Dando seguimiento al tema de los compositores cuya mefistofélica inspiración dio paso a obras sin igual, existió otro que conmovió all mundo con su leyenda dramática La Condenación de Fausto: Héctor Berlioz. Goethe inspiró al francés Gerardo de Nerval, que a su vez dio un texto estupendo a Berlioz. El concepto sinfónico vocal es ideal para expresar una serie de sucesos dramáticos, con abundantes respiros orquestales. Berlioz atiende no sólo al espectáculo, sino que cuida bien los elementos líricos y posee brillante inventiva. La Condenación de Fausto no suele representarse como ópera, aunque un director con imaginación bien podría concebirla en plan de gran teatro. La música pinta nuevamente a Mefistófeles como un bon vivant; el diabólico caballero termina por llevarse a Fausto a casa, después de una cabalgata infernal en la que le muestra anticipos de lo que le espera.
En la parte final, Margarita es recibida por las cortes celestiales: ésta es una de las escenas líricas de mayor belleza en el mundo musical. La figura de Berlioz nunca ha sido más clara y el acompañamiento de la orquesta es verdaderamente exquisito. La célebre Marcha Húngara “Racoczy”, la Danza de los silfos y el delicioso Minueto son probablemente las partes más famosas de la obra. Pero todo está envuelto en una magia especial, gracias a las grandes capacidades del genio universal de Héctor Berlioz. En Italia, Arrigo Boito aprovechó la obra de Goethe para su ópera Mefistofele. Además de darnos el episodio de Fausto y Margarita, Boito nos lleva a la Grecia legendaria de Elena de Troya, en compañía de Fausto. En la obra, Fausto termina por pedirle perdón al Creador. El demonio de Boito es más insolente y nefasto que, por ejemplo, el presumido diablo de Gounod.
En el famoso Prólogo de Mefistofele la acción transcurre entre el cielo y la tierra. Mefistofele ha encontrado una víctima y se burla de Dios, mas los coros de ángeles, serafines y potestades lo callan, en una de las masas corales más impresionantes que se conocen.
Boito fue un compositor excelente, adquirió fama por el hecho de ser el gran libretista de Giuseppe Verdi. La colaboración de este par de titanes nos dió Otello y Falstaff, obras magnas, aunque no es justo olvidar que Mefistofele es un festín de bellas melodías y auténtica inspiración dramática, pese a que el sabroso personaje no se salga con la suya. En tiempos modernos Ferruccio Busoni busca inspiración en el Fausto de Christopher Marlowe. La ópera Doktor Faust nace en Dresden en 1925, gracias a los trabajos de Philip Jarnach, ya que Busoni no vivió para darle fin.
La obra tiene dos prólogos; en el primero, Fausto recibe un libro mágico, mientras que en el segundo invoca a Mefistófeles para que lo conduzca por el camino de las grandes experiencias. Un Interludio describe el asesinato, por medios diabólicos, de un joven soldado. Se narra después el amor entre Fausto y la duquesa de Parma, gracias a la intercesión del caballero nefasto. Fausto relata a los estudiantes sus amores con la Duquesa, cuando es interrumpido por Mefistófeles que le comunica que la mujer ha muerto. Al apercibirse Fausto de que el diablo le dará invariablemente malas noticias, aparecen tres seres infernales que le piden la devolución del libro mágico, a lo cual se niega el filósofo. En la escena final, Fausto se encuentra con una mendiga y su hijo; para su horror descubre que la mujer es la Duquesa y el niño un cadáver. Con gran ternura coloca a la criatura en el suelo y reza con devoción: ofrece su vida a cambio de la del niño. Muere Fausto, mientras un joven desnudo se desprende del cuerpo inerme de la criatura. Busoni utiliza en su obra elementos de las viejas escuelas musicales, más le suma infinidad de toques novedosos. Doktor Faust, su obra maestra, ha tardado muchos años en recibir el sitio que merece entre los melómanos del mundo. La profundidad de la música, el indiscutible acierto dramático de la obra de Marlowe –uno de los pilares operísticos del Siglo XX–, cobran vida en cada nota.
