Extraordinarias obras de ingeniería
La capacidad ingenieril que existe en la actualidad para transportar agua, entre un lugar y otro, es una herencia romana por excelencia. Acueductos, baños públicos, termas privadas, fuentes y lagos artificiales; así como las diversas canalizaciones y contenedores de agua, son las estructuras más notables de la Roma antigua que persisten hasta nuestros días.
Aún cuando en la antigua Mesopotamia y Grecia existían sistemas de canalización para dotar del líquido a los conglomerados urbanos, fueron los romanos quienes potencializaron sus medios de conducción, dándoles un grado de sofisticación hasta ese entonces inexistente.
En el libro Roman Aqueducts & Water Supply (Los acueductos romanos y el suministro de agua), Sexto Julio Frontino (35 -ca.103), administrador del suministro de agua de Roma, sentencia: “A los beneficios tan numerosos y tan necesarios de tantos acueductos, van pues a comparar las pirámides que no sirven obviamente para nada o también las obras de los griegos, inútiles, pero celebradas por todas partes”.
Cabe decir que los romanos tuvieron otra manera de contar con agua y era a través de la captación de ésta en los impluvium, espejos o estanques de agua hechos de piedra o mármol, por lo general colocados en la zona del atrium de una casa, el cual, además, servía como elemento decorativo. En ese lugar, el agua reposaba hasta que las impurezas se quedaban asentadas; de alguna manera el impluvium es el antecedente de las cisternas y los tinacos.
Acueductos grandeza de la ciudad
Hacia mediados del siglo V, la capital imperial contaba con 11 acueductos, los cuales dotaban del agua necesaria para el consumo de sus siete colonias, con cerca de 1,212 fuentes, 937 baños públicos y 11 termas imperiales; cuyo consumo diario era de unos 160 millones de litros. Algunas de estas construcciones tuvieron derivaciones para que el agua llegara a las casas de las personas de alto estrato social. Cabe señalar que antes de canalizarse, el líquido llegaba a una piscina limaria, donde se decantaba para tratar de que llegara lo más pura posible.
El levantamiento de estas estructuras exigía un cuidadoso estudio del terreno, además de conocimientos sobre presión hidráulica, ya que se trataba de llevar el líquido desde un manantial hasta su destino final, por medio de la ley de la gravedad, por lo cual se generaban pendientes sostenidas. En la parte superior de estas obras, estructuradas con un sistema de arquerías, había canales abiertos o riui. También, en ciertas partes, contaba con canales soterrados que eran excavados directamente en la roca. En la ciudad, se sabe que hubo 430 km de canales de conducción de agua.
La importancia de Roma era proporcional al volumen de agua que entraba en ella, por ello Vitges, rey de los ostrogodos, mandó cortar el suministro de agua de los acueductos, en el año 537, cuando la ciudad cayó ante el asedio de los bárbaros.
Una sólida infraestructura
El primer acueducto que tuvo Roma fue el Aqua Appia, construido en 312 a.C., prácticamente subterráneo, exceptuado el tramo de la Porta Capena, (de más de 16 km) que llevaban agua de los manantiales que estaban entre las millas VIII y IX de la Vía Prenestina. Este acueducto entraba en a la ciudad por el paraje llamado ad Spem Veterem, donde hoy se alza la Puerta Mayor.
Para el 272 a.C. por iniciativa de Manio Curio Dentato, quien siendo de origen plebeyo llegó al grado de cónsul romano, se erigió el Anio Vetus, un acueducto más largo que el anterior; comenzaba en el río Aniene, entraba por Spes Vetus, atravesaba el Esquilino por un canal subterráneo y terminaba en las cercanías de lo que actualmente es la Estación Termini. Uno de los más importantes fue el Aqua Marcia, el más largo de la Roma antigua, construido en 144 a.C. y que llevaba agua desde la parte alta de la cuenca del río Aniene, para llegar también a lo que se conoce en la actualidad como la terminal de tren más importante de la ciudad. Con el tiempo se le hicieron adecuaciones; uno de los registros indica que en tiempos del emperador Marco Aurelio Antonino Basiano, Caracalla (186 - 217), ordenó la generación de un canal secundario para cubrir las necesidades de unas termas que estaban en construcción.
