Para ser feliz, nuestro cuerpo genera un aluvión de circuitos, impulsos, sustancias dotadas con tal magia que irradian con la fuerza de la primavera. Es decir, el hecho de ser feliz depende de esos estímulos constantes, creados en el interior de cada cual.
La búsqueda insaciable no causa felicidad, atiborrarse de estímulos, al costo que sea, no satisface la ambición desmedida, por su propia naturaleza. Y he aquí, que, en medio de la carrera suicida instalada como roca en muchas mentes, resurge la conciencia de la fuerza creativa de nuestro pensamiento, hemos sido estimulados a aplicar el poder, toda nuestra riqueza, pues “creer es crear” como resume una máxima común a algunas culturas primigenias.
Lo infinitamente pequeño en el latido del corazón, domar al mono agitado (como lo describen los budistas) que se ha adueñado de la mente. Lo importante es invisible, inabarcable, inmenso… es la potestad primigenia de nuestro pensamiento la que llevó al Hombre a llegar a la luna o alcanzar todas esas gestas científicas y técnicas… Lo impostergable es ir hacia adentro, en total júbilo para escuchar un corazón pacificado, que desea paz y vida para todos los otros corazones. Esa sí que es una proeza.
Ser feliz renueva desde dentro.