Manejando y Buceando
Muy pocas cosas son típicas en el Empire State. Los cowboys que ganan su vida tocando la guitarra en Times Square en ropa interior. La basura es vuelta a empaquetar y se vende como arte. Las hamburguesas están escarchadas por copos de oro y cuestan $175 dólares. Sabiendo esto, no debía de haberme sorprendido cuando el capitán Hank Garvin del buque de investigación M/V Garloo me dijo ese verano que se había encontrado con el pez espada del Atlántico, una especie plateada de aguas tibias en un área donde las temperaturas raramente llegan a los 50C. Se le da el crédito a las Corrientes del Golfo: esta ponderosa corriente arrastra a todas las especies del Caribe hasta el norte de Massachusetts. Algunos buceadores deben de ponerse trajes de neopreno de hasta 7mm de espesor, capucha y guantes, especialmente en agosto, septiembre y octubre, pero un traje seco es recomendado.
Las personas que buceamos al noreste también tenemos la vista reducida; los buceadores deben permanecer cerca del grupo para evitar el riesgo de la desorientación. La mañana en la que subimos al USS San Diego, el mar era liso y el cielo no tenía nubes.
El verano indio estaba en su apogeo, sin embargo, todos aquellos alrededor mío se ponen su traje seco -quizá por costumbre-. Yo salto y sigo a los demás, empezamos a ascender con la línea del ancla. En la cubierta del San Diego, 30 metros de visibilidad nos saludan mientras nos separamos en parejas para explorar.
El crucero acorazado se encuentra a 110 pies de agua, después de haberse hundido en 1918 traz de una explosión de origen desconocido, mostrando una especie de zarpazo a través de la banda de babor. El mar se tragó el buque en tan sólo 28 minutos. Ahora, el enorme buque de 504-pies de largo descansa boca abajo en la arena, a 13,5 millas de la isla del fuego Inlet. Con varios puntos de entrada de gran tamaño y un largo interior ideal para chapuzones, el San Diego hace un llamado a los buceadores de penetración.
Trazamos la quilla del lado de estribor hacia la proa, pasando varias armas. Miles de suaves anémonas blancas reclaman el casco, por lo que la nave parece estar cubierta por nieve que acaba de caer. Negras lubinas se burlan de nosotros, tentando al coleccionista con su estado de protección, como si supieran que el naufragio se encuentra dentro de un parque marino. Una solitaria langosta nos observa agitando sus gordas tenazas antes de huir de nuestra vista.
El tiempo a esta profundidad se vuelve corto para los buceadores recreativos. Después de una última mirada a una babosa de mar con coraza arbustiva, hacemos nuestro camino de regreso a la línea de amarre. Y ahí están, una escuela de 13 peces vela del Atlántico brillando en la luz baja. Ellos parecen ser un presagio de buena suerte.
A la mañana siguiente nos atamos al Oregon, un barco de 518 pies de largo, este buque de pasajeros del siglo XIX una vez estableció récords de velocidad transatlánticos. En 1886, una goleta chocó con el Oregon y lo envió a su destino a 125 pies de agua. No se perdieron vidas, pero muchas pertenencias tuvieron que ser dejadas atrás. La mayoría de los pasajeros se preparaban para una nueva vida en los Estados y los “coper” de vapor rellenos con teteras de plata, joyas, chucherías y cualquier otra cosa de valor acentúan este hecho. A diferencia del San Diego, el Oregon es una zona de toma libre. El naufragio en sí es impresionante a la vista, pero muchos visitantes se llevan algo más que fotografías. Los buzos pueden llegar a llevarse artefactos y langostas.
En la primera inmersión, estoy demasiado absorto con el cuadrante de dirección que me quiero llevar como recuerdo. La forma de rueda de vagón de esta pieza de maquinaria se encuentra a 20 metros de altura; anémonas y esponjas verdes, amarillas y blancas se incrustan en cada centímetro. Una escuela de bacalaos pulula la estructura, huyendo lejos y reapareciendo cada vez que un buzo se acerca. En lo alto de la cubierta, las estrellas de mar se encuentran en grupos de 10 o más, la lucha contra las colonias de ostiones y mejillones es incansable.
Durante la segunda inmersión, verificamos la sección de proa y el motor, que se encuentra a unos 65 metros de profundidad. Los restos se encuentran esparcidos alrededor de la cuadra de manera imponente, ahora son el hábitat del bacalao y la lubina. Algunas patadas de las aletas se escuchan a distancia, otro buzo lucha tercamente con una langosta; mientras lo veo trabajar, me doy cuenta de que estoy olvidando buscar langostas o artefactos yo mismo. Por supuesto que me gustaría meter una cuchara de plata o incluso un clavo intacto a mi bolso, pero mientras comienzo a hacer un recuentro de la situación, pienso en las condiciones ideales, las corrientes cálidas y la ruina masiva plagada de vida marina y color que está ante mí. Me parece que estoy feliz de estar en una escena que tipifica el porqué a los buzos locales les encanta este naufragio.
Texto: Brooke Morton ± Foto: LA TERCERA / WPS / BO / FYP / CLOUD FONTI / STAR MEDIA