Por su parte, el Anio Novus traía el agua del río Subiaco, ubicado a 68 km de Roma, mientras que el Aqua Claudia, el cual se construyó al mismo tiempo que el anterior, llevaba el agua a la Domus aurea. Ambos fueron iniciados por Calígula, sin embargo este último, terminado por Claudio, es considerado la realización más grandiosa de todas. Los arcos son visibles en las cercanías del arco di Dolabella e Silano.
Algunos de estos acueductos y otros no mencionados, como el Aqua Iulia, Aqua Alsietina y Aqua Traiana fueron rescatados siglos después, para restaurarlos e incrementar su caudal. Por ejemplo, en 1453, el célebre arquitecto Leon Battista Alberti, bajo instrucción del papa Nicolás V, fue el encargado de restauración de las obras del Aqua Virgo, cuyo caudal terminaba donde ahora se yergue majestuosa la Fontana di Trevi.
El Aqua Alexandriana es cronológicamente el último de los acueductos romanos. El emperador Alejandro Severo ordenó su construcción, la cual llegó a la ciudad hacia el año 226; el agua provenía del pueblo de Colonna, en Pantano Borghese, y llegaba a Roma sobre las típicas arcadas revestidas de ladrillo, que siguen las Vías Prenestina y Labicana y mueren en la Puerta Mayor. Entre otras, abastecía las Termas Alejandrinas.
Termas
Una parte del agua que llegaba a Roma en acueductos, se canalizaba hacia las termas y los baños públicos de los ciudadanos romanos. Bañarse y relacionarse con otros en las termas cobró auge a partir del siglo I a.C., cuando el ingeniero Cayo Sergio Orata, encontró un sistema, el hipocaustum, que permitía calentar y distribuir el aire caliente por el conjunto; es decir, generó lo que podría denominarse una piscina con calefacción. En términos generales, el sistema consistía en un horno de leña construido afuera del edificio. El aire caliente que se producía se canalizaba por una tubería subterránea. El piso de la terma tenía ventilaciones por donde circulaba el aire.
Con el paso de los siglos se perdió el carácter democrático de las termas, como espacios de diálogo y placer a través del agua; sin embargo, aún existen en la actualidad algunos balnearios que responden a la expresión democrática de la antigua Roma.
Fuentes y lagos artificiales
Los romanos han mostrado un aprecio incondicional hacia las fuentes públicas, de ahí que en la capital existan, de diferentes tiempos, decenas de éstas, que van desde sencillos abrevaderos hasta monumentales piezas del arte universal en las cuales, además, se puede beber agua potable.
Se sabe que en la Roma imperial existieron más de 240 depósitos de agua y fuentes hechas con piedra, arcilla, argamasa y hasta con madera.
Finalmente, otra importante forma de captación por canalización de agua que se dio en la Roma antigua fue la creación de lagos artificiales. Un ejemplo impresionante fue el que existió en la Domus Aurea de Nerón; pero también lo fue el que se generaba cada determinado tiempo al interior del Coliseo para celebrar el espectáculo de las Naumaquias, que eran batallas navales donde participaban cientos de personas escenificando algún suceso bélico naval digno de ser recordado. Arqueólogos subacuáticos han encontrado bajo el Coliseo, vestigios de los canales que lograban que el centro del amplio escenario se llenara de agua.
“El agua es imprescindible para la vida, para satisfacer necesidades placenteras y para el uso de cada día”, escribió Vitruvio, ingeniero de Octavio Augusto, en su libro VIII De Architectura.
El imperio siguió creciendo y como dice la obra
Roman Aqueducts & Water Supply, “adondequiera que llegaban los romanos, llegaban sus acueductos”. Prueba de ello todavía se puede testificar en Asia Menor, Francia, España y el norte de África.
Texto: Yolanda Bravo Saldaña ± Foto: Rossana Coviello