En el centenario de la publicación del Manifiesto Surrealista, Christie’s presenta una visión de René Magritte.
El artista belga reconfiguró los objetos cotidianos en su búsqueda por "establecer un vínculo profundo entre la conciencia y el mundo exterior". En 1924 empezó a trabajar como diseñador gráfico independiente en Bruselas. Durante los cinco años siguientes produjo anuncios para muchos clientes, entre ellos una casa de moda belga y Alfa Romeo. Si alguien hubiera visto a Magritte por la calle, lo habría confundido con un burgués belga. De hecho, más tarde adoptó el ahora icónico sombrero de hongo precisamente porque era el uniforme del funcionario belga.
En 1927 se trasladó a París, el centro del surrealismo internacional, pero la atmósfera le resultó asfixiante. Ahí conoció a escritores, artistas y otros personajes asociados con el surrealismo, en particular a su líder, André Breton.
En Francia, el surrealismo evocaba ideas de automatismo y subconsciente, conceptos que estaban muy lejos de la propia búsqueda de Magritte de respuestas llenas de magia y misterio a los enigmas que plantea el mundo. Magritte abandonó París después de que su esposa Georgette fuera criticada públicamente por llevar un crucifijo, y regresaron a la esfera más burguesa y familiar del surrealismo belga.
A partir de la década de 1920, Magritte exploró la forma arbitraria en que las letras y los sonidos se vinculan a los conceptos y objetos del mundo. Fue uno de los primeros en explorar las nociones de signos y significantes, y algunas de sus pinturas incursionan en ideas sobre la percepción. Esto se lleva al extremo en su famosa declaración: "Esto no es una pipa", estampada en su cuadro de una pipa de 1929. Por supuesto, es una pintura y no una pipa, de ahí su título: La traición de las imágenes.
A lo largo de su carrera, Magritte acumuló un inventario personal de objetos y motivos cotidianos que utilizó en una variedad de combinaciones o disposiciones: manzanas, huevos, rocas, pájaros, bombines, paraguas, un vaso, nubes en un cielo azul perfecto, por nombrar solo algunos.
En muchas de las composiciones de Magritte, los objetos experimentan una transformación y se representan a medida que cambian de un estado o identidad a otro.
Como explicó el artista: «La creación de nuevos objetos, la transformación de objetos conocidos, un cambio de sustancia en el caso de ciertos objetos: un cielo de madera, por ejemplo; el uso de palabras en asociación con imágenes; el nombre incorrecto de un objeto… el uso de ciertas visiones vislumbradas entre el sueño y la vigilia, tales eran en general los medios ideados para forzar a los objetos a salir de lo ordinario, a volverse sensacionales y establecer así un vínculo profundo entre la conciencia y el mundo exterior».
Su filosofía de las "afinidades electivas" le llegó después de despertar de un sueño. A partir de los años treinta, Magritte buscó encontrar "soluciones" a "problemas" particulares planteados por distintos tipos de objetos, un método que le permitió cuestionar y reconfigurar los elementos más ubicuos y comunes de la vida cotidiana. Estos problemas lo obsesionaron hasta que fue capaz de concebir una imagen para resolverlos.
Este método filosófico le había llegado en 1932, después de despertar de un sueño. En su estado de semiconsciencia, miró hacia una jaula de pájaros que había en su habitación y no vio el pájaro que habitaba en la jaula, sino un huevo. Este "espléndido malentendido" le permitió captar, en sus propias palabras, "un nuevo y asombroso secreto poético.
La búsqueda de "afinidades electivas" secretas, desconocidas o no reconocidas entre objetos relacionados se convirtió en el propósito permanente del arte de Magritte a partir de ese momento. Quería revelar la poesía oculta entre los objetos para hacerlos "chillar en voz alta" y sacar al espectador de su complacencia.
El "problema del pájaro" se resolvió, por tanto, representando un huevo en una jaula; el "problema de la puerta" se resolvió pintando un agujero uniforme cortado a través de ella; el árbol, con un "árbol de hojas", y así sucesivamente.
Magritte empleó muchos símbolos recurrentes en toda su obra, como manzanas, pipas de tabaco y bombines. Al colocar estos objetos ordinarios en diversos escenarios absurdos (desde ojos llenos de cielos azules hasta figuras con bombines que caen como gotas de lluvia), Magritte hace que lo familiar parezca extraño y desafía nuestra percepción lógica.
