El Gran Artista Noruego

La intensidad con la que Munch logra comunicar la angustia del ser humano abrió nuevos caminos al arte.

Edvard Munch (Loten, Noruega. 1863-1944, Ekely, Noruega), uno de los pintores fundadores del movimiento expresionista, es considerado uno de los artistas más importantes e influyentes del arte moderno. Su obra impactó principalmente en Alemania y en los países Escandinavos, junto con Van Gogh, es considerado como uno de los dos más grandes artistas expresionistas.

Munch, junto a Henrik Ibsen y Edvard Grieg, constituye el trío de los más grandes artistas noruegos. La pérdida de su madre Laura Christine y su hermana Sophie debido a una tuberculosis, marcaron su infancia y adolescencia e influyeron para siempre su vida. Esto se hace constar en obras como La niña enferma (1885- 1886), Muerte en la pieza del enfermo (1895), La madre muerta y la niña (1897-1899), en las que expresa su experiencia ante el dolor, la muerte, la soledad, la angustia y la inevitable vejez. De su padre recordaba: “Mi padre, Christian, era médico militar. Después de la muerte de mi madre, él se convirtió a la religión con una intensidad que parece haberlo hecho indiferente al éxito mundano y sólo podía asustar a sus hijos”.

A los 21 años, se acerca a los círculos bohemios de Oslo, con revolucionarias ideas en cuanto a libertad sexual y artística. Inició estudios de ingeniería, los cuales abandonaría por la pintura y posteriormente por múltiples viajes que realizó a París para conocer la obra de Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Gauguin y Whistler, entre otros. Su obra evolucionó del naturalismo, al simbolismo y finalmente a un estilo propio: el expresionismo. En sus primeras pinturas es notoria la influencia de estos artistas especialmente Gauguin, por la simpleza de las formas y el uso de colores poco convencionales. 

 

 

 

 

 

Enfermedad y creatividad

Entre la vida de Munch y Van Gogh existe cierto paralelismo, ambas están marcadas por el dolor y la angustia y, muy probablemente, por una enfermedad bipolar que incluso motivó hospitalizaciones psiquiátricas. También coincidieron en su pasión por las mujeres y las relaciones amorosas tormentosas; así como por el obsesivo y psicótico afán de autorretratarse. Sin embargo, Munch, a diferencia de Van Gogh, gozó en vida de fama y reconocimiento.

El mismo Munch pintó aproximadamente 50 autorretratos a los largo de su vida, manía que algunos estudiosos atribuyen a la necesidad de tener certeza de su propia existencia, de sentirse y validarse viéndose en una tela o en una foto.

Son sus propias descripciones sobre las alucinaciones que padecía las que alimentan la teoría de un trastorno bipolar; la misma expresión que emana de su obra maestra  El grito (1893) evidencia su condición, acentuada tras un viaje a Europa durante el cual tuvo un incidente con Tulla Larsen, con quien mantenía una tormentosa relación. Luego de que ella amenazara con suicidarse con un arma, ésta se disparó durante el forcejeo y significó la pérdida de una falange de la mano izquierda de Munch.

El pintor fue hospitalizado en varias ocasiones entre los años 1905 y 1909 por alcoholismo asociado a productividad alucinatoria, ánimo depresivo e ideación suicida. Durante ese periodo produce varios autorretratos. Los hechos de violencia, riñas, peleas y agresiones no le eran ajenos, incluso tuvo percances con otro pintor, lo que significó que se alejara de su patria por cuatro años.

 

 

 

 

Sus relaciones interpersonales eran inestables e intensas y era incapaz de mantener una relación de pareja duradera además de presentar frecuentes episodios de ira y explosividad. En 1891, Munch registró en su diario la concepción de  El grito: “Estaba caminando con dos amigos. Luego el sol se puso, el cielo bruscamente se tornó color sangre, y sentí algo como el toque de la melancolía. Permanecí quieto, apoyado en una baranda, mortalmente cansado. Sobre el fiordo azul oscuro y de la ciudad, colgaban nubes rojas como sangre. Mis amigos se fueron y yo otra vez me detuve, asustado con una herida abierta en el pecho. Un gran grito atravesó la naturaleza”.

La pintura –El grito– fue robada del Museo de Oslo en 2004 y recuperada muy recientemente. Tiene el récord de haber sido vendida en la segunda cifra más alta pagada por una obra de arte.

Al comienzo del siglo XX y llevado por su permanente curiosidad, compró una cámara fotográfica, que renovó hasta 1923, con la que registró en forma continua y permanente durante 30 años, numerosos autorretratos, fascinado por dejar constancia de las distintas etapas de su vida y de los cambios que iba experimentando al envejecer. 

“Yo pinto las líneas y colores que impresionan en mi retina. Pinto de memoria sin agregar nada, sin los detalles que ya no veo enfrente de mí. Esta es la razón de la simplicidad de mis obras, su obvio vacío. Pinto las impresiones de mi infancia, los apagados colores de un día olvidado”, expresó el artista.

 

 

Años finales

Durante la invasión nazi a Noruega en 1940, los alemanes retiraron sus cuadros de las galerías por considerarlos degenerados y productos de un demente. Munch siempre manifestó su aversión a la ideología nazi. Sin embargo, en la Segunda Guerra Mundial, el pintor se hace mundialmente conocido y en 1942 expuso sus cuadros en Nueva York por primera vez. Munch dijo repetidamente: “no quiero morir súbitamente o sin saberlo, quiero tener esa última experiencia también”. En sus últimos autorretratos da cuenta de su eventual confrontación con la muerte. Es así como en el último: Autorretrato entre el reloj y la cama (1940-1943) sitúa su ya frágil figura, entre el símbolo del inexorable paso del tiempo y una cama en la que puede esperar la muerte. El 23 de enero de 1944 muere en Noruega, solitario, tal como había vivido toda su vida, sin más compañía que la de sus dos perros, en su casa a las afueras de Oslo. Al morir, legó más de 1,000 cuadros, 15,400 grabados, 4,500 dibujos y acuarelas y seis esculturas a la ciudad de Oslo, que le rindió homenaje con la inauguración del Museo Munch en 1963.

Tal como él decía, sin padecer la enfermedad y sufrimiento, no habría logrado alcanzar una obra tan genialmente innovadora. Así entonces, Munch constituye probablemente el mejor ejemplo en la historia del arte de la influencia de un trastorno psíquico en la creación artística, ya que además el propio pintor era plenamente consciente de esta relación.

 

 

Texto: ± Foto: PAINTINGMANIG / WSD / MUCNH MUSEUM / BP