Los océanos del mundo no solo son esenciales para la vida en la Tierra por su biodiversidad y su rol en la regulación climática; también son pilares de la economía global.
Plataformas energéticas, oleoductos, flotas navieras e infraestructura portuaria sostienen millones de empleos y dinamizan el comercio internacional. Sin embargo, ese desarrollo industrial ha tenido un costo ambiental innegable. Hoy, el reto no es apagar estos motores económicos, sino reconfigurarlos con inteligencia y responsabilidad. Y ahí es donde entra la inteligencia artificial (IA), comenta Stig Martin Fiskaa, director global de océanos de Cognizant.
Durante años, la narrativa ha enfrentado desarrollo contra conservación. Pero la IA ofrece la posibilidad de reconciliar ambas fuerzas. Su capacidad para procesar grandes volúmenes de datos, modelar escenarios complejos y optimizar operaciones, permite reimaginar los activos marinos pesados no como residuos del pasado, sino como plataformas del futuro.
Un ejemplo concreto es el uso de gemelos digitales y algoritmos predictivos para evaluar la viabilidad de reconvertir plataformas petroleras envejecidas. En lugar de desmantelarlas a un alto costo económico y ecológico, podrían ser transformadas en cimientos para turbinas eólicas, plantas de hidrógeno verde o instalaciones de acuicultura sostenible. Proyectos como ROICE (Reutilización de infraestructura marina para energía limpia), impulsado por la Universidad de Houston, demuestran que esta visión ya está en marcha, combinando eficiencia económica con objetivos ambientales.
Optimizando rutas de navegación
El sector marítimo también comienza a experimentar esta transformación. Gracias a la IA, las rutas de navegación se optimizan en tiempo real, reduciendo emisiones y costos. El mantenimiento predictivo extiende la vida útil de las embarcaciones, mientras que los nuevos diseños de buques –creados con IA generativa– se adaptan a combustibles alternativos y dispositivos de ahorro energético.
En los puertos, la digitalización es otra pieza clave. Sistemas inteligentes pueden gestionar el tráfico marítimo, automatizar cargas y optimizar el consumo energético, reduciendo la congestión y mejorando la eficiencia logística. Todo esto sin frenar el comercio, sino haciéndolo más resiliente y sostenible.
Además, la IA puede traducir décadas de experiencia técnica y operativa en conocimiento útil para las industrias emergentes. A través del procesamiento del lenguaje natural, es posible extraer lecciones de informes técnicos, registros de mantenimiento o datos históricos, acelerando así la curva de aprendizaje en sectores como las energías renovables marinas.
Pero el mayor salto conceptual proviene del diseño de una "simbiosis industrial azul": instalaciones multifuncionales –como estructuras marinas reutilizadas– que combinan producción eólica, hidrógeno y acuicultura bajo una misma plataforma, gestionadas por agentes inteligentes capaces de coordinar recursos y minimizar impactos. Esta visión apunta a un modelo más circular y colaborativo, donde el residuo de una actividad se convierte en el insumo de otra.
No obstante, la tecnología por sí sola no bastará. Se necesita una arquitectura de políticas públicas y privadas que facilite la reutilización de infraestructuras, fomente la coubicación y estimule la colaboración entre sectores. La inversión en I+D, marcos regulatorios flexibles y una nueva mentalidad estratégica son piezas esenciales del rompecabezas.
La IA no es solo una herramienta. Es un catalizador para redibujar las fronteras de la economía azul, transformando industrias históricamente intensivas en carbono en agentes clave de la sostenibilidad oceánica. Apostar por esta coinnovación no es solo necesario: es una oportunidad histórica para reconciliar prosperidad económica con salud planetaria.
Así, mientras los océanos enfrentan presiones sin precedentes, también se abren horizontes insospechados. Con inteligencia, voluntad y visión, los activos pesados del presente pueden convertirse en los cimientos azules del mañana.