En los últimos meses, las comunidades de la Amazonia han vivido una feroz temporada de incendios tras un período de sequía extrema.
Impulsada por la deforestación, el fenómeno meteorológico de El Niño y agravado por el cambio climático, la cantidad de incendios alcanzó su nivel más alto en 14 años en septiembre.
Los incendios son uno de los síntomas de un ecosistema global en peligro. El Informe Planeta Vivo 2024 de WWF, advierte que el mundo se está acercando rápidamente a puntos de inflexión peligrosos e irreversibles propiciados por la combinación de la pérdida de la naturaleza y el cambio climático.
También se lee que se ha producido una catastrófica disminución del 73% en el tamaño medio de las poblaciones de vida silvestre monitoreadas en 50 años (1970-2020), lo que ha dejado a los ecosistemas menos resilientes y más vulnerables al cambio climático, lo que conduce a puntos de inflexión regionales con implicaciones globales.
En la Amazonia, la deforestación y el cambio climático están calentando y secando la región, acercándola a un punto crítico en el que ya no podrá sobrevivir como selva tropical. Incluso los “ríos voladores” que transportan humedad desde la selva amazónica a otras partes del continente americano se han convertido en enormes corredores de humo que pueden verse desde el espacio.
Y no es solo la Amazonia la que está amenazada: los arrecifes de coral y otros ecosistemas también se están acercando a puntos críticos.
Si la Amazonia alcanza un punto de inflexión, liberará miles de millones de toneladas de CO2 a la atmósfera a través de incendios y la muerte de plantas. Esto exacerbaría aún más el cambio climático y haría imposible alcanzar el objetivo de 1.5 °C. También alteraría los patrones climáticos, lo que afectaría la productividad agrícola y el suministro mundial de alimentos.
La pérdida de la selva amazónica sería devastadora para las comunidades y la vida silvestre que la habitan. La Amazonia es el hogar de más de 47 millones de personas, incluidos 2.2 millones de pueblos indígenas, comunidades locales y otros titulares de derechos, que dependen de sus recursos y tienen culturas profundamente entrelazadas con la selva y la naturaleza que sustenta.
La selva alberga más del 10% de las especies conocidas de la Tierra, incluido el delfín rosado de río en peligro de extinción. Se sabe que cientos de delfines murieron el año pasado debido al calor extremo y la sequía, y los expertos están preocupados por el riesgo de que se produzcan más eventos de mortalidad masiva.
Afortunadamente, todavía no hemos llegado al punto de no retorno y la naturaleza sigue siendo nuestro mayor aliado para afrontar la crisis climática. Ya contamos con soluciones y acuerdos globales para encaminar a la naturaleza hacia la recuperación y reducir drásticamente las emisiones para 2030, pero su éxito depende de las decisiones que tomemos y las acciones que emprendamos en los próximos cinco años.
La protección de los sistemas naturales que sustentan la vida requiere la participación de todos. No es sólo una tarea de los ministerios de medio ambiente; se necesita una acción transformadora de todos los sectores y en todos los niveles de gobierno. Las políticas y los modelos de negocio para el clima y el desarrollo sostenible deben ir de la mano con los planes para proteger la biodiversidad y viceversa. Sólo trabajando juntos podemos garantizar un planeta próspero para las generaciones futuras.
Para sostener nuestras economías, se necesita invertir al menos 700 mil millones de dólares (mmdd) al año en la naturaleza. Eso es menos del 1% del PIB mundial total y mucho menos que los 7 billones de dólares anuales que se destinan a actividades que alimentan las crisis climática y de la naturaleza. Si bien el sector privado puede ofrecer formas de impulsar la financiación de la biodiversidad y aumentar la inversión en la naturaleza para contribuir a los 200 (mmdd) anuales comprometidos en el marco del GBF, los gobiernos también deben cumplir sus promesas.
En la 15ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica celebrada en Montreal, los países desarrollados se comprometieron a movilizar 20 (mmdd) anuales para los países en desarrollo de aquí a 2025, una cifra que dista mucho de haberse alcanzado.
Un acuerdo sobre cómo compartir equitativamente los beneficios del uso del ADN de la naturaleza es también una pieza importante del rompecabezas, como lo es garantizar que los fondos adecuados, oportunos y accesibles lleguen a los pueblos indígenas y las comunidades locales que han estado protegiendo la naturaleza durante milenios.