿Qué es lo que encuentras en el fondo marino? La respuesta exacta no la sé. Desde que recuerdo, la mar ha ejercido en mí un irresistible y mágico llamado. Me imagino que es la misma fuerte atracción que sintieron los primeros habitantes de este planeta erróneamente llamado Tierra.

En seguida viene a mi mente el recuerdo de la primera vez que usé el visor viejo de algún pescador de la playa Los Muñecos, en mi querido Veracruz, con el agua hasta la cintura y con más curiosidad que miedo; metí la cabeza al mar, en ese momento pasaba junto a mí una escuela de peces brillantes, me dieron 2 vueltas, pero desgraciadamente se terminó el aire de mis pulmones y tuve que salir a respirar; en ese momento ya sabía qué iba a ser de mi vida.

 

 

Los seres humanos estamos mediocremente adaptados a las inmersiones profundas y prolongadas. Pero al paso de  los siglos, los hombres terminaron inventando aparatos para permanecer por mucho tiempo en el fondo del mar, encontrándose con un mundo totalmente nuevo, de infinita hermosura y complejidad, que se abre ante los ojos de quienes equipados con un tanque de aire comprimido, regulador, aletas y visor, se atreven a romper el espejo del agua.  Aquí es donde realmente inicia la aventura submarina, pues sumergirse en las cálidas y transparentes aguas de los mares tropicales es como tener el reencuentro con los habitantes en su medio natural. Es también la revelación directa de la extensa variedad de diferentes formas de vida, que tienen como único imperio las aguas de los océanos. 

Ver, fotografiar, estudiar o simplemente dejarte llevar por las suaves corrientes en ese  fascinante mundo submarino, en donde te puedes mover en tercera dimensión, escuchar los sonidos del silencio o simplemente flotar  sin sentir el peso de nuestros cuerpos, son otros tantos motivos por los cuales no he podido alejarme del llamado de la mar. Pero quizá el factor más importante por lo que disfruto el buceo, es porque en el silencio de las profundidades encuentro mi paz interna.

 

 

 

 

Un nuevo reto y una nueva visión del mar se abría ante mí, soñaba encontrarme con los grandes peces que veía en los documentales de Ramón Bravo, esas Chernas del tamaño de un Volkswagen, subirme a una manta gigante para recorrer en ella el fondo del mar, visitar la cueva de los tiburones dormilones, que en ese tiempo se acababa de descubrir, encontrar lugares nuevos. Todo esto sólo un lugar me lo podía dar. Cancún, en el Caribe Mexicano.

Llegué en 1976 en una motocicleta que no daba más, mi equipaje era una mochila con ropa, mi equipo de buceo y mi cámara Nikonos 1. Y por supuesto, mis bolsillos llenos de ilusiones y ganas de aventuras. 

Cuando me sumergí por primera vez en el Mar Caribe descubrí un universo submarino de tonalidades cada vez más azules; la corriente era suave pero constante y lo mejor, los cardúmenes de los peces no se ahuyentaban con mi presencia; qué paraíso, era un sueño hecho realidad. 

 

 

 

 

No existe ningún ser viviente comparable a los peces de arrecife de coral, en lo que a su colorido se refiere. Su variedad y nitidez, su gama de colores y dibujos no los posee ningún otro ser. El placer visual que me produce observarlos aumenta con la inmensa diversidad de formas y tamaños. Ahí estaban los peces Ángeles reinas; los plateados sábalos; las escuelas de barracudas eran tan grandes que parecían un muro; los alegres jureles que junto con los curiosos coronados no dejaban de darme vueltas; los pargos y meros sólo me veían pasar y se metían en sus escondites. En los barcos hundidos encontraron refugio las moteadas rayas águilas, mientras en sus agujeros las morenas verdes mostraban amenazadoras sus afilados dientes. Los tiburones gatas eran enormes. Los caracoles se contaban por miles, al igual que las langostas. 

 

Estaba en el lugar indicado.  

Con el tiempo fui aprendiendo que las cimas de las montañas submarinas son lugares de concentración de vida, que atraen a los animales más apasionantes del mar. Algunas de mis mejores inmersiones han tenido como escenario estos lugares mágicos: Las Islas Galápagos, el Archipiélago de Revillagigedo, Mar de Cortez, Cozumel, la Isla de Cocos, Indonesia, Tonga, Fiji, Palau, Cuba, famosos por sus grandes concentraciones de peces vela, marlines, tiburones martillo, atunes, grandes mantas y delfines. 

 

 

Tuvieron que pasar años antes de saber que los arrecifes coralinos se asemejan mucho a una ciudad: durante el día, el ritmo de vida es muy activo, mientras al caer la noche sólo los huéspedes más silenciosos, los cazadores atrevidos, como los pulpos hacen su aparición. Como si de una comunidad se tratará, el arrecife cuenta con casas y apartamentos de acuerdo a las necesidades de cada ser que lo habita, así como de salones de limpieza.  

Además de la gran belleza que brindan a los mares, los arrecifes de coral representan una poderosa barrera contra los fenómenos meteorológicos, así como la prevención de la erosión de las playas.

El mar poco a poco nos va mostrando sus secretos, ahora sus habitantes no son seres maléficos, sino criaturas maravillosas que luchan por sobrevivir y compartir éste, su espacio, con los seres humanos. Ya no siento ese miedo ancestral cuando veo a un imponente tiburón blanco o cuando alimentamos a los tímidos tiburones tigre o al cazador de los mares, los tiburones toro. De hecho, ahora el mar es mi aliado, gozo cuando me sumerjo en él. Disfruto cuando veo a los peces vela surcar a 80 km por hora y al mismo tiempo abrir su enorme vela para avisar a sus compañeros que ahora les toca su turno de cazar a las sardinas; esto es un claro ejemplo de lo que es el ritmo de la vida en el mar. 

 

 

 

Los mares no sólo nos dan satisfacciones. La mayoría de las personas no están conscientes de la gran importancia que los océanos tienen para la vida en la Tierra. Puesto que cubren dos terceras partes de su superficie, los mares desempeñan un papel preponderante en los procesos físicos, químicos y biológicos globales. Por si fuera poco, absorben el bióxido de carbono; producen medicamentos que salvan vidas; son también una fuente principal de proteína animal; constituyen el hábitat de infinidad de especies; de hecho, la complejidad de la vida es mayor en el mar que en la tierra.

El agua está compuesta por dos átomos de hidrógeno y un único átomo de oxígeno; la molécula del agua es auténticamente mágica, pues sus miles de propiedades hacen de ella literalmente el origen de la vida; el retorno del hombre al mar era inevitable. Yo no fui la excepción; en el transcurso del tiempo, he ido respondiendo con gran pasión y prontitud a su llamado.

Por desgracia, nuestros insustituibles océanos están heridos y en grave peligro. El impacto combinado de la pesca excesiva, la mancha urbana, la contaminación, el calentamiento global y el tráfico ilegal de especies, han puesto en riesgo a los océanos del mundo y con ello a las formas de vida, tanto vegetal como animal que tanto bien nos han dado.

Seguramente el desafío más grande de mi vida es el que enfrento ahora: trato de conocer y aprovechar el mar en beneficio del hombre, encontrando un equilibrio. Pero mi principal función es la de protegerlo por todos los medios posibles, con una responsabilidad tan profunda y firme como sea mi apego a la vida.

Tengo la esperanza de que los seres humanos recordemos que existe insertada en nuestro código genético, la capacidad ancestral y oculta para armonizar con la naturaleza; esto es esencial para las generaciones futuras.

 

 

Texto: Alberto Friscione ± Foto: Alberto Friscione