El gusto por pintar
Nacido en Vic, en 1947, a unos 70 kilómetros de Barcelona, M. Pujol Baladas mostró desde muy temprana edad sus preferencias y aptitudes para el arte, el dibujo, la pintura, lo creativo y lo plástico, pero tuvo que enfrentar la negativa natural de la familia, un padre que gustaba de su pintura desde pequeño pero que en el fondo quería que fuera ingeniero como él.
Su padre quería que fuera gente sería, digna, dudaba que del arte se podía vivir, y esa negativa ayudó a forjar el carácter de Pujol Baladas desde niño, porque su insistencia y perseverancia le permitió estudiar Bellas Artes, en donde destacó lo suficiente para ser nombrado a los 17 años profesor auxiliar. Reconoce que en esta etapa aprendió más de los alumnos, muchos de ellos tengan más de 30 anos de edad, por lo que pronto se cuestionó lo que hacía ahí y lo dejó.
Para entonces su padre le dijo: “si tienes que ser artista y yo no lo puedo evitar, tendrás que serlo por tu propia voluntad". Y eso era lo que él quería, era la época en donde se sublevaban, no sólo con sus padres, sino con las ataduras sociales que determinaba la dictadura de Franco, en España.
El peligro del aprendizaje
Desde entonces tuvo que seguir por su propia voluntad y esfuerzo, mismo que le hace destacar.
“Tengo la suerte de las cualidades, desarrollarme bien y destacar, hasta que llegó un día Miró, que ya me conocía, ya había pintado con él, y llega a sus oídos que Salvador Dalí necesitaba un ayudante con pulso firme y una base de dibujo realmente buena".
Así es como cómo a las 19 anos M. Pujol Baladas tiene un primer acercamiento con Salvador Dalí y su mujer, Gala, aunque su primer encuentro fue en realidad un desencuentro y no fructifica la relación, la cual duró solamente un día. Al cabo de un ano, nuevamente lo buscan y se establece una colaboración que dura alrededor de 10 anos, de los cuales vive la adrenalina intensa de estar con ellos y de participar en su núcleo por cerca de 6 anos.
“Conocí a Picasso, a Dalí, viví con él, lo que fue determinante respecto a todo un mundo. Aprendes a desarrollarte con la gente, a respetar diferentes criterios, y entonces creces técnicamente porque aprendes muchas cosas. Sin embargo, aquí tuve que enfrentar un gran reto, que es cuando uno tiene que demostrar que sí es pintor, que es uno mismo, con estilo personal, con una filosofía de vida propia.
“El mundo de Dalí me ayudó y me dio oportunidades, porque ir a pintar con un artista con un lenguaje pictórico tan profundo y personal como lo hace el realismo de Dalí, es muy gratificante y amplía mucho los horizontes*.
Autonomía y personalidad propia
"Pero desde el punto de vista conceptual no lo quiero vivir, por ello la necesidad de cortarme el cordón umbilical. Para mí la pintura es una manera de estar, de vivir, de ver la vida, por lo cual sería absurdo que viviera en cuerpo y alma de otra persona”.
“Tuve la ventaja de poder tener grandes experiencias desde muy joven, digamos que desde los 19 años, incluso un poco antes con la separación espiritual e intelectual de mis padres, pero me costó mucho romper mi relación con Dalí y Gala”.
“En esta época tengo la influencia del mundo Dalí, un lenguaje figurativo que va evolucionando, se va transformando en un expresionismo que va delirando a un expresionismo abstracto*.
Romper en forma definitiva con Dalí no fue fácil, porque se generó un entorno público difícil y adverso, más allá del arte, por lo que decide dejar España y se refugia en Colombia. A principios de los anos ochentas vive en una selva ubicada en la frontera que está entre Colombia y Brasil, con una tribu nativa, donde aprendió a cazar, pescar, a descubrir al ser humano, el amor a los pequeños y a los mayores.
Este auto aislamiento tuvo dos objetivos: el primero apartarse de un mundo en el que vivía momentos muy duros; y el segundo, el más importante, la búsqueda de sí mismo, de volverse a encontrar sin interferencias.
“Pasé un ano en Colombia y me olvidé del arte y de todo, porque el arte es una consecuencia del espíritu y si éste no está bien, el arte no está bien, no fluye”.
Al cabo de un ano un misionero holandés lo va a rescatar y regresa a Europa, pero se va a vivir a Madrid durante 4 años, en una época donde esta ciudad resurge, está activa y creativa, cuando el alcalde era Tierno Galván. Y esa misma transformación de la ciudad se va reflejando en su obra, que se ve nutrida de muchas cosas positivas.
“Creo que como ser humano también voy creciendo y voy siendo yo mismo y mi obra va teniendo una dirección muy personal”.
Para el mismo M. Pujol Baladas, es desde mediados de los anos ochentas cuando su obra ya tiene plasmado su nombre y su propio estilo.
De España para el mundo
Un evento importante que sirve como gran vitrina internacional para su obra artística es a principio de los años noventa (1991), cuando es invitado a crear la imagen de los deportes de 16 subsedes olímpicas de Barcelona, a través de litografías.
Gracias al prestigio que alcanza, logra contratos de exclusividad para pintar por Europa. Sin embargo, desde hace ocho años México le arrebata a España súbitamente a este gran artista, pero no es su vida artística el motivo de ello sino una mujer, el amor quien propicia su vida en la Ciudad de México.
Muchos conocedores de arte dicen que es un artista plástico en el que se resume la tradición catalana en particular, y europea en general, lo que no ponemos en duda. Sin embargo, debemos agregar que se ha enriquecido con los colores, los sabores, la música y la cultura mexicana.
Por supuesto su obra merece un espacio igual de importante, porque su lenguaje, estética y lo revolucionario de su obra, debe ser comentado con amplitud.
Texto: Ricardo Vázquez ± Foto: Alfadir Luna