En 1969, un compositor polaco nos presenta una visión espeluznante de la Francia de 1634. Con Los Diablos de Loudun, de Aldous Huxley, nace, en realidad, un nuevo concepto de la ópera. Tema que también se aprovechó en la soberbia película Madre Juana de los Ángeles. No puede uno dejar de pensar que el compositor Krzysztof Penderecki recibió tal impresión ante esta joya cinematográfica que decidió ponerle música. El tema religioso ha sido siempre uno de sus favoritos. En Loudun, Francia, Madre Juana de los Ángeles desea fervientemente al sacerdote Grandier, un hombre de mundo que ha tenido muchos deslices con las mujeres del pueblo. Como no logra sus propósitos, la monja jorobada acusa a Grandier de embrujarla; después de un infamante juicio, y la dolorosa tortura que significa la extracción de las uñas, se le condena a morir en la hoguera. Cuando la obra se estrenó en Stuttgart causó sensación por el realismo de la dirección y las escenas impresionantes, tal como la de las desnudas monjas que se paseaban poseídas por el demonio. Aunque se trata más bien de teatro con música, Los Diablos de Loudun es más que una obra meramente sensacionalista. Los efectos orquestales muestran la enorme efectividad de un talento artístico que busca crear estados de ánimo a través de recursos nunca antes utilizados en la música.
Tema parecido es el del drama de Serge Prokoviev, El Ángel de Fuego, donde la protagonista también sufre una posesión satánica. La obra debió estar lista en 1854 para ser estrenada en Francia. El tema atrevido y el tratamiento musical explican tal hecho. Con medios muy diferentes a los de Penderecki, Prokoviev nos da una visión del mal de tremenda efectividad. En el instante en que Renata, la protagonista, recibe al demonio, la orquesta logra darnos la satánica transformación con un acierto escalofriante. La historia transcurre en el Siglo XVI. Renata busca al Ángel con el que jugaba en su infancia. En su búsqueda conoce a Ruprecht, que la trata de salvar de sí misma, aunque es imposible.
En Colonia aparecen Fausto y Mefistófeles por casualidad e inyectan buen humor a una escena que podía haber sido grotesca; en ella el demonio se traga vivo a un niño. Renata muere en la hoguera, tras haber sido juzgada por la Santa Inquisición. Su pecado principal ha sido admitir que tuvo relaciones carnales con el propio Satanás. Aunque la trama parece un tanto jalada por los cabellos, El Ángel de Fuego tiene una alta calidad melódica. Prokoviev incorporó los temas principales a su tercera Sinfonía; sin embargo, a fin de saborear los efectos verdaderos, es aconsejable conocer la obra en su versión operística.
Pasemos ahora a Yugoeslavia, para entrar al mundo del ballet con El Diablo en la Aldea de Fran Lhotka. El compositor, de origen checo, deja sentir la influencia de Smetana y Dvorak en su alegre y folklórica partitura. Lhotka nos cuenta las peripecias de un diablo que trata de destruir el romance de dos campesinos. Vende al joven Mirko un cinturón mágico con el cual logra dominarlo; se lo lleva entonces al Averno, pero en medio de la coreografía infernal Mirko logra escapar. Llega a su pueblo a tiempo para impedir que su amada se case con otro…y todo termina alegremente con un baile llamado Kolo. No cabe duda, el diablo resultó esta vez un pésimo guardián. Franz Liszt nos dio una visión sinfónica de los personajes de Goethe en su Sinfonía Fausto. Se trata de tres cuadros sinfónicos: Faust, Gretchen y Mefistófeles. A final de la obra se utiliza un coro masculino y un tenor solista. Se dice que Liszt se inspiró en La Condenación de Fausto de Berlioz, para esta composición de grandes pretensiones sinfónicas que, aparte de su colorido, cuenta con pocos atractivos importantes. Liszt empezó la Sinfonía en 1853 y fue hasta 1857 cuando quedó lista. Es obra para directores extrovertidos, pues permite un gran lucimiento de la orquesta. Empero, ¡Liszt dista mucho de ser Berlioz! Richard Wagner también sucumbió ante el hechizo de Goethe. Escribió la Obertura Fausto en Paris, en 1839-40, y revisó la obra en 1855, que es la edición que conocemos.
