Con una longitud de hasta 16.8 metros y un peso que llega a alcanzar las 62 toneladas, la ballena franca del Atlántico norte es uno de los animales más grandes del mundo, e irónicamente una de las ballenas más amenazadas. Los científicos estiman que quedan entre 300 y 400 individuos y temen que puedan extinguirse dentro de 20 años.
Para Hannah Waters, del Comité de Mujeres del Instituto Smithsonian, las ballenas francas del Atlántico Norte son auténticas urbanitas. En lugar de pasar su tiempo en el océano, nadan hacia las cálidas aguas costeras (a veces cerca de Boston, Charleston, Filadelfia, Nueva York y otras ciudades a lo largo del este de Estados Unidos) para alimentarse de los diminutos copépodos y otros planctons que prosperan allí.
En el invierno, las ballenas francas dan a luz crías cerca de los estados del sur como Georgia y Florida. Luego nadan hacia el norte hasta Nueva Inglaterra y la costa sur de Canadá para alimentarse en los meses de primavera y verano. Son las mismas aguas costeras donde la gente las cazó por miles durante siglos por su aceite y barbas.
En la década de 1600, los balleneros mataron a miles de ballenas francas; su tendencia de alimentarse en la superficie del océano dentro de los 80 km de la costa las convirtió en objetivos fáciles. Fueron cazadas con tanta persistencia que, según algunas estimaciones, menos de 100 ballenas francas sobrevivieron a lo largo de la costa este de Estados Unidos a principios del siglo XX.
Hoy, gracias a un tratado internacional firmado en 1935, la caza de ballenas francas es ilegal. Pero enfrentan amenazas mientras nadan en alta mar: a menudo, los grandes barcos que navegan hacia los puertos las golpean, matándolas, o se enredan en las cuerdas de artes de pesca, que dejan cicatrices permanentes y crean el riesgo de una infección. Las floraciones de algas tóxicas, empeoradas por la contaminación urbana, pueden envenenar a las crías u oscurecer el alimento de plancton de las ballenas. En la década de los 1980 se estimaba que la población era de 300 animales.
La mayoría de las madres ballena franca dan a luz a su primera cría cuando tienen 10 años y las madres sanas pueden dar a luz cada tres años.
Un catálogo de ballenas
Para protegerlas, a principios de la década de 1980 se realizó el Catálogo de Ballenas Francas del Atlántico Norte, aprovechando sus patrones distintivos (llamados callosidades) e identificar y nombrarlas. Utilizando fotografías, recopilando biografías de cada ballena: quién pasa el tiempo con quién, dónde pasan el tiempo y qué crías pertenecen a qué madres. En los últimos años, los científicos también han agregado información genética y otros datos de salud.
El catálogo también indica qué ballenas morían y cómo, registrándose repetidamente la misma causa de muerte: colisiones con grandes barcos. Entre 1970 y 1999, 45 ballenas francas fueron encontradas muertas, y los barcos mataron a un tercio de ellas. “Viven en las aguas costeras, por lo que están muy cerca de las entradas de estos puertos”, dice Scott Kraus, vicepresidente de investigación del Acuario de Nueva Inglaterra.
Amy Knowlton, investigadora de ballenas francas del Acuario de Nueva Inglaterra, quien ha trabajado con Kraus durante 25 años, descubrió cómo reducir las colisiones entre las ballenas francas y los barcos. El problema era doble. Primero, en algunos puertos, los barcos cruzan directamente a través de áreas donde las ballenas francas tienden a reunirse, y en segundo lugar, los barcos se mueven tan rápido que las ballenas francas no tienen tiempo de apartarse.
Knowlton se reunió con el Servicio Nacional de Pesca Marina, la Organización Marítima Internacional y la industria naviera. Después de una década de negociación, acordaron crear un límite de velocidad de 10 nudos para barcos más grandes (más de 65 pies) en invierno y primavera, cuando las ballenas francas migran mar adentro.
El límite de velocidad entra en vigencia en diferentes momentos en diversos lugares, dependiendo de la ubicación de las ballenas. Por lo tanto, durante la temporada de parto, el límite de velocidad se aplica hasta 20 millas náuticas de la costa de Georgia y Florida. Cuando las ballenas llegan a Cape Cod para alimentarse, allí se aplica el límite de velocidad.
Todo enredado
Después de los choques con barcos, la segunda mayor amenaza para las ballenas francas es enredarse en las cuerdas de pesca, un problema que ha empeorado. “A medida que las pesquerías se desplazan mar adentro, las trampas para langostas y cangrejos se vuelven más pesadas y necesitan más cuerdas y más gruesas para transportarlas de regreso a la superficie, dice Kraus. “Con eso aumenta la gravedad de los enredos”.
Al estudiar los patrones de cicatrización utilizando el Catálogo de Ballenas Francas del Atlántico Norte, Kraus descubrió que el 82% de ellas se han enredado en algún momento de sus vidas. Cuando están enredadas, tienen problemas para nadar y atrapar comida. Las cuerdas pueden causar lesiones y “cuanto más pesado es el equipo, peor es la herida”, dice Kraus. Incluso después de que son liberadas, el sistema inmunológico de las ballenas tiene que combatir la infección y recuperarse, un proceso que puede llevar un año o más.
Kraus está investigando actualmente nuevos tipos de artes de pesca para proteger mejor a las ballenas francas. Las cuerdas especiales podrían romperse cuando una ballena se enreda; otra opción es usar cuerdas de color rojo brillante que las ballenas ven más fácilmente en el agua.