La humanidad produce cada año más de 460 millones de toneladas de plástico, de las cuales cerca de 20 millones terminan en mares, ríos, suelos y aire.

El material que revolucionó la vida moderna hoy es también un veneno silencioso: se ha encontrado en el agua que bebemos, en los alimentos que consumimos e, incluso, en la sangre y pulmones humanos. Frenar esta crisis parecía estar más cerca con la negociación del primer tratado mundial contra la contaminación por plásticos, pero la última ronda de conversaciones en Ginebra, sede del Foro Económico Mundial, concluyó sin un acuerdo.

El encuentro, conocido como INC-5.2, fue la continuación de un proceso iniciado en 2022, cuando la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente adoptó una resolución histórica para elaborar un instrumento jurídicamente vinculante. El mandato era ambicioso: atender el ciclo completo de los plásticos, desde su diseño y producción hasta el reciclaje, la eliminación y la reducción de sustancias químicas nocivas.

Durante diez días, más de 2,600 participantes, entre ellos delegados de 183 países, ministros, viceministros y representantes de organizaciones internacionales, debatieron sobre los puntos más conflictivos: los límites a la producción de polímeros primarios, las medidas sobre productos de un solo uso, el diseño de un mecanismo financiero para apoyar a países en desarrollo y, sobre todo, si las normas deberían ser de cumplimiento obligatorio o voluntario.

El resultado fue un callejón sin salida. Los borradores presentados por la presidencia de la negociación –uno en diciembre de 2024 y dos versiones más en agosto de 2025– no lograron consenso. Varias delegaciones cuestionaron el equilibrio de los textos, mientras otras exigían más ambición. Al cierre, no hubo acuerdo sobre el texto base ni se fijó una nueva fecha para continuar.

La decepción fue palpable. Representantes de diferentes países y organizaciones reconocieron que la falta de consenso retrasa la respuesta ante una de las mayores amenazas ambientales.

El Informe de Riesgos Globales 2025 advierte que la contaminación se encuentra entre los diez riesgos más severos de la próxima década. La OCDE estima que este año habrá más de mil millones de toneladas de residuos plásticos acumulados en el planeta, cifra que podría alcanzar 1,700 millones en 2060.

La mayor parte proviene de productos de un solo uso: botellas, bolsas, vasos, popotes. A través de la escorrentía urbana y agrícola, estos residuos llegan a los océanos, donde los microplásticos representan más del 90% de la contaminación marina. El daño es enorme: pérdida de biodiversidad, degradación de ecosistemas, emisiones de gases de efecto invernadero (alrededor del 4% del total mundial) y afectaciones crecientes a la salud humana.

Las cifras son demoledoras: entre 2016 y 2040, el costo económico acumulado de la contaminación plástica se calcula en 281 mil millones de dólares. Frente a este panorama, las iniciativas nacionales –como la prohibición de bolsas o popotes en algunos países– resultan fragmentadas y limitadas.

La Alianza Mundial para la Acción contra el Plástico (GPAP) insiste en que solo un marco global, acompañado de planes de acción nacionales, podrá impulsar soluciones reales, desde la economía circular hasta la innovación en materiales alternativos.