Giuseppe Verdi nació el 10 de octubre de 1813 en La Roncole, Busseto, en el viejo ducado de Parma. Su padre Carlo, administraba una hostería. La infancia de Giuseppe transcurría tranquilamente. Al parecer nada importante iba a acontecer en su vida, pero un día conoció a Antonio Barezzi, un abarrotero que sentía gran amor por la música y fue Barezzi quien dio al inquieto joven las lecciones iniciales en este camino. Por algún tiempo, Verdi trabajó al lado del buen abarrotero: compartía la atención de los negocios con el aprendizaje musical. Tocaba dúos pianísticos con la hija de su benefactor, Margherita, quien habría de convertirse en su esposa al cabo de algún tiempo.
Barezzi no sólo descubrió, sino que se maravilló ante el talento de Giuseppe. Apeló entonces a las instituciones de caridad y a los benefactores privados; sabía que era necesario auspiciar los estudios de Giuseppe en el Conservatorio de Milán, a donde al fin llegó en 1832. Sin embargo, los directores del Conservatorio se negaron a aceptar a aquel joven desmañado, no estaba ya en edad de ingresar, dijeron, y no les gustaba cómo tocaba el piano. Pese a cuanto se ha criticado a las autoridades del Conservatorio por tal decisión, es muy posible que hayan tenido razón. Verdi no había dado aún muestras de su genio… y jamás fue un bien pianista. Rossini se divertía saludándolo, años después, con una frase: “Maestro Verdi, pianista de quinta categoría”.
Giuseppe se vio obligado a estudiar con un tal Lavigna, cuyas lecciones –seguramente de menos prestigio que las del Conservatorio– resultaron extraordinariamente provechosas, tanto que nadie puede negar su primordial importancia en el desarrollo del compositor. Verdi regresó después a Busseto, contrajo matrimonio con Margherita y permaneció en los lugares de su infancia por tres años. Se dedicaba por igual a la música y a la política, dos vocaciones que jamás abandonó. En 1838 la joven pareja se trasladó a Milán.
Al año siguiente se estrenó la primera ópera de Giuseppe, Oberto, conde de San Bonifacio. El éxito fue suficiente para despertar el interés de los administradores de La Scala. Todo pintaba bien, y sin embargo, fue en esos momentos cuando la tragedia, como el personaje central de una terrible obra, irrumpió en escena. Su primera hija, Virginia, murió precisamente cuando salían de Busseto; su hijito Icilio fallecía en el año de arribo a Milán y luego en 1840, mientras componía una ópera cómica, Un Giorno di Regno (Rey por un día), moría Margherita. Jamás sabremos las verdaderas causas de estas muertes ya que los biógrafos sólo señalan que fueron males sin diagnóstico. Vardi cayó en un estado de absoluta depresión y pesimismo. Juró no volver a componer una ópera. Todo lo que amaba había desaparecido. El estreno de Un Giorno di Regno fue un fracaso y además, estaba en bancarrota.
La bondad y la astucia de Bartolomeo Merelli, empresario de La Scala, fueron cruciales. Pidió a Verdi una opinión sobre el libretto de Nabucco, como material operístico. Sin mayor interés, se lo llevó a su casa y arrojó sobre una abierto, el compositor leyó las primeras líneas… y empezó a escribir música. Volvió la esperanza y el estreno en La Scala fue recibido por el público con delirio. Se convirtió en el compositor joven más destacado de su época, superaba así la amargura del pasado. Nabucco comunica el deseo de libertad y los italianos se identificaron con las penurias de los judíos esclavizados. Verdi era partidario de la independencia y sus coros son muestras vibrantes de ello. Siguieron Los lombardos en la primera cruzada, Ernani, Attila y aun Macbeth que sirvieron de pretexto para que se manifestaran los italianos en contra de la dominación austriaca.
Cambia de estilo con Luisa Miller, basada en Schiller que narra intriga romántica. Con Rigoletto crea el más intenso personaje de todas sus composiciones. Cruda y brutal, encierra melodías inolvidables en donde explaya un lirismo glorioso. El trovador está basado en un culebrón de Antonio García Gutiérrez. Hay intrigas, fratricidios, quemados en la hoguera, venganzas, etc. Todo está envuelto en un drama cuyas melodías son maravillosas y es vehículo para cuatro grandes voces.