Sus pinturas a menudo presentan un cielo azul con nubes blancas esponjosas. El entorno fantástico evoca la mente inconsciente y los sueños, temas clave del surrealismo.
Uno de los motivos más frecuentes de Magritte es la manzana, ya sea que aparezca en el cielo o que oculte el rostro de una figura, como en El hijo del hombre (1964). La manzana invita a muchas asociaciones, como la fruta prohibida bíblica, al mismo tiempo que permanece ambigua y abierta a la interpretación. El sombrero hongo de Magritte, que también aparece en el famoso cuadro, alude al hombre anónimo de clase media en la sociedad.
La identidad de la figura bajo el sombrero queda oculta por la manzana. Para Magritte, estos objetos cotidianos y lo que ocultan crean una tensión entre lo que él llamaba "lo visible oculto" y lo "visible aparente".
Durante la II Guerra Mundial, adoptó un estilo de pintura que llamó "surréalisme en plein soleil", una respuesta al horror del conflicto que asolaba Europa. Inspirado por la paleta y los desnudos voluptuosos de Pierre-Auguste Renoir, las obras que creó en este estilo reflejan su deseo de explorar "un lado bello" de la vida.
En una carta de 1941 a su amigo Paul Eluard, escribió: "El poder de estas imágenes es hacernos tomar conciencia de las imperfecciones de la vida cotidiana". El cuerpo femenino era un elemento clave en esta estrategia de disrupción, y Magritte celebró las formas sensuales y elegantes de las mujeres en numerosas pinturas a lo largo de este período.
La ocupación alemana de Bélgica marcó un punto de inflexión en su arte. “Antes de la guerra, mis cuadros expresaban ansiedad, pero las experiencias de la guerra me han enseñado que lo que importa en el arte es expresar encanto”, afirmó. “Vivo en un mundo muy desagradable y mi obra está pensada como una contraofensiva”.
Su trabajo estuvo influenciado por su carrera en publicidad. La exitosa carrera de Magritte en el mundo de la publicidad (en los años treinta dirigió una agencia, Studio Dongo, junto con su hermano Paul) probablemente contribuyó a perfeccionar su idea de cómo lograr que una imagen perdure.
En una choza destartalada en su jardín, Magritte creó carteles, portadas de canciones y anuncios publicitarios hasta los años cincuenta, mucho después de haber alcanzado reconocimiento internacional como artista. Nunca abandonó el mundo comercial, sino que siguió apropiándose de sus estrategias publicitarias para incorporarlas en gran parte de su arte.
Muchas de sus obras se convertirían en iconos para las grandes empresas; su pájaro volando, por ejemplo, era el emblema clave de la aerolínea belga Sabena. Sus extrañas y evocadoras imágenes siguen alimentando la publicidad unos 50 años después de su muerte: anuncios contemporáneos de los Ferrocarriles Estatales Franceses; los premiados anuncios de Volkswagen de Doyle Dane Bernbach (los "Mad Men" originales de la Madison Avenue de los años sesenta); los anuncios de Allianz que se apropiaron del motivo Ceci n'est pas un Pipe; y la famosa serie de vodka Absolut.
¿Portadas de discos? ¿Qué tal la imagen de Mull of Kintyre, de Wings de Paul McCartney? ¿O la manzana que designa a Apple Corp de los Beatles, o la manzana monocromática de tu iPad? Directa e indirectamente (en el caso de las computadoras Apple), todos estos caminos conducen a Magritte.
Para Magritte, lo que contaba era sólo la imagen. A lo largo de su vida, Magritte rehuyó todo intento de descifrar el significado de su obra. «¡No tengo nada que expresar!», exclamó una vez. «Simplemente busco imágenes, invento e invento. La idea no me importa: sólo cuenta la imagen, la imagen inexplicable y misteriosa, ya que todo es misterio en nuestra vida».
Su obra se puede ver en instituciones de primera línea. Muchas de las obras maestras más emblemáticas de Magritte se encuentran en los principales museos del mundo. El Museo Magritte, ubicado en los Musées Royaux des Beaux-Arts de Bélgica en Bruselas, posee una de las colecciones más grandes y variadas de su obra.