Una música estimulante y entretenida, con bellos efectos de claroscuro en la orquestación. La Obertura no ofrece el Wagner de verdadera altura que podríamos esperar, aunque de todos modos se trata de Wagner. El maestro alemán de la época romántica fue Carl Maria Von Weber. Su obra principal es la ópera mágica el El Francotirador, estrenada en 1821. Se utilizan en ella, como inspiración, ciertas leyendas germanas; el ambiente es totalmente alemán: el embrujo en el que sucumbe el pueblo bajo la superstición, lo sobrenatural y, naturalmente, los elementos diabólicos. Para romper este pacto es necesario dar a Zamiel otra víctima. Max, un cazador, está enamorado de Ágata y para obtener su mano debe ganar un concurso de tiro. La fe de Ágata y la buena voluntad de los campesinos de Bohemia, en el Siglo XVII, logran que el final sea feliz; todo transcurre entre algunas de las más admiradas melodías de la música romántica alemana.
Esta ópera ha caído en una especie de olvido en los teatros de América, aunque continúa siendo una de las favoritas de Europa. La escena de la Guarida del Lobo, donde se funden las balas mágicas con la ayuda infernal, es magnífica: un buen ejemplo del género terrorífico en la ópera. Si asociamos de alguna manera a los vampiros con lo diabólico, conviene tener presente otro testimonio de la ópera romántica alemana, Der Vampyr de Marschner, estrenada en 1828, popularísima en su época. Lord Ruthven ha realizado un terrible pacto, pero se escapa de las manos del demonio por tres años consecutivos presentándole una joven pura para que sea sacrificada. Es un vampiro disfrazado. Como es usual, termina por ser atrapado y castigado por una pareja de enamorados, encuentra su merecido en un terrible relámpago que lo hace desaparecer. La música de Marchner es bella y accesible, sin mayores pretensiones, con buena construcción. Actualmente la obra sólo se escucha esporádicamente en Europa.
Para finalizar, trasladémonos a una gloriosa época de la ópera francesa. Es el año de 1831, no hay cines, ni televisión. Lo que más divierte a todos es el espectáculo operístico y pocos sirven una mesa tan bien puesta como Giacomo Meyerbeer. Se abre el telón (estamos en Palermo en el Siglo XIII), ahí se desarrolla la ópera Robert le Diable (Roberto el diablo). Roberto, Duque de Normandía, es hijo del diablo y de una mortal. El amo del Averno toma forma de Bertram y sigue a su hijo, pues desea obtener su alma. Roberto se enamora de la princesa Isabella, en Sicilia, aunque para obtener su mano debe ganar un torneo. Bertram utiliza todas sus artimañas para que esto no suceda. Roberto se desespera, decide recurrir a medios diabólicos para ganar, más Isabella lo convence…Roberto denuncia entonces a Bertram, que regresa a los infiernos. Los amantes se casan en un gran final. En esa época el ballet era de rigor, Bertram invoca así las almas de las monjas que quebrantaron sus votos para que dancen a su alrededor. Cuando Chopin asistió al estreno escribió: “Si alguna vez hubo magnificencia en el teatro, dudo que haya tenido el nivel de esplendor de Robert le Diable…es una obra maestra…” Chopin se equivocó; hoy en día Robert le Diable parece haber heredado a la madre mortal, no la inmortalidad del padre.
En fin, la música ha dado diablos de muy variados colores y sabores. No hemos cubierto, ni con mucho, todas sus manifestaciones, pero una cosa podemos asegurar: ¡El diablo llegó para quedarse! La historia es testigo.
DISCOGRAFÍA
± Doktor Faust (Busoni) Hampson, Gregory Kunde, Sandra Trattnigg, Producción de la Ópera de Zurich, Philippe Jordan, director (Arthaus Musik DVD).
± Los Diablos de Loudun (Penderecki) Troyanos, Hiolski,
Producción de la Ópera Estatal de Hamburgo, Marek
Janowski, director (Arthaus Musik DVD).
± El Ángel de Fuego (Prokoviev)
Galina Gorchakova, Sergei Leiferkus, producción de teatro Mariinsky, Valery Gergiev, Director(Philips).
± Sinfonía Fausto (Liszt) Royal Philharmonic,
Sir Thomas Beechem, director EMI.
± Obertura Fausto (Wagner)
Orquesta de la Radio Bávara, Otto Gerdes, director (DG).
± El Francotirador (Weber) Janowitz, Adam, Schreier, Staatkapelle de Dresde, Carlos Kleiber, director (DG).
Texto: Ricardo Rondón ± Foto: F. Axel Carranza