El linaje escultórico de los siglos 20 y 21 es presentado por Bonhams, en una cronología que inicia comienza con Auguste Rodin y su icónico El Beso, una obra maestra de palpable humanidad que marcó una ruptura con la sobriedad clásica. Culmina con Balloon Venus Dolni Vestonice de Jeff Koons.
Entre ambos polos, las esculturas trazan más de un siglo de innovación y redefinición de la forma humana. Desde la elegancia estilizada de Nadelman, el dinamismo gráfico de Dubuffet y la sensual materialidad de Benglis, se despliega la historia de la escultura moderna.
▪ Auguste Rodin, El beso. Entre el panteón de obras maestras de Rodin, El beso se erige como uno de los iconos más célebres de la escultura moderna. Encarnación de sensualidad y verdad emocional, El beso captura el amor en su nacimiento: un instante suspendido entre la inocencia y el abandono. El atractivo atemporal de la obra reside en su dualidad: a la vez tierna y erótica, idealizada y moderna.
La historia que inspiró la escultura de bronce tiene su origen en el Infierno de Dante Alighieri, que narra la trágica historia de Francesca da Rimini y Paolo Malatesta, cuyo primer beso selló su destino. Cuando su amor prohibido fue descubierto por el esposo de Francesca, fueron asesinados en pleno abrazo y condenados al segundo círculo del Infierno.
Rodin concibió inicialmente la obra como parte de La Porte de l'Enfer (Las Puertas del Infierno), un portal monumental de bronce encargado por el gobierno francés en 1880. Cuando el abrazo se consideró demasiado tierno para el dramatismo de La Porte, Rodin lo eliminó, para luego reintroducirlo como una escultura independiente.
▪ Elie Nadelman, Desnudo femenino de pie. Realizada en el apogeo de los años formativos de Elie Nadelman en París, " Desnudo femenino de pie" [foto inicial] se sitúa de forma destacada entre los principios estéticos clásicos y el auge del modernismo.
En 1908, Nadelman estaba produciendo una serie de cabezas y figuras femeninas que definieron su estilo temprano, revelando su interés por reducir la forma a contornos limpios y continuos y a una geometría estilizada.
Para cuando Nadelman zarpó hacia Nueva York en 1914, ya había forjado una identidad artística profundamente arraigada en la tradición clásica.
▪ Jean Dubuffet, Promeneuse et Promeneur. Es un ejemplo excepcionalmente elegante y poco común de la incursión de Dubuffet en la escultura. La obra pertenece a su ciclo L'Hourloupe, uno de los períodos más célebres de su producción artística, creado entre 1962 y 1974, que marcó su expansión hacia la escultura y la arquitectura.
Dubuffet tradujo la espontaneidad de su trazo a la forma tridimensional, plasmando la premisa central de L'Hourloupe: que el arte podía dar forma al pensamiento mismo, imaginando un nuevo universo de formas y significados. Los personajes, delineados con su característico trazo negro sobre un fondo blanco como el papel, aparecen como dibujos que surgen de la nada.
▪ Lynn Chadwick, Conjunction XIV. Concebida en 1970, Conjunction XIV ejemplifica la continua exploración de Chadwick sobre la conexión humana y la tensión espacial a través de la forma escultórica. Forjada en bronce, sus planos nítidamente articulados y geometrías que se intersecan establecen un diálogo entre masa y vacío, encarnando la distancia psicológica y la comunicación silenciosa entre figuras, un motivo recurrente en toda la obra del artista.
A principios de la década de 1970, Chadwick había perfeccionado un lenguaje visual que destilaba la figura humana en estructuras abstractas y arquitectónicas. En Conjunción XIV, las dos formas evocan tanto intimidad como aislamiento.
▪ Joel Shapiro, Sin título. Uno de los artistas más destacados de Estados Unidos, desafía los límites de la escultura con una forma de bronce fundido que difumina la frontera entre la abstracción y la figuración. Shapiro destila el cuerpo en bloques mínimos que, de alguna manera, conservan su dinamismo.
La innovadora manipulación del medio por parte de Shapiro trasciende los límites formales del minimalismo, redefiniendo la figuración a través del movimiento y la energía.
▪ Lynda Benglis, Máscara II. La artista Lynda Benglis ha sido reconocida desde hace tiempo por sus esculturas orgánicas, casi primigenias, en las que utiliza la materia como sustituto de la forma humana. El juego con goteos, pliegues y deslumbrantes reflejos de luz desempeña un papel fundamental en su exploración de los sentidos, una exploración que surge tanto del proceso de creación como de la contemplación de sus esculturas.
Surgida en la década de 1970, en pleno auge del arte feminista y procesual, Benglis transformó materiales maleables en expresiones de sensualidad. Sus obras amplían el diálogo iniciado por Rodin y Nadelman, dando lugar a un nuevo lenguaje corporal de fluidez y liberación.
▪ Jeff Koons, Globo Venus Dolni Vestonice. Jeff Koons ocupa un lugar singular en la historia del arte de finales del siglo XX y principios del XXI. Pocos han plasmado con tanta audacia las contradicciones del posmodernismo: su predilección por el readymade, su fascinación por la superficie y su imbricación con la cultura popular y la historia de la humanidad. Un ejemplo monumental de sus famosas esculturas de globos de acero inoxidable, Balloon Venus Dolni Vestonice (La Venus del Globo), encapsula estas tensiones. Al reinterpretar una de las primeras representaciones escultóricas conocidas de la figura humana mediante la precisión industrial y la exuberancia cromática de la fabricación contemporánea, Koons transforma un artefacto prehistórico en un brillante emblema del siglo XXI.
La obra hace referencia a una Venus de Dolní Věstonice, una figurilla paleolítica descubierta en la República Checa y datada aproximadamente en el 30,000 a. C., una de las representaciones más antiguas que se conservan de la fertilidad y la figura femenina.