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Un maniquí desnudo parece observar por la ventana, nadie se fija en él hasta que Camila lo rescata con su mirada y lo convierte en una pieza que transmite una devastadora soledad. Así ella, cámara en mano espera el momento para la escena perfecta, el gato en el tejado que mira hacia el cielo, el actor en escena que toma aliento, o el sol que inicia su descenso. Espera y también construye, en la mesa del comedor explora las líneas y formas de las jarras, los vasos y las líneas del piso. Los modelos son sus hermanos, tiene tantos que existe el indicado para cada imagen: la bailarina de ballet, la aspirante a las pasarelas, el pequeño matemático o la gimnasta en el salto mortal.
A los once años se volvió inseparable de su cámara. Desde entonces traduce el mundo a través del lente, y todo adquiere una lógica propia. Para la fotografía no hay prisa, Camila extiende el tiempo y juega con sus personajes: fuentes, mascotas, espejos y cielos. La imagen buscada puede estar en cualquier sitio, la práctica de danza de su hermana, un salto en el brincolín o el receso entre clases.
Hija de escritores, sobrina de fotógrafa y nieta de pintora, Camila ha estado rodeada de arte desde que nació. Las visitas a los museos y las lecturas fueron una constante en su infancia. Durante los veranos ha tomado cursos de animación y cine así como de pintura y dibujo en The School of the Art Institute of Chicago y acaba de ser admitida en Idyllwild Arts Academy para estudiar en un ambiente orientado al desarrollo de su talento artístico.
En diciembre del 2010 publicó su primera serie fotográfica en la que reúne el trabajo realizado entre los once y los trece años. Se aprecia su evolución, desde los experimentos con reflejos y sombras, hasta la exploración con planos, perspectivas y distintos elementos de composición.
Dada su edad, la vocación artística debe ser compartida con otras obligaciones. Entre la resolución de formulas físicas y ecuaciones algebraicas, danzan figuras de su imaginación. Las operaciones matemáticas esperan mientras Camila traza sobre ellas, copia, inventa, saca su cámara y hace otra imagen más. El tiempo creativo se cuela entre los deberes y lo más cotidiano se transforma en inusual. El tiempo pasa. Sigue fotografiando. Para cuando cumpla quince años, confiesa que no habría mejor regalo que una exposición.
Texto: Daniela Becerra ± Foto: Camila Muñoz