Breve repaso histórico de la navegación mercante

¿Cuándo comenzó el ser humano a transportarse por mar? No lo sabemos. Pero con un poco de imaginación, podremos recrear ese momento. Retrocedamos en el tiempo hasta el Paleolítico Superior. Un Cromañón se encuentra en la orilla de un río, probablemente pescando. De repente ve pasar frente a él un tronco que flota arrastrado por la corriente. Le llama la atención, pues nunca antes había visto algo así. Él sabe que los troncos son pesados y por eso no entiende por qué éste no se hunde en el agua. En fin, el tronco sigue su camino y nuestro Cromañón también. Años después, otro de nuestros ancestros observa una escena parecida, pero en esta ocasión el tronco se atora entre dos rocas. Más aventurado que el anterior, se acerca y al inspeccionarlo, se sube en él. De inmediato, el tronco se desatasca y continúa su camino sobre el agua, con un más que aterrado ser humano encima de él. ¡Voilá! Ha nacido la navegación. A lo mejor no ocurrió así, pero suena bien.

Es indudable que la navegación nació antes que las primeras ciudades. La canoa más antigua que se conoce se encontró en Pesse, Holanda, y tiene más de 8,000 años de antigüedad, lo que nos indica que cuando los seres humanos comenzaron a asentarse en grandes poblados a las orillas de los ríos, ya conocían y dominaban dicho arte. Si no hubiera sido así, ¿qué caso tenía vivir cerca del agua? Esta idea se fortalece cuando analizamos la cultura sumeria, la más antigua conocida, y nos damos cuenta que sus barcos recorrían los ríos Tigris y Éufrates conectando sus grandes ciudades y transportando mercancías para comerciar entre ellas. Probablemente fueron ellos quienes inventaron las velas para aprovechar la fuerza del viento. Lo mismo podemos observar en las otras grandes culturas primigenias: China India  y Mesoamérica.

 

 

 

Sin embargo, los marinos por excelencia de la antigüedad fueron los fenicios. Estos osados navegantes cimentaron su prosperidad en el comercio y no en la guerra. Con sus grandes barcos transportaban hasta cien toneladas de mercancía por todo el Mediterráneo, así como por los océanos Atlántico e Índico. Incluso se dice que ellos fueron los primeros en rodear África y hasta se especula con su posible llegada a América siglos antes que Colón. Con ellos se puso de manifiesto que los comerciantes eran esenciales para el descubrimiento de nuevas tierras, pues con sus barcos recorrían todos los litorales, ampliando el conocimiento geográfico de la humanidad y poniendo en contacto a culturas lejanas y diversas.

Tras ellos vendrían, en el mundo mediterráneo, los griegos, los cartagineses y los romanos, quienes levantarían grandes imperios basados en el comercio. Cuando Roma se convierte en la ciudad más poderosa del Mediterráneo, barcos mercantes provenientes de Europa, Asia y África llegan al puerto de Ostia cargados de productos exóticos, destinados a un mercado en constante auge.

Mientras tanto, en otros rincones del mundo, chinos y japoneses impondrán su dominio en el comercio asiático. En especial el poderoso imperio chino llegará a construir los barcos más grandes de la antigüedad, tan sólo superados por los europeos hasta el siglo XVIII. En el mundo mesoamericano las cosas no iban tan bien. Estos pueblos no lograron avanzar más allá de las simples canoas, lo que no les impidió navegar a lo largo de las costas, conectando comercialmente lugares tan remotos como el Caribe con el mundo andino. En estas latitudes, el comercio marítimo también fue impulsor del desarrollo económico de los pueblos indígenas.

 

 

 

Con la caída de Roma serán los bizantinos, a fin de cuentas también romanos, los que tomarán el control del comercio mediterráneo, al menos por un tiempo, hasta que los árabes, los venecianos, los genoveses y los catalanes les quiten ese privilegio. En el norte, por su parte, los vikingos le darán un nuevo impulso al desarrollo marítimo. Contrario a lo que se suele pensar de ellos, éstos intrépidos navegantes no eran sólo unos feroces saqueadores de pueblos indefensos, pues lo normal era que prefirieran el comercio al saqueo, llevando sus mercancías a bordo de los knorr, sus barcos mercantes. Durante la Alta Edad Media, ellos serían sin duda los mejores navegantes del mundo, lo que les permitió ser los primeros europeos en llegar, ahora sí de forma documentada, a tierras americanas.

Cuando los vikingos desparecieron, su lugar en el comercio del norte de Europa fue tomado por las ciudades de la Liga Hanseática, encabezadas por Lübeck, en Alemania, cuyo poder económico, derivado del comercio marítimo, llegó a ser considerable durante la Baja Edad Media.