Su popularidad desde el estreno no disminuyó. Su fama lo llevó a alcances internacionales y París le comisionó Las vísperas sicilianas para su Gran Feria. Verdi detestaba viajar. Por aquellos días pudo adquirir una propiedad en las afueras de Busseto. Ahí descansaba, trabajaba la tierra y criaba caballos. Compone Simon Boccanegra, su obra más personal y oscura.
Tenía constantes problemas con la censura. Coadyuvaban su sinceridad y sus decididas inclinaciones políticas. Al escribir Un baile de máscaras, llegó a un punto culminante. No era tolerable un argumento que atacara directamente la moralidad de un monarca, en este caso, Gustavo III de Suecia. La acción se transfirió de Suecia a Boston y el regente se convierte en Ricardo. La ópera posee una magnífica línea lírica y conjuntos de asombrosa efectividad. Verdi cada vez dominaba más su oficio.
En los años siguientes, la guerra contra Austria se volvió la preocupación central de Giuseppe, su actividad política le ocupaba todo el tiempo. Pero los avatares de la guerra, la agricultura y la política quedaron postergados cuando se le asignó una comisión: escribir una ópera para San Petersburgo. Nació La forza del destino, estrenada con más respeto que entusiasmo y eso que cuenta con algunas de las melodías más bellas del artista. Siguió Don Carlos para la Opera de París inspirada en las ideas de Schiller. Es obra de grandes pretensiones. El espectáculo es primero pero Verdi funde estas cualidades con la psicología de sus personajes y el horrible ambiente creado por Felipe II de España dentro de la Santa Inquisición. Es en todos sentidos una gran ópera dentro del calificativo que se usaba para describir este género. Posiblemente sea la obra maestra del compositor.
Cuatro años después continúa en el género, ahora con Aida escrita para el Khedive de Egipto, que deseaba estrenarla para la inauguración del canal de Suez. Hasta que el compositor leyó al argumento de Mariette Bey se enamoró de los personajes. Tenía 56 años, pero seguía odiando viajar. Debía interceder Giuseppina Strepponi, su compañera de 20 años y esposa desde 1859. Surgió la floración más fina de este género. Los conflictos humanos son manejados magistralmente y la obra tiene escenas corales y orquestales sobresalientes. Su siguiente obra maestra fue una misa de réquiem en honor del escritor Alessandro Manzoni, autor de la célebre novela I Promessi sposi (Los Novios). Hay un indudable sello teatral, aunque está presente el sello de sinceridad que jamás abandonó. Si el verdadero Juicio Final no mejora la visión de Verdi, es probable que nos defraude.
Todo indicaba el retiro de Giuseppe que padecía depresión y hastío. Abominaba a Wagner, que fascinaba a la nueva generación y se mantenía ocupado con su granja. Cruza por entonces su camino Arrigo Boito, un compositor de valor y autor de la ópera Mefistófeles. Boito poseía una capacidad literaria infinitamente superior a la de los libretistas anteriores. Prepararon una versión de Otello de Shakespeare. La labor de Boito es tan significativa como la de Verdi, pues el texto en nada desmerece al lado de su fuente.
Resultó un testimonio apasionado y viril de un hombre de setenta años. Fue todavía más difícil convencerlo para que emprendiera Falstaff, la más completa de las óperas cómicas. El libreto de Boito es una obra maestra, Falstaff es un milagro de plasticidad, brillantez y alegría de vivir. La ópera es una joya que la mayoría escucha después de recorrer otras composiciones. Se estrenó en La Scala en 1893. Verdi tuvo tiempo para darnos un epílogo, las Cuatro piezas sacras, en homenaje a Palestina. El principio del fin sobrevino con la muerte de Giuseppina en 1897. Ella supo darle a Verdi apoyo y comprensión. Fue una cantante celebre e intervino en muchas obras de su marido. Fue un matrimonio básicamente feliz aunque hubo momentos álgidos. Al morir Peppina Verdi supo sobrellevar la pérdida con dignidad aunque nunca se repuso cabalmente. Cuatro años después murió, el 22 de enero de 1901. Su testamento es espejo de su espíritu: repleto de ideales, muestra de la integridad de una vida noble. Como tributo a Peppina fundó un hogar para músicos en Milán, de modo que los artistas necesitados pudieran pasar su vejez sin angustias económicas. En esa casa de reposo descansan Giuseppe y Peppina.
Text: Ricardo Rondón ± Photo: F. Axel Carranza