Con el final de la Edad Media y la caída de Constantinopla en manos de los otomanos, los europeos se verán obligados a salir de sus fronteras para recuperar el comercio de las especias provenientes de China, a través de la llamada Ruta de la Seda. Estas nuevas exploraciones quedarán en manos de portugueses y españoles desde mediados del siglo XV hasta mediados del siglo XVI. La invención de la Carabela, un tipo de barco capaz de navegar en mar abierto, fue lo que permitió que Colón pudiera conducir a buen término el viaje que llevó a los europeos a establecer un contacto definitivo con el mundo americano y le permitió a los dos países ibéricos convertirse en los primeros con un imperio ultramarino.

 

 

 

 

 

 

Tras los ibéricos, fueron los holandeses y los franceses los que iniciaron su propio desarrollo naval, lo que llevó a sus naves a poner rumbo a Norteamérica, Asia y África a lo largo del siglo XVII. De la mano de su marina mercante, con barcos cada vez más grandes y poderosos, los europeos se apoderaron en los siglos siguientes de todo el planeta, llevando sus banderas y sus productos hasta los rincones más alejados, mientras China y Japón, sus más poderosos rivales en Asia, deciden aislarse del mundo rompiendo sus vínculos comerciales y poniéndole fin a su desarrollo mercante.

En esa andadura, los siglos XVIII y XIX pertenecen sin duda a la Gran Bretaña, pues gracias a su flota mercante se construyó el imperio más extenso que se ha conocido. Al mismo tiempo, los ingleses pondrán la ciencia al servicio de su desarrollo comercial. Antes de los cronómetros, era muy difícil navegar grandes distancias con precisión. Sin embargo, la posición de un barco en el mar podría ser determinada con cierta precisión, si el navegante pudiera consultar un reloj que perdiera o ganara menos de diez segundos por día.

El cronómetro marino mantiene el tiempo de una posición fija, permitiendo así que los marineros determinen la longitud al comparar la hora guardada por el cronómetro con la hora local al mediodía. El gobierno británico ofreció una gran recompensa de 20,000 libras, equivalente a varios millones actuales, para cualquiera que pudiera determinar la longitud con precisión. La recompensa fue reclamada en 1761 por John Harrison, un simple carpintero de Yorkshire.

Otro gran paso fue la invención, en el siglo XVIII, de la máquina de vapor, que pronto sería perfeccionada para ser colocada en los barcos. Con ello, el siglo XIX verá la aparición de navíos más grandes y veloces que permitirán acortar las distancias de forma significativa. Con las máquinas de vapor ya no importaba el viento, pues los barcos podían moverse con independencia de él, incluso en las aguas más calmadas. Ello, desde luego, también supuso el fin de los sufridos remeros. Tan solo el clipper, un barco de vela estrecho y alargado, lo que lo volvía muy veloz, consiguió subsistir hasta principios del siglo XX.

 

 

 

En 1939, al empezar la Segunda Guerra Mundial, la marina mercante mundial constaba de 30,966 unidades con un total de 68,477,243 toneladas de registro. Los gigantes del mar, 170 barcos de más de 15,000 toneladas, sumaban solos más de 4 millones de toneladas de registro. Los mayores eran el Queen Elizabeth y el Queen Mary, británicos; el Normandie, francés; el Rex, italiano; y el Europa, alemán.

La Segunda Guerra Mundial puso de manifiesto la importancia de contar con una gran flota mercante. Gran Bretaña logró mantenerse en la guerra, a pesar de estar sometida a un duro bloqueo por parte de Alemania, gracias a los suministros que le llegaban por mar desde Estados Unidos, ya fueran en sus propios barcos mercantes o en los de los americanos. Al darse cuenta de esto, la flota alemana -tanto la submarina como la de superficie-, concentra sus energías en cazar y hundir el mayor número de barcos mercantes posibles. Las cifras son simplemente aterradoras: para 1943 se habían hundido 5,241 barcos, la mayoría de ellos mercantes (incluyendo seis barcos mexicanos). Ante esta situación, Estados Unidos puso en marcha el plan de construcción de barcos más ambicioso de la historia: el de los barcos de tipo Liberty. Utilizando nuevos diseños de fabricación, se llegaron a construir a un ritmo de tres buques diarios, lo que compensó con creces las pérdidas causadas por los submarinos alemanes. Actualmente, el transporte marítimo es vital para la economía mundial, es el responsable del transporte del 90% del comercio que proporciona los combustibles, alimentos y materias primas para la vida moderna. Con barcos cada vez más grandes y con mayor capacidad de carga, el futuro de la marina mercante está sin duda asegurado.

 

 

Texto: Rodrigo Borja Torres ± Foto: LSMF / National Geographic / ALCANTE PRESS / BP / MY STORY